Ante la reciente condena del expresidente estadounidense Donald Trump, los aliados europeos han salido en su defensa tras la histórica condena. Este veredicto, considerado un momento sombrío para Estados Unidos con implicaciones de gran alcance, ha sido visto por los seguidores de Trump en Europa como una persecución política destinada a descarrilar su intento de regresar a la Casa Blanca.
El viceprimer ministro italiano, Matteo Salvini, no dudó en expresar su opinión, calificando la condena de «acoso judicial» en una publicación en X, Salvini, un aliado de larga data de Trump, ha visitado al expresidente en varias ocasiones, y continúa apoyando firmemente su causa.
Viktor Orbán, presidente de Hungría, también mostró su apoyo incondicional a Trump. En una declaración en redes sociales, Orbán instó a Trump a «seguir luchando» por la presidencia, destacando su respeto y admiración por el expresidente estadounidense, a quien describió como un hombre de honor que siempre puso a Estados Unidos en primer lugar.
Mientras algunos líderes europeos como Salvini y Orbán se pronunciaron enérgicamente, otros países optaron por el silencio. El primer ministro británico, Rishi Sunak, evitó hacer comentarios directos sobre la condena de Trump, centrando su atención en los asuntos electorales locales. De manera similar, el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, Christian Wagner, se abstuvo de comentar sobre el caso.
El veredicto, que convirtió a Trump en el primer expresidente de Estados Unidos condenado por un delito grave, ha generado una ola de apoyo entre sus aliados internacionales, quienes consideran que esta acción judicial tiene motivaciones políticas. Dmitry Peskov, portavoz del presidente ruso Vladimir Putin, sugirió que había una conspiración política detrás de la condena, apuntando a un uso indebido del sistema legal para eliminar a rivales políticos.
La reacción de los aliados de Trump subraya una división en la percepción de justicia y política entre Estados Unidos y ciertos sectores de Europa. Estos aliados ven en Trump a un líder fuerte que ha sido injustamente atacado por sus adversarios, y su apoyo podría influir en la percepción pública internacional sobre el caso. Los aliados europeos, al reiterar su apoyo, están apostando por su regreso, lo que podría tener implicaciones para las relaciones transatlánticas.
Aliados entre tensiones y apoyo en un panorama político incierto
La aplastante victoria de Donald Trump en los primeros caucus republicanos ha encendido las alarmas en Europa. Los eurodiputados temen una vuelta a la Casa Blanca que podría traer consigo una nueva guerra arancelaria entre la UE y EE.UU., similar a la vivida durante su primer mandato. Durante ese período, Trump impuso aranceles a productos europeos como el aluminio y el acero, generando tensiones comerciales significativas. Aunque estos aranceles se encuentran actualmente suspendidos bajo la administración de Joe Biden, la incertidumbre sobre su posible reimposición persiste.
Algunos eurodiputados han manifestado su preocupación, señalando que el contexto global ha cambiado considerablemente. La guerra en Ucrania y la inestabilidad mundial podrían influir en las políticas comerciales de Trump, llevándolo a adoptar medidas más suaves o, por el contrario, a endurecer sus posturas. La administración Biden, aunque ha mantenido un tono más conciliador, no ha sido completamente cooperativa en temas críticos como el comercio de aluminio y acero, según Beghin.
Además del comercio, la situación en Ucrania representa otra fuente de preocupación para la UE. Estados Unidos ha sido el mayor donante de ayuda a Ucrania durante la guerra, pero la falta de consenso en Washington para aprobar nuevos paquetes de ayuda genera incertidumbre. Para algunos la imprevisibilidad de Trump añade una capa adicional de complejidad. Trump ha emitido declaraciones contradictorias sobre su apoyo a Ucrania, lo que hace difícil anticipar sus acciones futuras.
La posible vuelta de Trump a la presidencia preocupa también a las cancillerías europeas que valoran la estabilidad del vínculo transatlántico. Bajo Biden, aunque no exenta de desafíos, las relaciones entre la UE y EE.UU. han transitado por cauces más predecibles. La estrategia de Europa frente a la crisis energética, agravada por la invasión rusa de Ucrania, ha fortalecido los lazos con EE.UU. Sin embargo, la perspectiva de un segundo mandato de Trump amenaza con desestabilizar este equilibrio. La política de «America First» de Trump podría resurgir, afectando no solo el comercio sino también la cooperación en defensa y energía.
Putin parece estar apostando por el desgaste occidental, esperando un cambio en la administración estadounidense que debilite el apoyo a Ucrania. Las fuentes europeas temen que una victoria de Trump podría dar un giro drástico a la política exterior de EE.UU., dejando a Europa en una posición vulnerable. La experiencia previa de Europa con Trump dejó claro que sus decisiones pueden ser abruptas y disruptivas.
La UE y Trump: una alianza necesaria
La relación entre la Unión Europea y Donald Trump ha sido, en muchos aspectos, una montaña rusa. Trump ha criticado en repetidas ocasiones a los aliados de la OTAN por no cumplir con su compromiso de gasto del 2% del PIB en defensa. Sus recientes declaraciones en Carolina del Sur, donde sugirió que no protegería a los aliados que no paguen, han causado una gran preocupación en Europa. Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, respondió afirmando que la organización sigue preparada para defender a todos sus miembros. Esta respuesta subraya la importancia de la cohesión dentro de la Alianza Atlántica.
El expresidente también ha cuestionado el apoyo de Estados Unidos a Ucrania, sugiriendo que se debería llegar a un acuerdo que incluya concesiones territoriales a Rusia. Las recientes declaraciones de Trump han llevado a líderes europeos como Charles Michel y Thierry Breton a enfatizar la necesidad de una mayor autonomía estratégica dentro de la UE. Breton, comisario europeo de Mercado Interior, argumentó que la seguridad de Europa no puede depender de los resultados electorales en Estados Unidos. Esta visión ha ganado terreno en Bruselas, donde se debate la idea de una «europeización de la OTAN».
El temor de que Rusia pueda aprovechar una administración Trump para expandir su agresión más allá de Ucrania ha acelerado estas discusiones. Los líderes europeos reconocen que deben reforzar sus capacidades de defensa propias. La cooperación transatlántica sigue siendo crucial, pero la UE no puede permitirse depender exclusivamente de Washington para su seguridad.
Lo cierto es que la relación entre Estados Unidos y Europa podría experimentar un cambio significativo si Donald Trump vuelve a la presidencia. Trump ha mostrado un enfoque nacionalista y disruptivo que contrasta fuertemente con las políticas multilaterales tradicionales de Estados Unidos.
En materia de defensa, Trump ha sido crítico con los aliados de la OTAN, cuestionando su compromiso y sugiriendo que Estados Unidos podría no acudir en su ayuda si no cumplen con sus obligaciones de gasto. Este tipo de retórica podría debilitar la cohesión de la Alianza Atlántica y sembrar dudas sobre la seguridad colectiva en Europa. Los líderes europeos podrían verse obligados a aumentar significativamente su gasto en defensa y considerar la creación de una estructura de defensa más autónoma.
Económicamente, Trump ha favorecido políticas mercantilistas y proteccionistas, lo que podría significar un regreso a la imposición de aranceles y barreras comerciales. Esto afectaría negativamente las relaciones comerciales entre Estados Unidos y la Unión Europea, obstaculizando el comercio transatlántico y creando tensiones en sectores clave como la automoción y la tecnología.
En resumen, un segundo mandato de Trump podría llevar a una relación transatlántica caracterizada por una mayor desconfianza y tensiones. Europa tendría que adaptarse a un Estados Unidos menos predecible y más centrado en sus intereses nacionales, lo que requeriría una reevaluación de sus propias políticas de defensa, comercio y cooperación internacional. La UE tendría que fortalecer su autonomía estratégica para enfrentar los desafíos de un mundo cada vez más fragmentado.