• El piloto Íñigo Guelbenzú califica Gran Canaria como uno de los lugares más peligrosos para operar helicópteros
• El viento de los barrancos es “brutal” y succiona la nave con facilidad
• El objetivo es llegar cuanto antes para realizar el primer ataque, pero lo mejor es que no se produzca la primera chispa
El segundo helicóptero del Cabildo de Gran Canaria se incorporó hoy para afrontar la temporada de verano con el objetivo de acudir cuanto antes a los avisos de columnas de humo, pues estas naves son esenciales para efectuar el primer ataque y controlar el fuego antes de que vaya a más, algo que dependerá mucho de la meteorología de ese día, entre otros condicionantes, si bien lo mejor es que no se produzca la primera chispa.
El primer helicóptero se incorporó el 15 de mayo y estará operativo hasta el 15 de noviembre, el que entró en servicio este lunes lo estará hasta el 15 de octubre, de modo que uno estará seis meses y el otro cuatro para que haya dos los meses de mayor riesgo. En cualquier caso, el objetivo del Cabildo es ampliar el servicio a diez meses el próximo año puesto que fuera de temporada también se producen incendios, como sucedió en febrero con el de Tasarte, y también se producen importantes sustos como el de hace tres semanas en Las Lagunetas.
El equipo de este año está formado por los pilotos Francisco Correia, Paulo Melo, Marlene Nogueira e Iñigo Guelbenzu, quien aseguro que Gran Canaria, junto a Madeira, es de los lugares más peligrosos en los que ha trabajado debido a los barrancos, donde entran en juego infinidad de parámetros y donde las corrientes son “brutales” y tanto pueden levantar como succionar el helicóptero a antojo sin que sus 700 caballos puedan hacer demasiado por resistirse a ellos.
“Gran Canaria no es para cualquiera”, aseguró el piloto, quien reconoció que esta labor tiene mucho de vocacional, no se imagina a alguien realizando descargas de agua en incendios, en situaciones que son peligrosas, sin que medie la vocación.
Asimismo, resaltó que el trabajo desde el aire sin el de tierra no logran la extinción, tampoco el de tierra sin la ayuda del trabajo desde el aire, ya que se trata de un compendio, de un trabajo en equipo, coincidió el técnico aeronáutico Daniel Rodríguez, encargado de que las dos aeronaves estén siempre listas para despegar en 10 minutos.
Los helicópteros son revisados cada mañana, cada noche, y cada vez que aterrizan antes de que vuelvan a despegar. “Es un protocolo riguroso, pero todo es poco en pro de la seguridad.
Y dentro de Gran Canaria, prosiguieron, la parte más peligrosa es La Aldea. Además, ahondaron, el trabajo no solo es de equipo, es de estrategia.
Nada más recibir la alarma en la base de Artenara, el equipo presa junto al técnico helitransportado son llevados a la cabeza del fuego, preparan el bambi para que el helicóptero pueda realizar descargas y se ponen manos a la obra en lo que el piloto parte a recoger la primera carga para calmar las llamas. A partir de ese momento, es el técnico que está en tierra el que indica al piloto por dónde y cómo quiere la descarga.
Si hace mucho viento, que de todos los parámetros Guelbenzu aseguró que es el que más condiciona, hay que hacer un buen cálculo “para acertar”, y se trata de una pericia que solo la experiencia da, pues no hay un medidor que corrija el rumbo, la precisión de la descarga es un factor completamente humano.
“También hay que saber decir que no, es lo más duro”, pues cuando el piloto detecta que una maniobra conlleva la un riesgo fatal, hay que decir que no “porque te vas a matar seguro”.
Cuando los incendios se descontrolan o están fuera de capacidad de extinción, los helicópteros realizan otras labores, ya sea enfriar otras zonas o empapar lugares cercanos en peligro, como la embotelladora de Fuente Umbría el pasado año. Los helicópteros están preparados para pasar de 20 grados en reposo a los 700 que genera un incendio, pero el agua se evapora a cien grados, lanzarla a llamas de 40 o 50 metros no es nada eficaz.
Por todo ello, la mejor extinción es la que generan los trabajos de prevención durante el año, tanto públicos con la limpieza de los lugares más peligrosos como con las quemas prescritas para que los incendios entren en capacidad al llegar a ellas, como privadas, con la labor de mantener las propiedades limpias 15 metros alrededor.
Y mejor aún es evitar la primera chispa porque el abandono de la vida rural y el superávit de combustible vegetal que se acumula año tras año debido a que ha perdido su utilidad para la sociedad actual -incluida la pinocha, que se puede retirar pero apenas piden permiso para recogerla-, hace necesario que población se habitúe al peligro de incendios, los prevenga manteniendo limpias sus propiedades y, sobre todo, evite la primera chispa porque sin ella no habrá incendio.