Jeremías Asensio (nacido en Cilleros, Cáceres) lleva toda la vida escribiendo poesía y, por fin este mes, aparecerá en a las librerías de toda España su libro Pobre, un destello literario donde combina crítica social, humor, belleza y un sentido y acertado oficio de escritor. De la mano de la editorial Cuadernos del Laberinto, la voz de Asensio aparece en un bello y cuidado volumen donde los lectores encontrarán una poesía cargada de discernimiento. Versos de una gran sagacidad narrativa que hablan sobre la importancia de observar directamente, sin filtros provocados por las modas.
Es su poesía directa, con un lenguaje llano y comprensible, con una tremenda sonoridad buscada y repleta de ironía y chispa. Un libro acertado y profundo, ideal para ese regalo navideño de los que no quieren quedarse en la pátina y que prefieren ahondar en las entrañas de la autenticidad.
Al buscar el término «poesía» en cualquier diccionario, en todas las definiciones se hallará la palabra belleza. Y es cierto que los versos se prestan más a la exaltación de lo bello que la narrativa, mucho más prosaica, pero también existe la poesía satírica y burlona, muy extendida en este país y con gran aceptación popular, sobre todo en épocas pasadas. O la poesía mística en la que España ha tenido autores muy destacados.
En este libro, Pobre, se encontrará crítica y pesimismo, pero también ironía y reconocimiento a ciertas personas que son admirables, porque, como decía Oscar Wilde: «Todos vivimos en el fango, pero a algunos nos gusta mirar las estrellas».
Jeremías Asensio ofrece versos sinceros y sin ambages, donde los lectores sentirán que lo fundamental no está en contar cosas importantes, sino en hacer importante cualquier cosa. Un libro para pensar, reír y disfrutar de la sonoridad y magnificencia de la rima y la métrica.
—¿Qué va a encontrar el lector bajo este título-detonante, qué ha querido trasmitir?
—El hilo conductor del poemario es el pesimismo y la crítica social; la pobreza no es solo económica, que suele ir acompañada por la dignidad, sino también la pobreza moral. Pero según iba leyendo lo escrito me di cuenta de que me estaba quedando un libro demasiado oscuro, y por eso añadí algunos poemas que intentan hacer sonreír al lector. También he querido hacer un homenaje a personas concretas que para mí son un ejemplo de vida, como Carmen Tagle.
—¿Cómo ha sido el proceso de escritura? ¿Tiene manías a la hora de enfrentarse con el folio en blanco? ¿Quién es su “lector cero”, esa persona de confianza que es la primera en leer sus poesías para darle una opinión crítica?
—El proceso de escritura para mí es siempre el mismo. Hace tiempo escribía por diversión (y ahora también), y lo hacía detrás de las facturas de la luz, en el correo publicitario, etc. Llegó un momento, no recuerdo cuándo, en el que me di cuenta de que pensaba casi en verso; por ejemplo, estaba charlando con alguien y decía una frase que me llamaba la atención, o descubría algún dicho gracioso, o alguna expresión o idea leída en un libro… Pues ahora rápidamente le cuento las sílabas con los dedos y anoto la idea o frase en un cuaderno. Antes era un aficionado, ahora soy un profesional porque me he comprado un cuaderno para escribir poemas.
Respecto al folio en blanco, no tengo manías porque uso un cuadernillo de páginas cuadriculadas (es broma); cada vez que empiezo una página pongo en el encabezamiento el nombre de personas que me inspiran.
Mi «lector cero» es mi padre, gracias a él escribo, porque mi padre publicaba poemas en una revista literaria (se sabe de memoria las obras completas de Gabriel y Galán), y así en mi casa hemos estado siempre en contacto con los versos. A mi padre lo retiró de la poesía el señor Moncho Borrajo, porque al ver la facilidad de este hombre para el verso y el relato se preguntó: «¿pero qué estoy haciendo yo?» Y dejó de escribir.
Mi padre es el que me dice si algo le gusta o directamente le parece vacío y sin interés.
—Esta es su opera prima que llega a las librerías, sin embargo, usted lleva mucho tiempo escribiendo, de hecho fue galardonado con el accésit del certamen Estrofa Julia, métrica creada por Consuelo Giner. ¿Cómo ha sabido cuándo era el momento de publicar?
—Llevo toda la vida escribiendo, pero hubo un momento importante para mí que me ayudó a seguir: fue gracias a Leopoldo Alas Mínguez, que organizó en su programa Entiendas o no entiendas, de RNE, el certamen Un minuto de amor, y resultó que mi hermana estuvo entre los tres ganadores ¡y Leopoldo habló con ella en su programa de radio! Aunque no fuese yo el premiado, me dio mucho ánimo, y desde entonces Leopoldo Alas Mínguez es muy querido en mi casa.
Creo que el momento de publicar no lo decide uno, tú envías un poemario y tienes que encontrar a un editor al que le guste, y esto es difícil porque es algo muy subjetivo, ya que lo que a mí me parece bueno, al editor le puede parecer pura filfa.
—Zorrilla decía que la métrica y la rima son las vestiduras regias de la poesía. Es usted un milimétrico seguidor de ambas, de la sonoridad precisa y del verso clásico. ¿Por qué hoy en día cuesta tanto encontrar poetas que apoyen esta escuela?
—La métrica no es solo una estructura estrófica, sino que está pensada para dar sonoridad y cadencia a los versos y que resulten así agradables al oído. No es que Petrarca o Garcilaso se levantasen una mañana y se dijeran: voy a encorsetar mi pensamiento y a someter mis ideas a las reglas que me parezcan. ¡No! Ellos recogen la tradición clásica griega y latina y la van adaptando al tiempo en el que viven.
Hoy en día predomina el verso libre, y para que este sea poesía debe tener gran hondura el sentimiento que expresa; siempre pongo como ejemplo el poema Autobiografía, de Luis Rosales, que es verso libre, pero de un nivel inalcanzable para mí por mucho que escriba. En la actualidad abunda el verso libre y entre tanta polvareda perdimos a don Beltrán.
—No cabe duda de que una baza importante de su obra es el sentido del humor y la crítica social.
—Sí, o al menos lo intento. Tanto la ironía como la crítica social siempre han estado ahí, desde los libelos satíricos que se pegaban anónimamente en las calles de Roma hasta el soneto Me niego a hacer sonetos…, de José María Fonollosa, pasando por hombres a su nariz pegados o por Miguel Hernández. Eso sí, les digo que antes que mi pobre libro lean a cualquiera del Siglo de Oro.
—Recomiéndenos un poemario que le haya deslumbrado últimamente y otro que sea su libro de cabecera.
—He descubierto al poeta Luis García Arés, y me ha impresionado. Recomendaría su libro El Santo Rosario en sonetos por su originalidad y por no someterse a las modas o tendencias y cultivar de nuevo la poesía mística tan importante en nuestro país.
Uno de mis libros de cabecera es la poesía completa de Quevedo (no el rapero, que ya le vale llamarse así).
—¿Cómo definiría la poesía?
—Después de Bécquer, ¿quién se atreve a contestar a esta pregunta?
Extractos del poemario
«Amor imposible»
Ha pedido don Precario
la mano de Plusvalía,
la respuesta fue algo fría:
de tus bienes, inventario.
«El ciprés de los poetas»
A Gerardo Diego
Qué tienes tú, ciprés, que los poetas
te loan, con metáforas te ensalzan,
que si torres de ramas que se alzan,
que si flechas que hieren las cometas.
Que si lanzas enhiestas y discretas,
que si hombres que en la tierra se descalzan,
que si hormigas que en fila se realzan,
que si finas cabezas de saetas.
Que si sombras oscuras y alargadas,
que si pinchos de punta amenazantes,
que si guardias armados con espadas.
Mas los hay por motivos más que serios
y es que son los cipreses vigilantes
de los sepulcros de los cementerios.
«Humphrey Bogart a Lauren Bacall»
A Pedro Antonio Hernández Nevado, cinéfilo
Bogart le dijo a Bacall muy en serio:
no te fíes de un hombre que no beba,
tenlo en cuenta y en mí tienes la prueba,
aunque esto para ti sea un misterio.
Y así yo seguiré hasta el cementerio,
asumiendo los riesgos que conlleva,
no quiero para mí vida longeva
si tengo que vivir en cautiverio.
Sin pedir nada a cambio tú me diste
tu entera juventud, niña risueña,
y aunque se opusieron no cediste.
Tu amor hizo mi vida dulce y plena,
yo siempre estaré ahí, Lauren, pequeña,
y si me necesitas…, silba, nena.