A partir del 10 de abril, los municipios españoles con más de 5.000 habitantes deberán empezar a cobrar la nueva tasa de basuras, una medida que no ha tardado en levantar ampollas por su carácter uniforme y por pasar por alto a quienes se esmeran en reciclar como es debido. Esta nueva normativa se encuentra respaldada por la Ley 7/2022 de residuos y suelos contaminados, que tiene como objetivo alinearse con las metas de reciclaje que ha marcado la Unión Europea, pero no hace diferencias entre los vecinos que separan sus desperdicios con rigor y los que apenas se molestan en intentarlo.
Ese enfoque de talla única ha puesto en pie de guerra a más de uno. La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), por ejemplo, ha salido a decir que así no se premia a quien cumple con las reglas ambientales y que hace falta un sistema más a medida, que no deje en el mismo saco al que recicla bien y al que no. El problema no acaba ahí: cada ayuntamiento tiene en sus manos decidir cómo calcular esta tasa, lo que podría traducirse en un mapa de disparidades, con facturas bien distintas según dónde viva cada cual.
La Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) también ha alzado la voz, avisando de que esta falta de criterio común puede agravar las diferencias entre territorios. Hay quien defiende la tasa como un empujón para que el reciclaje gane terreno, pero no todos están de acuerdo. El Partido Popular, sin ir más lejos, ha puesto sobre la mesa quitarle el carácter obligatorio, argumentando que Europa no obliga a estas tasas y que podrían buscar otras formas de mejorar lo que ya hay, sin necesidad de cargar más a los ciudadanos. El debate está servido, y el 10 de abril está a la vuelta de la esquina.
La nueva tasa de basuras se sustenta en un sistema que no premia las buenas prácticas
La nueva tasa de basuras, que ya pesa sobre los municipios de más de 5.000 habitantes, está dando mucho que hablar por no distinguir entre quienes separan bien sus residuos y quienes pasan de largo las normas. La ley ha plantado un tributo igual para todos, sin importar cómo gestione cada uno su basura, y eso ha encendido las críticas. Hay quienes dicen que, lejos de aplaudir a los que cumplen con las reglas ambientales, esto termina castigando por igual a los que sí se esfuerzan y a los que no mueven un dedo.
El asunto genera molestias porque va a contracorriente de lo que muchos ven como básico para combatir el cambio climático: animar a la gente a hacer las cosas bien. Y es que claro, al no separar a los que se toman el tiempo para reciclar siguiendo las normas y los que tiran todo al mismo contenedor, el sistema muestra sus principales falla. Sin un guiño en forma de descuento o beneficio para los que lo hacen como toca, se escapa la oportunidad de empujar a más vecinos a tomar el camino sostenible.
Y no es poca cosa: quienes ya se tomaron el trabajo de clasificar vidrio, papel o plástico podrían empezar a preguntarse para qué, si al final la factura no cambia. Los que están en contra de esta medida insisten en que, sin algo que premie el esfuerzo, difícilmente se van a alcanzar las metas de reciclaje que marca la Unión Europea. La polémica está abierta, y el debate no parece que vaya a apagarse pronto.
La falta de incentivos: ¿un modelo justo para todos?
La implementación de la nueva tasa de basuras está dejando en el aire más de una pregunta sobre si realmente es justa, porque no mira con lupa cómo recicla cada persona. En teoría, un sistema que quiere apostar por la economía circular debería poner en un pedestal a quienes se parten la espalda reduciendo desperdicios y separando bien lo que tiran. Pero aquí todos pagan lo mismo, hagan lo que hagan, y eso hace que muchos se paren a pensar si el modelo tiene pies y cabeza.
Quienes se esmeran en reciclar terminan cargando con el mismo costo que los que no se molestan, algo que a simple vista no parece muy equitativo. La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) ya ha levantado la mano para decir que haría falta algo más a medida, que distinga entre unos y otros. Sin un empujón que premie a quien gestiona bien sus residuos, la tasa podría acabar quitándole las ganas a los que ya venían haciendo las cosas bien por su cuenta.
Y hay más: al cobrar lo mismo a todos sin fijarse en quién recicla y quién no, el sistema corre el riesgo de que lo vean como un trato desigual. Los que cuidan el medioambiente se encuentran en el mismo barco que los que pasan de todo, y eso podría desinflar el ánimo de más de uno. Al final, lo que está en juego es si esta tasa, tal y como está planteada, suma o resto en la carrera por un planeta más sostenible.
Disparidades locales en la aplicación de la tasa de basuras
La nueva tasa de basuras viene con un giro que no pasa desapercibido: cada municipio puede decidir cómo calcularla, y eso abre la puerta a otras problemáticas. Hay sitios donde mirarán cuánta agua gastas, otros que se fijarán en lo que vale tu casa en el catastro o en cuántos viven bajo el mismo tejado. El resultado es un mapa lleno de diferencias, donde lo que pagas puede cambiar mucho de un pueblo a otro, aunque te cansa lo mismo a la basura.
Ese vaivén de criterios pinta un escenario desigual que tiene a más de uno rascándose la cabeza. No es raro imaginar a vecinos de distintos lugares enfrentándose a facturas que no se parecen en nada, incluso si sus cubos de basura pesan lo mismo. Todo esto enreda las cosas y deja a la gente sin saber a qué atenerse. Pero, sobre todo, pone en un aprieto a los que se toman en serio lo de cuidar el planeta, porque la tasa no siempre va a reflejar si separan bien el vidrio del plástico.
Pongamos un caso: en los sitios donde el cálculo va por el agua que usas, una familia numerosa que gasta más podría terminar pagando un pico, aunque recicle de lujo. Da igual que sean unos cracks con los contenedores; si el grifo corre, la factura sube. Y ahí está el problema: los que se esfuerzan por generar menos desperdicios no ven que eso les bastante un peso de encima a fin de mes. Al final, se les puede ir el ánimo, porque el sistema no les echa una mano para hacer las cosas bien.