El próximo 8 de marzo el morado y el feminismo vuelven a colorear las calles de la capital, pero también queda en evidencia una vez más la profunda división que existe en la unidad feminista española. Y es que lo que antes era un grito común contra el machismo ahora se fragmenta en dos discursos que, aunque comparten la lucha, no terminan de encajar.
De un lado, las feministas antirracistas y su enfoque interseccional, que reclaman mayor visibilidad para las mujeres migrantes y racializadas. Del otro, el feminismo más clásico, que mantiene su énfasis en la opresión estructural del patriarcado. ¿El resultado? Dos manifestaciones separadas en Madrid: una a las 12:00 desde Atocha y otra a las 19:00 desde Cibeles. El morado sigue siendo el color, pero no todos llevan la misma pancarta.
Pero vamos, que esta grieta no es para nada nueva, pero este año parece mucho más profunda que los años anteriores. La Comisión 8M, que organiza la marcha de la mañana, ha apostado por un lema que lo dice todo: «Feministas antirracistas, ¡a las calles! Nos va la vida en ello». Mientras tanto, el Movimiento Feminista de Madrid, que lidera la convocatoria de la tarde, insiste en centrar el foco en «Mujeres en lucha contra el machismo global».
Pero como todo tiene una explicación, estas diferencias entre las feministas tienen un origen y todo apunta a que, detrás de la división hay diferencias sobre la Ley Trans, el papel de las mujeres migrantes y hasta sobre cómo entender el concepto de mujer, un tema bastante profundo dicho sea de paso. Y aunque en teoría la causa es la misma, la izquierda feminista al parecer sigue sin encontrar el pegamento que las mantenga unidas.
Ahora bien, más allá de las diferencias, que son bastante evidentes, lo cierto es que la movilización sigue siendo masiva. En 2024, más de 70.000 personas tomaron las calles de Madrid en ambas marchas, según cifras de la Delegación del Gobierno. Este año, con el debate más encendido que nunca, se espera otra gran convocatoria, aunque cada grupo irá por su lado. Porque si algo está claro es que el feminismo sigue en lucha, aunque sea en carriles separados.
Dos marchas, un mismo día: la fractura feminista en el 8-M
Desde hace varios años, el 8 de marzo ha pasado a convertirse, además de un día de celebración de la lucha de las mujeres, en un reflejo de las profundas grietas que se viven dentro del movimiento feminista español.
Este año, al igual que años anteriores, España tendrá no una, sino dos marchas principales: una liderada por el feminismo clásico, que defiende la lucha contra el patriarcado sin más aditivos, y otra impulsada por el feminismo interseccional, que pone el foco en el racismo, la transfobia y otras formas de opresión. ¿El resultado? Un debate intenso, declaraciones cruzadas y una izquierda dividida que no termina de ponerse de acuerdo ni siquiera en una de sus banderas más icónicas.
La parte desafortunada de la historia, es que esta fractura no es para nada nueva, pero cada año parece agrandarse más. En Madrid, la Comisión 8M y el Movimiento Feminista de Madrid convocan marchas separadas. Sin embargo, en otras ciudades, como Barcelona o Valencia, las movilizaciones intentan mantener un tono más unitario, o eso es lo que parece, aunque las diferencias ideológicas siguen presentes.
Feminismo clásico vs. feminismo interseccional: las posturas enfrentadas
Estas diferencias tan marcadas entre los grupos feministas ponen en evidencia que este movimiento ya no solo se trata de una cuestión de igualdad entre hombres y mujeres; ahora dentro del propio movimiento hay diferencias que han abierto una auténtica grieta ideológica.
Es decir, por un lado, tenemos el feminismo clásico, ese que defiende la lucha contra el “patriarcado” y por supuesto los derechos de las mujeres, pero por otro lado tenemos el feminismo interseccional, que dice: «Un momento, aquí hay más cosas en juego», poniendo el foco en el racismo, la migración, la diversidad de género y otras formas de discriminación que también afectan a las mujeres.
Ahora bien, bienvenidas las diferencias, pero el problema surge cuando estas posturas no solo chocan internamente, sino que han convertido al movimiento en un campo de batalla donde cada bando acusa al otro de estar debilitando la causa, y el resultado lamentablemente es la poca credibilidad del movimiento feminista en España y por supuesto, las víctimas que se encuentran indefensas.
Las tensiones han llegado a tal punto que ya no se trata solo de debates teóricos, sino de decisiones políticas que afectan a la izquierda. Algunas feministas clásicas denuncian que el concepto de «mujer» se está diluyendo y que la lucha contra el machismo pierde fuerza cuando se amplía demasiado el foco, una postura bastante realista, cuando se toma en cuenta todo el esfuerzo que se ha invertido a lo largo de los años para unos “pocos” logros.
Mientras tanto, las feministas interseccionales sostienen que un feminismo que no incluya las experiencias de mujeres racializadas, trans y migrantes se queda corto. Sin duda son posturas reales las de cada grupo, sin embargo, en un momento de celebración, la unidad debe prevalecer.
¿Unidad imposible? Lo que está en juego en la lucha feminista
Ante este escenario tan complejo, tenemos claro que el feminismo en España se enfrenta a un momento complicado: encontrar una forma de unir fuerzas sin que las diferencias lo conviertan en una pelea interna constante. Porque, seamos sinceros, mientras la derecha observa el espectáculo con palomitas en mano, la fragmentación dentro del movimiento solo debilita su impacto y las afectadas son las víctimas que se encuentra indefensas.
Seamos honestos, si cada año hay dos marchas, dos discursos y dos maneras de entender y explicar la lucha, ¿qué tan efectiva puede ser la movilización real? Y lo más preocupante: ¿Cuáles son las consecuencias reales de esta división en el feminismo español?
La gran pregunta es si existe alguna posibilidad de limar asperezas o si estamos ante un punto de no retorno para el movimiento feminista español. Hay quienes defienden que las diferencias son inevitables y que el feminismo debe evolucionar hacia una lucha más amplia e inclusiva. Otros advierten que, sin un discurso común, el mensaje se diluye y el movimiento pierde fuerza, lo cual tiene consecuencias y victimas sin protección.
Lo cierto es que la fragmentación ya ha tenido consecuencias: debates encendidos en redes sociales, posturas enfrentadas dentro de los partidos de izquierda y una sensación de que, mientras se intenta definir qué feminismo es el “correcto”, el machismo sigue haciendo de las suyas sin que nadie lo frene.