El hambre, exacerbada por los conflictos armados, alcanza cifras alarmantes, cobrándose miles de vidas diariamente. Este fenómeno, lejos de ser una consecuencia inevitable de la guerra, se utiliza como un arma de destrucción masiva, violando el derecho internacional y perpetuando el sufrimiento humano.
El hambre provocada por los conflictos ha alcanzado máximos históricos y se cobra entre 7.000 y 21.000 vidas diarias en todo el mundo. Así se desprende del informe ‘Food Wars’de Oxfam Intermon, publicado por el Día Mundial de la Alimentación, en el que se analizan 54 países afectados por conflictos que afectan a casi 281,6 millones de personas que padecen hambre aguda actualmente.
El hambre como arma de guerra
Los conflictos afecta a casi 281,6 millones de personas que padecen hambre aguda actualmente. En un mundo marcado por la inestabilidad geopolítica, el hambre se ha convertido en una herramienta de control y sometimiento. Las partes beligerantes atacan deliberadamente infraestructuras esenciales, como sistemas de agua, energía y distribución de alimentos, bloqueando la ayuda humanitaria y condenando a poblaciones enteras a la inanición. Esta táctica, cruel e inhumana, tiene consecuencias devastadoras a largo plazo, perpetuando ciclos de pobreza y violencia. La comunidad internacional debe actuar con contundencia para responsabilizar a los perpetradores de estos crímenes contra la humanidad.
La lucha contra el hambre requiere un enfoque holístico que aborde las causas profundas de los conflictos. No basta con proporcionar ayuda alimentaria de emergencia; es crucial invertir en la consolidación de la paz, la justicia social y el desarrollo sostenible. La explotación de recursos naturales, a menudo fuente de conflictos y desigualdad, debe gestionarse de manera responsable y transparente, garantizando que los beneficios se distribuyan equitativamente entre la población.
El hambre no es un fenómeno natural, sino una construcción social. Las decisiones políticas y económicas, tanto a nivel nacional como internacional, tienen un impacto directo en la seguridad alimentaria de las personas.
La situación actual, con millones de personas al borde de la inanición, exige una respuesta urgente y coordinada por parte de la comunidad internacional. El objetivo «hambre cero» para 2030 sigue siendo alcanzable, pero requiere un compromiso político firme y una inversión significativa en soluciones a largo plazo.
La experiencia de Aisha Ibrahim, una madre que tuvo que huir de su hogar en Sudán con sus cuatro hijos, ilustra la crudeza de esta crisis humanitaria. Casos como el suyo, lamentablemente comunes en zonas de conflicto, ponen de manifiesto la urgencia de actuar.
Además, la interdependencia global hace que las crisis alimentarias en una parte del mundo tengan repercusiones en otras regiones. La guerra en Ucrania, por ejemplo, ha exacerbado la inseguridad alimentaria en muchos países, especialmente en aquellos que dependen de las importaciones de cereales.