La costumbre de encender velas para crear ambientes acogedores en el hogar se ha convertido en un hábito cada vez más extendido en los hogares españoles. Las velas aromáticas representan actualmente uno de los productos más vendidos en el sector de la decoración y el bienestar, con millones de unidades comercializadas anualmente en nuestro país. Sin embargo, tras esta aparente inocuidad se esconde un peligro potencial que muchos consumidores desconocen por completo.
El mercado de las velas aromáticas ha experimentado un crecimiento exponencial durante la última década, especialmente tras la pandemia, cuando muchas personas redescubrieron el placer de cuidar su entorno doméstico. Este auge ha provocado la proliferación de productos de dudosa calidad que, lejos de aportar bienestar como prometen sus fabricantes, pueden convertirse en verdaderos focos de contaminación dentro de nuestras casas. El problema principal reside en un componente que pasa desapercibido para la mayoría: las mechas metálicas que contienen plomo.
3EL AUGE DE LAS VELAS AROMÁTICAS Y SU CARA OSCURA
La industria de las velas aromáticas ha experimentado un crecimiento espectacular en los últimos años, impulsada por las tendencias de bienestar y decoración. Este mercado mueve anualmente más de 200 millones de euros solo en España, con cifras que continúan en ascenso. La popularidad de estos productos se debe a sus supuestos beneficios para el bienestar emocional y la aromaterapia, disciplina que ha ganado adeptos entre quienes buscan alternativas naturales para combatir el estrés y mejorar su calidad de vida, especialmente en entornos urbanos donde el contacto con la naturaleza es limitado.
Sin embargo, este auge ha propiciado la aparición de numerosos productos de baja calidad que priorizan el beneficio económico sobre la seguridad del consumidor. Las velas aromáticas baratas suelen contener no solo mechas potencialmente tóxicas, sino también fragancias sintéticas agresivas y ceras de origen petroquímico. La mayoría de consumidores desconoce que detrás de ese aroma a vainilla o canela puede esconderse un cóctel de sustancias químicas, muchas de ellas sin estudios exhaustivos sobre sus efectos en la salud a largo plazo, lo que convierte estos productos aparentemente inofensivos en posibles fuentes de contaminación doméstica.