Cuando se piensa en directores de cine, es prácticamente inevitable que a uno le vengan a la cabeza nombres como Martin Scorsese, Steven Spielberg, Ridley Scott o Roman Polanski. Incluso a la hora de centrarse en géneros más concretos, como puede ser el terror, hay nombres también míticos, que suelen llevar tras de sí la etiqueta de “de culto”. Buenos ejemplos podrían ser John Carpenter, o el ya fallecido Wes Craven, padre de Scream o Pesadilla en Elm Street. Poca gente, por el contrario, conoce a Albert Pyun, lo cual puede considerarse una relativa injusticia.
¿Qué hace falta para ser un buen director de cine? En realidad, para responder a esa pregunta habría que valorar muchas cosas: talento, presupuesto, oportunidades, experiencia y, tal vez incluso por encima de todo eso, entusiasmo. Y eso es algo que el cineasta Albert Pyun tenía hasta la extenuación. De hecho, hasta el momento de su muerte, ocurrida en Las Vegas a la relativamente temprana edad de 69 años, el hombre jamás renunció a la que era su gran pasión: rodar películas.
Albert Pyun, una vida dedicada el cine
Es difícil saber hasta dónde podría haber llegado la carrera de Albert Pyun de haber contado con otros tipos de medios detrás. O, tal vez, si su interés personal hubiese ido por otros derroteros. El director nacido en Hawái siempre tuvo una predilección especial por el cine de acción, ciencia ficción y fantasía, géneros que en raras ocasiones llegan a seducir al gran público. Más aún cuando, como pasa en el caso de Pyun, no se tienen presupuestos importantes detrás. Al contrario, el artista siempre tuvo que hacer auténticos malabares para poder financiar sus obras, sobre todo en sus últimos años, muy alejado ya de cualquier estudio de renombre.
Su carrera, no obstante, se remonta a principios de los años ochenta. Una época muy diferente a la de ahora, cuando las plataformas digitales aún eran inconcebibles, y la industria del cine se dividías simplemente en tres patas: cine, televisión y videoclub. Sería precisamente en estas dos últimas en las que Albert Pyun tuviese más oportunidades de obrar su magia, por así decirlo.
Desde el principio de su trayectoria, el hawaiano pareció siempre sentir un vínculo irrompible con la serie B. Es decir, con películas con producciones pobres, y habitualmente destinadas, al menos en aquellos años, al consumo doméstico. Esto alejó al director de los grandes proyectos de Hollywood, pero a la vez le dio otras oportunidades, sobre todo a la hora de afrontar riesgos que, de otra forma, hubiesen sido imposible de acometer.
Albert Pyun, el padre de Cyborg y Capitán América
Repasando la filmografía de Albert Pyun, es casi imposible no asombrarse con lo inefable de muchos de sus proyectos, sobre todo los últimos (tenía dos en proceso en el momento de su muerte, ya con esclerosis y senilidad a cuestas) y que mezclaban ciencia ficción y terror con desarrollos poco menos que imposibles. Pero décadas antes, Pyum acarició con los dedos lo que podrían tildarse de éxitos comerciales. O, si no llegó a tanto, al menos sí alcanzó obras que le dieron cierta notoriedad. Para el público más friki se convirtió también en un autor de culto. No todo el mundo puede presumir de ello.
Lo logró gracias a la que posiblemente llegó a ser la cinta más memorable de su carrera: Cyborg. Una ambiciosa propuesta post-apocalíptica, que mezclaba de todo: robots, plagas, artes marciales… y nada más y nada menos que con el belga Jean Claude Van Damme de por medio. Contra todo pronóstico, la película fue un éxito, recaudando 10 millones de euros (su rodaje había costado apenas 500 mil). Tanto resultó así, que el estreno tuvo dos secuelas (además de ayudar a despuntar la carrera de Van Damme), pero Pyun nunca llegó a trabajar en ellas. Curiosamente, sí lo hizo en las de Kickboxer, estas sin el musculoso belga de por medio.
Entre otras producciones, habría que destacar otros momentos álgidos en la carrera del director, Capitán América (la primera versión del superhéroe de 1990, cuando las adaptaciones de cómics eran otra cosa) y Malas armas, una original cinta de acción protagonizada por Christopher Lambert y que, en cierta manera, se adelantó años a fenómenos posteriores como Battle Royale.
Está claro que la historia de Albert Pyun nunca se contará entre la de los grandes del cine, pero si refleja un gran tesón por hacer lo que uno desea y, sobre todo, por demostrar que se puede dejar un legado para el recuerdo, por mucho que apenas se haya rozado la primera división.