Los Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid acogerán, del 25 de agosto al 6 de septiembre, la obra ‘Maestrissimo’, donde se ironiza sobre el elitismo en la música clásica a través de las aventuras y desventuras de un cuarteto de cuerda entre los siglos XVII y XVIII.
Tras el éxito de ‘The Opera locos’, Yllana vuelve a los Teatros del Canal, por segunda vez este verano y, de nuevo, por humor a la música, con Maestrissimo (Pagagnini 2). La compañía interpretará en la Sala Roja esta historia «allegro e molto vivace», que está a mitad de camino entre el concierto de cámara, la comedia satírica y el retrato de época.
Cuenta las aventuras y desventuras de un cuarteto de cuerda que vive en un momento indeterminado entre los siglos XVII y XVIII, en el punto de inflexión entre el Barroco y el Neoclasicismo. Su objetivo es abrirse paso en la escena musical con un intéprete de relleno, un segundón sin apellidos pero con un talento descomunal, que quiere progresar en el escalafón y alcanzar el título de maestrissimo, y se adentra, para ello, en la vida cortesana, en territorios que le resultan desconocidos.
Esta deconstrucción de todo puritanismo estilístico toma a Bach y a Vivaldi como referentes, y avanza por Mozart, Brahms, Beethoven, Sarasate y, cómo no, Niccolo Pagagnini. Así, suenan Asturias, de Issac Albéniz; la 5ª Sinfonía, de Ludwig van Beethoven; Danzas húngaras nº 5, de Johannes Brahms; o el Danubio azul, de Johann Strauss; obras, todas ellas, que están en la base de cualquier género musical. Pero también se interpretan versiones de Enter Sandman, de Metallica; Roxanne, de The Police; La lista de Schindler, de John Williams; y hasta Politonos sin tono ni sono.
Los violinistas Eduardo Ortega e Isaac M. Pulet, y el chelista Jorge Fournadjiev, un trío que los espectadores ya conocieron por sus interpretaciones en Pagagnini, conforman el elenco junto con el violinista Jorge Guillén Strad. David Ottone y Juan Ramos dirigen la batuta en la propuesta, que redondea un cuidadísimo vestuario, diseño de Tatiana de Sarabia y con una estética preciosista en la que los personajes se mimetizan con sus instrumentos, y que parte de la moda palaciega del siglo XVIII.