En 1995 dos de las mujeres más famosas de Estados Unidos eran Demi Moore y Pamela Anderson. En unos años en los que la distancia entre las estrellas televisivas y las de la pantalla grande era más amplia que hoy en día. Si embargo, la percepción del público y la crítica era la misma para ambas. Una murena y una rubia que representaban las formas de encarnar a una sex-symbol perfectamente diseñada por la industria.
Moore encorvó su espalda a base de rodar thrillers eróticos que daban una idea oscura sobre el sexo, un punto de vista que siempre ha gustado a Hollywood, y convirtieron a Moore en una especie de representante de una peligrosa mantis religiosa.
Por otro lado, estaba Pamela. Rubia siliconada como toda una oda a la idea de la belleza como monumento al artificio. Una idea mucho más luminosa del sexo, pero también, más pretendidamente recada dentro de la exhibición. En Los vigilantes de la playa se insinuaba lo que luego Playboy, previo pago, mostraba.
Ambas no eran tomadas en serio por la crítica y las andanzas de su vida privada alimentaban la prensa del corazón. Si la foto de Demi desnuda y embarazada en Vanity Fair daba la vuelta al mundo, Pamela y su ardiente luna de miel con el batería de Mötley Crüe, Tommy Lee, se convertía en la primera sextape filtrada en Internet de la Historia. Un vídeo que dio lugar a un proceso legal que hizo historia en cuanto a los límites de la intimidad para las personas públicas en Estado Unidos.
Hoy, tres décadas después cada está protagonizando su propio come back al mundo del cine con sendos proyectos donde se la reivindica como actrices además de suponer dos proyectos que reflexionan sobre la importancia de la imagen en la sociedad y cono ésta afecta especialmente a las mujeres.
PAMELA, DEMI Y SU TRIUNFO EN DOS FESTIVALES
Demi Moore presentó La sustancia en el Festival de Cine de Cannes, donde la cinta se alzó con el premio al mejor guion, y Pamela sorprendió con The Last Showgirl en el pasado Festival de Cine San Sebastián. Una cinta dramática que ha hecho que muchos especulen con una nominación al Oscar para ella. Algo impensable en los años 90.
Detrás de ambas cintas, lejos de las grandes producciones de Hollywood, dos cineastas que llevan tiempo llamando la atención de la crítica. En el caso de La sustancia, se trata de la francesa Coralie Fargeat. Un relato de ciencia ficción revista una historia sobre el canon de belleza en la Fargeat fantasea con los extremos de la idealización y la idea de la perfección extendida por las redes sociales.
Alabada por su ópera prima, Venganza (2017), Fargeat juega a crear imágenes que generan incomodidad nerviosa en el espectador y Demi Moore domina en una cinta en la que muchos creen ver retazos de su propia relación con la industria de Hollywood.
Detrás de The Last Showgirl está Gia Coppola, nieta del director de El Padrino. Pamela Anderson, a quien ningún estudio habría considerado nunca para un papel de esta naturaleza, disecciona la parte más dura del show business.
Ambas, Demi y Pamela, Pamela y Demi, vuelven al mundo del cine desde los márgenes del cine comercial para reescribir uno de los capítulos favoritos del mundo del espectáculo: el redescubrimiento. Dos productos destinados a la generación Z, principalmente. Un público acostumbrado a deglutir elementos de la cultura pop de generaciones pasadas y darles un nuevo punto de vista. Consumirlos con otros ojos.
Moore y Anderson, años después de escándalos, cirugías y (malas) elecciones sentimentales, vuelven al cine dándole la vuelta a lo que la industria quiso de ellas hace tres décadas. La venganza de dos sex symbols en paro para las grandes productoras que encuentran en un cine más arriesgado la oportunidad del que no tiene nada que perder. Con ambas películas vuelven a posicionarse en una industria acostumbrada a crear estrellas y luego abandonarlas. Sobre todo, si tienen la mala idea de empezar a decidir por sí mismas.
Por suerte para ambas, la nueva generación de creadores (y sobre todo creadoras) se acercan a la cultura pop de manera menos desprejuiciada que en otras. Nuevas formas de autorreferencia en el mundo del cine que ya no tiene miedo a mostrar sus costuras.