La muerte transformada de las mariposas, Antonio Sánchez Castro y su serie ‘Transformación’

La serie Transformación constituye la tarjeta de presentación de Antonio Sánchez Castro en el mundo de la creación artística. Cada uno de los 10 sets -numerados desde el 1/10 hasta el 10/10 – que conforman la serie está compuesto por piezas que muestran a una mariposa con sus alas simétricamente desplegadas y sobre un fondo neutro de imprecisa definición – pudiera ser un muro, un papel, una piel -. Las mariposas se representan resaltadas por un círculo de sombra que recuerda la técnica del caché del cine mudo y que las focaliza en una textura de luz, tan íntima como sensual. La mezcla de fotografía, dibujo y arte digital otorga a cada lepidóptero una presencia imponente, en la que cada mínimo detalle de su fisionomía se expone con un realismo desbordante. Ninguna mariposa vuela; todas están quietas, fijadas como un “campo de visión” que las define, en primera instancia, ante el espectador, como una imagen. Evidentemente, cualquier obra artística define una imagen, por cuanto afirmar que las mariposas de Antonio Sánchez Castro funcionan como imágenes podría interpretarse como una perogrullada. Pero no lo es. Como se acaba de advertir, estos insectos aparecen inmóviles ante un fondo neutro, vaciados de cualquier carga anecdótica o relato que permitiera contextualizar su existir. Se limitan a mostrar(se). De ahí que, en un primer nivel de análisis, cada obra de Sánchez Castro opere como una tautología: la imagen de una mariposa es la imagen de una mariposa.

El alcance de esta aseveración no es pequeño. Como es sabido, la metamorfosis de una mariposa consta de cuatro fases: el huevo, la larva, la pupa y el imago. La palabra “imago” tiene el significado de “insecto adulto, sexualmente maduro, después de la metamorfosis”, y viene del latín imago -retrato, copia, imitación-, el cual a su vez sirve de étimo para términos como “imaginar”, “imitar” y, naturalmente, “imagen”. Que la mariposa acceda a su fase madura como imago -esto es: como imagen- posee fascinantes connotaciones que no se pueden obviar. No es difícil inferir de esta circunstancia que toda imagen es el resultado de una transformación -o, más exactamente, de una resurrección-. Como afirma Tae-gyun Kim, el tiempo que pasa la oruga en su capullo se puede asimilar al “silencio de la muerte”. La “imagen-mariposa” -tal y como lo subraya Antonio Sánchez Castro– es aquello que se hace visible tras su latencia como muerte. “Mostrar(se)”, en el caso de la mariposa, es retornar a la vida de lo visible, a la vitalidad del darse a ver. Solemos dar la imagen por sentada, como algo que está ahí, siempre disponible, pero, como se demuestra en la serie Transformación, una imagen es la consecuencia de trascender la muerte, un “acto de visibilidad” rescatado de la inanición de lo oculto, del silencio de la no-vida. La vida de la imagen se distingue por su intermitencia, por su aparición y desaparición en un ciclo continuado y repetido en el que lo visible está en continua transformación. La mariposa, en este sentido, representa el estado maduro de la imagen, la fase plena del mostrar en la que este ya no es medio de nada y sí fin en sí mismo.

La mariposa como imago, como campo de visión que ofrece certidumbre sobre la existencia de una vida visible más allá de lo invisible, funciona, en paralelo, en un nivel eminentemente simbólico. A diferencia de una alegoría o un signo, un símbolo indica “algo que no puede ser expresado usando conceptos racionales” . Y, en este sentido, la imagen de la mariposa se ha convertido, a lo largo de la historia, en uno de los campos simbólicos más fecundos. En concreto, Gagliardi describe 74 contextos simbólicos en los cuales las mariposas y polillas pueden aparecer. Para entender esta potente proyección simbólica de la mariposa, es necesario anotar su asimilación al alma humana y, concretamente, a la psyché griega. El verbo griego psycho significa “soplar” y, a partir de él, se forma el sustantivo psyqué que alude, en un primer momento, al soplo, hálito o aliento que exhala al morir el ser humano. Cuando la psyqué escapa del cadáver, lleva una vida autónoma que los griegos imaginaron en la forma de una figura alada –una mariposa-. En numerosas culturas, la mariposa es la encargada de contener el alma en el intervalo de tiempo que se abre de una reencarnación a otra. Por así decirlo, es la garante de que, desencarnada, el alma mantenga su individualidad y el “yo” no se pierda, no se disemine. Si, como apunta W. Deonna, la mariposa significa “vida, destino humano, renacimiento, inmortalidad”, es precisamente porque garantiza una unidad de conciencia en el tiempo –que es lo que, culturalmente, se conoce como trascendencia-. Pero –y he aquí la cualidad principal de la mariposa- la especificidad de este lepidóptero es que dicha “unidad de conciencia” no la alcanza mediante la inmovilidad o la continuidad en la forma, sino a través de su incesante transformación. El alma/mariposa vence a la muerte y resucita a causa de su capacidad para mutar y no permanecer sujeta a una única forma. Tae-gyum Kim tiene razón cuando sostiene que la “mariposa también simboliza el yo” . Y la clave de esta función simbólica es comprender que el yo es una realidad multiforme y que solo por medio de esta continua traición a la idea de una forma única puede trascender la lógica de la vida y de la muerte. Aquello que Antonio Sánchez Castro refleja en su serie Transformación es precisamente la perennidad del yo sobre la caducidad de la forma. En el arte romano y en el Renacimiento, una mariposa se solía colocar sobre la imagen de un cráneo con el fin de ilustrar el modo en el que “el alma desprendida del cuerpo mortal había triunfado, y la vida eterna había triunfado sobre la muerte”. Victor Hugo dedicó, en su poema Pleurs dans la nuit, unos reveladores versos a este asunto: “Fais de tous ces morts une joyeuse vie…/ Et couvre de ces yeux que t’offrent les squelettes l’ailes des papillons” (“Haz de todas esas muertes una vida feliz / y cúbrete con esos ojos que te ofrecen los esqueletos de alas de mariposas”). Pese a la exuberancia de las mariposas representadas por Sánchez Castro y la tentación, por consiguiente, de ser capturado por su despliegue de color y de sensualidad, su cuerpo testimonia no tanto la resurrección de la forma cuanto la resurrección del “yo”.

En la historia de Eros y Psique, Psique es una mujer terrenal cuya belleza amenaza a Venus –la diosa del Amor-. Enfurecida, Venus envía a Eros para vengarse, pero este se enamora ciegamente de Psique. En castigo, Venus destierra a Psique al inframundo, pero ella vuelve victoriosa a la vida y Zeus le otorga la inmortalidad para que pueda casarse con Eros como una igual. En resumen, Psique no solo simboliza el alma/yo inmortal, sino también su triunfo. De hecho, cuando se observan con detenimiento las mariposas de Antonio Sánchez Castro y se desliza pausadamente la mirada por sus alas desplegadas, se advertirá cómo estás parecen de papel y se encuentran a punto de rasgarse. El “yo” es poderoso y capaz de trascender; la forma, en cambio, sumamente frágil y perecedera. No es de extrañar, a este respecto, que Tae-guym Kim afirmara que las alas desproporcionadamente grandes de las mariposas simbolizan los opuestos: de un lado, la belleza; de otro, la fugacidad. Paradójicamente, la mariposa funciona como una imagen de resurrección para el “yo” y como una vanitas para la forma.

Tal y como se ha indicado con anterioridad, cada una de las piezas que conforman Transformación se distinguen por una impactante sobriedad. A diferencia de Damien Hirst –quien, en su célebre serie Butterflies, utiliza los propios cuerpos de las mariposas para realizar composiciones fastuosas y próximas a los diseños de la alta costura-, Antonio Sánchez Castro ha insertado a estos insectos en un marco limpio, impactantemente desnudo en el que toda la “arquitectura” ontológica, creativa y emocional que los construye se pone frontalmente de manifiesto. De su tránsito por los reinos de la muerte y de la vida, cabe inferir que la mariposa es un ser híbrido: en su cuerpo lleva la huella de ambos estados. Una mariposa no es tanto muerte superada cuanto muerte transformada. La muerte se transforma en vida. O lo que es lo mismo: las alas de la mariposa son la vida hecha con la materia de la muerte. Esta forma de hibridación parece haberla asumido Antonio Sánchez Castro en la propia técnica empleada para la elaboración de cada trabajo: la mezcla de fotografía, dibujo y arte digital. Pese a que la historia de la cultura la ha elevado a imagen por excelencia de la pureza, la mariposa constituye el ser impuro por antonomasia: su vida entrelaza diferentes formas muy alejadas entre sí; en una fase se arrastra por el suelo, y, en otra, vuela; unas veces es visible; otras, invisible; pertenece al ámbito de la vida, pero también al de la muerte. Que la complejidad de esta realidad haya sido abordada por el autor mediante una técnica híbrida supone todo un acierto que refuerza considerablemente el empaque conceptual de cada una de estas imágenes.

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