En la tradición católica, la vida de los santos representa un ejemplo vivo de entrega, sacrificio y devoción a Dios. Estos hombres y mujeres no solo fueron figuras importantes en su tiempo, sino que su legado espiritual ha trascendido los siglos, sirviendo como guías para los fieles. A través de su vida y sus acciones, los santos nos muestran el camino hacia una vida centrada en el amor al prójimo y la fe en Dios. Celebrar a los santos es, de alguna manera, mantener viva esa conexión con lo divino y recordar que todos estamos llamados a vivir de manera íntegra y piadosa.
Cada día en el calendario litúrgico, la Iglesia católica conmemora a un santo o beato. El 10 de octubre se celebra a San Francisco de Borja, un santo que representa la conjunción perfecta entre la nobleza terrenal y la grandeza espiritual. Su vida fue un claro ejemplo de cómo, incluso desde una posición de poder y riqueza, es posible encontrar la verdadera vocación en la humildad y el servicio a Dios.
San Francisco de Borja: El duque que se convirtió en santo
San Francisco de Borja nació el 28 de octubre de 1510 en la ciudad de Gandía, Valencia, en el seno de una de las familias más poderosas de la nobleza española. Era el cuarto duque de Gandía, nieto del papa Alejandro VI y bisnieto de Fernando el Católico. Desde joven, Francisco estuvo rodeado de las intrigas políticas y sociales propias de su tiempo, un contexto en el que las responsabilidades familiares y políticas jugaban un papel fundamental. Sin embargo, a pesar de su elevada posición, siempre manifestó una inclinación hacia la vida religiosa y la espiritualidad, una inquietud que definiría su vida más adelante.
En su juventud, San Francisco de Borja desempeñó importantes cargos en la corte de Carlos V, llegando a ser su mayordomo mayor. Estaba casado con Leonor de Castro, dama de la reina Isabel de Portugal, con quien tuvo ocho hijos. Su vida, marcada por el esplendor de la corte, parecía destinada a seguir los pasos de su noble linaje. Sin embargo, un suceso inesperado marcaría un punto de inflexión en su vida y su relación con las cosas mundanas.
En 1539, la reina Isabel de Portugal, esposa de Carlos V, falleció repentinamente. Francisco fue encargado de escoltar el cuerpo de la reina desde Toledo hasta Granada, donde sería enterrada. Al llegar a su destino y tras la apertura del ataúd para la identificación del cadáver, Francisco quedó profundamente impactado al ver el deterioro del cuerpo. Este episodio lo llevó a reflexionar sobre la vanidad de los bienes materiales y el efímero poder de la nobleza. Fue entonces cuando pronunció la famosa frase: “Nunca más serviré a un señor que se me pueda morir”.
El abandono de la vida mundana y su entrada en la Compañía de Jesús
A partir de ese momento, Francisco de Borja comenzó un proceso de profunda conversión espiritual. Aunque continuó sirviendo en la corte durante varios años más, su vida interior estaba cada vez más centrada en la búsqueda de Dios. Tras la muerte de su esposa en 1546, Francisco decidió dar un paso definitivo y renunciar a sus títulos nobiliarios para entrar en la Compañía de Jesús, la orden religiosa fundada por San Ignacio de Loyola.
En 1551, fue ordenado sacerdote jesuita, hecho que causó gran conmoción entre la nobleza europea. Su ingreso en la orden fue un acto de humildad que reflejaba su total entrega a Dios y su renuncia a las pompas y privilegios de la vida terrenal. No obstante, el papa Julio III insistió en que Francisco mantuviera el título de duque, aunque fuera solo nominalmente, para asegurar la estabilidad económica de su familia.
El liderazgo en la Compañía de Jesús
Una vez ordenado sacerdote, Francisco se dedicó plenamente a la misión evangelizadora de la Compañía de Jesús. Fue enviado a distintas misiones y desempeñó importantes cargos dentro de la orden. En 1565, fue elegido como el tercer Superior General de la Compañía de Jesús, sucediendo a Diego Laínez.
Durante su mandato, San Francisco de Borja trabajó arduamente para fortalecer y expandir la obra de los jesuitas. Bajo su liderazgo, la orden creció de manera significativa, fundando colegios y misiones en todo el mundo. Borja promovió la expansión del trabajo misionero en América Latina y Asia, y bajo su supervisión, la Compañía de Jesús se consolidó como una fuerza evangelizadora clave en la reforma católica y la contrarreforma.
Un hombre de oración y penitencia
A pesar de su elevada posición dentro de la Compañía de Jesús, San Francisco de Borja siempre mantuvo un profundo sentido de humildad y austeridad. Era conocido por su rigurosa vida de oración y penitencia, dedicando largas horas a la meditación y la contemplación. Su devoción a la Virgen María era especialmente notable, y promovió el rezo del rosario entre los jesuitas y los fieles.
Borja también se destacó por su capacidad para combinar una vida espiritual intensa con una gran eficacia en la gestión de la orden. A lo largo de su mandato como Superior General, supervisó personalmente la creación de nuevas casas jesuitas y trabajó incansablemente para asegurar que la formación de los nuevos miembros de la Compañía fuera de la más alta calidad.
La canonización de San Francisco de Borja
San Francisco de Borja falleció el 30 de septiembre de 1572 en Roma, después de una vida dedicada al servicio de Dios y de la Iglesia. Su muerte fue profundamente sentida por los jesuitas y por todos aquellos que conocieron su obra y su santidad. Fue beatificado por el papa Clemente X en 1624 y canonizado por el papa Clemente XI en 1671.
Su fiesta se celebra el 10 de octubre, y es venerado como uno de los grandes santos jesuitas. San Francisco de Borja es un modelo de cómo, incluso desde posiciones de poder y riqueza, es posible vivir una vida de humildad y servicio a los demás. Su historia nos enseña que la verdadera grandeza no reside en los títulos o las posesiones, sino en la capacidad de entregarse por completo a Dios y a los demás.
Conclusión
La vida de San Francisco de Borja es un recordatorio del poder transformador de la fe. Desde una posición de poder y privilegio, eligió el camino de la humildad y el servicio, convirtiéndose en un modelo de santidad para todos los cristianos. Su legado en la Compañía de Jesús y en la Iglesia es inmenso, y su vida sigue inspirando a generaciones de creyentes a buscar una relación más profunda con Dios y a vivir con autenticidad y devoción. Celebrar su fiesta el 10 de octubre es una oportunidad para reflexionar sobre nuestra propia vida y la forma en que podemos acercarnos más a la verdadera grandeza espiritual.