150 personas en fila, en el centro de Madrid, horas antes del concierto para ver a su artista favorito. Puede parecer que se trata del campamento para entrar al Bernabéu a ver a Taylor Swift, que hoy y mañana dará los dos conciertos más importantes del año en Madrid, pero se trata de los fanáticos del grupo Alcalá Norte, la banda emergente del momento, que están por tocar una noche de domingo en el Wurlitzer Ballroom acogidos por el ciclo de conciertos que organiza la banda Carolina Durante en la mítica sala.
Estos eventos son probablemente el verdadero oxígeno de la industria musical, más que cualquier gira multitudinaria, sea de Taylor Swift, Beyoncé o los Rolling Stones. El problema es que cada vez es más complicado, y aunque artistas como los Alcalá Norte han tenido la suerte de formarse en una metrópolis, los que tienen que viajar no se encuentran en la misma situación. Cada vez son más las salas de cocierto que terminan pidiendo a la banda que pague el alquiler una noche. Los precios, como recogía hace unos días elDiario.es pueden rondar entre los 300 y los 500 euros, lo que complica a bandas emergentes conseguir tablas y fanáticos para pasar a escenarios más grandes.
Es un problema que ha narrado a título personal en sus redes Víctor Carmelo Cabezuelo, vocalista de esa joya del indie local que Rufus T Firefly, y lo repetía el rapero Erik Urano en el artículo de elDiario.es. Salir de gira es en ocasiones necesario para vender mercancía, para poner oídos en los servicios de streaming, que también pagan una miseria, y para poder llegar a escenarios más grandes, como festivales o salas de más envergadura, que sí pueden pagar un caché.
Pero incluso en estos casos no siempre genera ganancias. Hace poco el grupo emergente The Limboos narraba su propio drama para tocar en Valladolid y Ponferrada, ciudades que sin las salas no reciben demasiados artistas, y en las que el grupo aceptó que se planteó cancelar hasta el último momento. Son un ejemplo de un problema que va más allá de género o de gustos particulares, ni todos los artistas pueden tocar en el Mad Cool ni todos pueden llenar varios Bernabéu, pero sin las salas es imposible que nazca naturalmente y no todos los grupos se han granjeado una audiencia de culto como lo han hecho los Carolina Durante para generar el movimiento en espacios como la Wurlitzer.
Es cierto que hay marcas que en ocasiones asumen organizar eventos en salas de conciertos, como Vibra Mahou o Son Estrella de Galicia, o ciclos impulsados por los festivales como el ‘Primavera On The City’, que sigue apostando por sumar este tipo de espacios en su programación. Al mismo tiempo, estas tienen sus propios intereses comerciales, y es evidente que no arrastrarán con ellos todos los artistas y sonidos posibles para este tipo de espacios.
EL COMPLICADO DÍA A DÍA DE LOS ARTISTAS EMERGENTES
Pero el futuro inmediato de las salas de concierto sigue siendo un problema. Es cierto que esta realidad varía dependiendo del género, hay sonidos como el Heavy que atraen un público que bebe más copas que cerveza, y que son más rentables, o artistas populares entre jóvenes que aunque tengan menos poder adquisitivo van en plan de salir de fiesta y asumen el golpe en el bolsillo. También es una realidad que el problema de los artistas emergentes pasa por un problema en otros factores de la industria.
Es que era más fácil sobrevivir en tiempos de tienda de discos que en tiempos de streaming. A pesar del crecimiento de la industria del vinilo, no todos los artistas pueden permitirse un lanzamiento en el formato, y este además necesita promoción, y a medida que los algoritmos apuestan por el engagement, y por tantos por artistas más grandes que generen amor u odio, y por tanto comentario. Por tanto, el mejor espacio para acercarse al público sigue siendo con eventos en vivo, afortunadamente todavía es viable conseguir plataformas que apuesten por estos espacios como los ideales para sus artistas.
UN PROBLEMA INTERNACIONAL PARA LAS SALAS DE CONCIERTO DENTRO DEL MUNDO DE LA MÚSICA
Tampoco hay que ignorar que el caso de España no es el único. A medida que el negocio de la música ha crecido de forma global, también lo han hecho los problemas para los artistas emergentes, es una realidad difícil de resolver y que a largo plazo promete generar problemas en la industria a nivel global.
Recientemente, The Guardian narraba que en Reino Unido los espacios medianos y pequeños habían reducido su capacidad de convocatoria, situación que empeoró después del confinamiento. Es un problema que puede ser dramático a largo plazo, después de todo en 2011, en su primer concierto en Madrid Taylor Swift y su promotora apenas vendieron 4000 entradas de un Palacio de los Deportes que se quedó a medio llenar. El próximo artista en llenar un Bernabéu puede no hacerlo nunca si no tiene el espacio para que esto ocurra.