Este pasado 2024 se cumplió una década del estreno de ‘Interstellar’ (o Interestelar), una película dirigida por el cineasta Christopher Nolan y producida junto a Emma Thomas y Lynda Obst que, para muchos -incluido el humilde redactor que escribe estas líneas-, se convirtió desde el primer visionado en una de las cintas más memorables que ha dado el género de la ciencia ficción en el siglo XXI. Ahora bien, ¿estamos seguros de que es ciencia ficción?
De lo que no hay duda es de que ‘Interstellar’ es ciencia. Si bien Nolan se había acostumbrado a retorcernos la mente poniéndonos a prueba con situaciones que solo se pueden recrear en la gran pantalla (‘Origen’ y la trilogía de Batman son buenos ejemplos de ello), en esta ocasión quiso ir un paso más allá abordando agujeros negros, agujeros de gusano, dilatación temporal y física especulativa tras un primer guion de su hermano Jonathan.
Más ciencia que ficción
Lo hizo con sumo cuidado, e incluso asesorado por el físico Kip Thorne, dándonos motivos a los «mortales» para pensar que lo que veíamos era una absoluta locura cuando en realidad tenía mucha de verdad. O, al menos, de verosimilitud. Plausible y posible según la propia ciencia.
«Lo que encuentro verdaderamente inspirador de trabajar con Kip es que, cuando le hacía una pregunta, nunca me contestaba al instante. Siempre me decía ‘Vale, no creo que sea posible, pero déjame que lo mire’. Se iba y se tiraba un par de días haciendo cálculos y hablando con otros científicos, investigando en distintas publicaciones científicas sobre el tema, y luego volvía con una respuesta concreta», aseguraba el propio Nolan al Hollywood Reporter en 2014.
«Kip siempre me decía ‘Vale, no creo que eso sea posible, pero déjame que lo mire’»
Nolan hizo varias visitas por la NASA y SpaceX de cara a documentarse todavía más para ‘Interstellar’, e impulsó la creación junto a Thorne de un software de CGI que interpretara cálculos sobre el comportamiento de la luz y los distintos comportamientos astronómicos que escapan de la memoria colectiva. Como prueba de ello, el exingeniero de software de la NASA Timothy Reyes dijo que la contabilidad de Thorne y Nolan de agujeros negros y agujeros de gusano y el uso de la gravedad eran excelentes.
¿El resultado? Una obra monumental que no dejaba de ser muy respetuosa con las teorías y modelos físicos más aceptados del momento. Complejos, sí, mucho para quien no esté familiarizado con la relatividad; pero casi todo tenía una base real.
Por qué ‘Interstellar’ es una película de amor
Y digo ‘casi’ porque, evidentemente, el filme posee elementos de ficción que completan esa pata del género tan manido, y está ambientado en una realidad alternativa; un futuro distópico. Y, sin embargo, ‘Interstellar’ no es una película de ciencia ficción para mí. Está claro que tiene elementos y, si hay que categorizarla de alguna forma, esa etiqueta es la menos conflictiva de todas. Pero debo rebelarme: tras mi enésimo visionado -esta vez en IMAX-, tengo más claro que nunca que estamos ante una obra más relacionada con el amor que con otra cosa. Y, para explicarme, debo pisar el terreno spoiler.
Voy a dejar algo claro antes de que caigan piedras sobre mi tejado: hablo de una película de amor, que no es necesariamente lo mismo que una película romántica. Romántica también es, sí, aunque hacia nuestro planeta. En buena parte, es también una cinta de terror, por el mismo motivo que envuelve a este romanticismo mencionado hacia nuestro hogar y cómo solo somos pasajeros en un navío del que depende todo nuestro destino. Pero ‘Interstellar’ es una película de amor porque es el amor el eje de toda su trama y del arco de todos los personajes importantes.
Con Cooper y su hija es evidente. Al personaje interpretado magistralmente por Matthew McConaughey le mueve primero su naturaleza exploradora y su hartazgo por llevar una vida de granjero que solo supone alargar artificialmente una cuenta atrás inevitable; y segundo su amor hacia sus hijos, especialmente a su vínculo con Murph (la genial Jessica Chanstain), que no hace más que incrementarse a medida que avanza el metraje.
Pero con el personaje de Amelia Brand el amor también es el eje de todo, aunque esta vez de manera dual: primero con su padre, por la obvia relación paternal y familiar, y segundo con Edmunds, uno de los tres astronautas que mandaron señales de que los planetas que visitaron en las misiones Lázaro auguraban cierto grado de subsistencia para la humanidad. Sin ir más lejos, la propia Anne Hathaway deja la mejor reflexión de la película. Adivínalo: va sobre el amor.
Con todo ello, es el amor la respuesta final de la película. Gargantúa, el teseracto, los datos cuánticos que obtiene Tars… Todo eso es una anécdota al lado del mensaje único y último de ‘Interstellar’: es el amor el que mueve todos los sucesos de la película. Cooper puede manipular la gravedad y comunicarse con su hija dentro de la distorsión espaciotemporal porque su vínculo es más fuerte que cualquiera. Suena tan cursi como lo pensó Nolan: el amor es la fuerza de la película que puede trascender tiempo y espacio.
Como mil cosas de ahí fuera, pasarán los años y seguiremos sin comprender al 100 % el amor. Algo que se vuelve a veces tan irracional que parece un fenómeno más misterioso que los que siguen escondiéndose allí fuera, a años luz de distancia, en los sistemas y galaxias de nuestro inexplorado universo. Y, si no te he convencido con esto, te doy mi última pildorita relacionada: escucha la banda sonora de Hans Zimmer. Te vas a enamorar.