En la última década, el incremento de precios en la cesta de la compra ha sido una constante en la economía española, pero existe otra realidad menos visible que afecta directamente al bolsillo de los consumidores. La estafa silenciosa que ocurre en numerosos supermercados españoles adopta múltiples formas y pasa desapercibida para la mayoría de los compradores habituales, quienes rara vez comprueban con detalle sus tickets de compra. Este fenómeno, conocido coloquialmente como el «cambiazo», representa una sangría económica para millones de familias que simplemente acuden a realizar su compra semanal.
Lo más preocupante de esta situación no es el importe individual de cada error, sino la frecuencia y sistematización con la que ocurren estos pequeños fraudes al consumidor. Céntimos que se multiplican por miles de transacciones diarias y que, al final del ejercicio fiscal, pueden suponer auténticas fortunas para las grandes cadenas de distribución. El consumidor medio apenas nota estas pequeñas diferencias en cada compra, pero la suma acumulada a lo largo del año podría equivaler perfectamente a una compra completa o incluso más, dependiendo de la frecuencia con la que se visite el establecimiento.
2EL ROBO HORMIGA QUE SE CONVIERTE EN ELEFANTE: CÉNTIMOS QUE SUMAN MILLONES
Lo verdaderamente alarmante de este tipo de estafa no es tanto su cuantía individual como su sistematización. Si un supermercado medio realiza unas 500 transacciones diarias y en cada una de ellas se produce un «error» de apenas 20 céntimos, estaríamos hablando de un beneficio irregular cercano a los 100 euros diarios por establecimiento, lo que multiplicado por 365 días supondría más de 36.000 euros anuales. Ahora imaginemos una cadena con 1.000 establecimientos en toda España y la cifra se dispara a 36 millones de euros obtenidos mediante este sistema aparentemente inocuo.
Los consumidores raramente reclaman por diferencias tan pequeñas, ya sea por desconocimiento o por considerar que el esfuerzo de la reclamación supera al beneficio obtenido. Además, en caso de detectar el error y reclamar, la respuesta habitual suele ser atribuirlo a un fallo informático o humano puntual, nunca a una práctica sistematizada. La estafa funciona precisamente porque se camufla bajo la apariencia de pequeños errores aislados, cuando en realidad podríamos estar ante una práctica comercial deliberadamente engañosa y perfectamente calculada para maximizar beneficios sin despertar sospechas.