Kissinger: El último gigante del siglo XX

Decir que la muerte de Henry Kissinger tomó al mundo por sorpresa sería, cuando menos, ridículo. A pesar de la lucidez que demostraba en entrevistas físicamente los 100 años de experiencia, de historia y, por qué no decirlo, de crueldad eran evidentes al ver su silueta.

Pero ahora que no está vale la pena analizar la figura de Kissinger en la historia con la frialdad que permite la muerte. Es que si bien hablamos de uno de los arquitectos de la guerra de Vietnam y de la injerencia norteamericana en sus vecinos del sur también es la de uno de los pilares de la caida de la Unión Soviética, precisamente al ser el que inició relaciones diplomáticas con la otra mitad de la guerra fría.

También es el premio Nobel de la Paz más controvertidos de la historia. El galardón, y el premio en metálico, se le entregaron por su papel en detener la guerra de Vietnam y de transformar la política militar de Estados Unidos, poniendo a las fuerzas armadas propias al final de la fila de opciones. Son decisiones que contrastan con su forma de ejercer control en Sudamérica, con acusaciones directas de apoyar a regímenes dictatoriales, orquestar golpes de estado e incluso ayudar a entrenar fuerzas represores en estos países a través de la CIA. En particular defendió hasta el final el golpe militar en Chile en sus palabras: «No veo por qué tenemos esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo».

Con ese currículo era evidente que su muerte generaría reacciones diversas. Desde nostálgicos de la guerra fría que lamentan su partida hasta quienes lo celebran sin tapujos. Algunos más, que habían pedido se iniciarán procesos judiciales en su contra, lamentan que no esté ya en la tierra para cumplir su condena.

Al mismo tiempo no parece extraño querer que haya más personas como el «gran K». Su visión global de la política era clave para entender las jugadas de Estados Unidos, incluso las erróneas. No es que fuera una buena persona, pero al menos se entendían sus razonamientos, y eso vale oro en el mundo actual.

KISSINGER: O PARTIR EN PLENO DEJA VU HISTÓRICO.

Entre la invasión rusa a territorio ucraniano, el nuevo recrudecimiento de la violencia entre Israel y Palestina y las amenazas de China a Taiwan no deja de existir la sensación de que estamos viviendo noticias que parecen sacadas del siglo XX.

Tiene precisamente irónico que Kissinger haya partido justo con ese panorama histórico. Su trabajo para Estados Unidos siempre fue intentar que las aguas de occidente se mantuvieran calmadas para que el «comunismo»no entrara en ninguna de sus grietas. Es verdad que al final parecía haberse ablandado un poco, después de todo tras reunirse con el equipo de crisis que George W. Bush para la respuesta al 11s. Eso o incluso a él esas incursiones militares le parecieron absurdas.

KISSINGER Y ESPAÑA

Sobre la relación con España es difícil dar detalles específicos. Es cierto que Henry Kissinger llegó a reunirse con Franco en 1973, durante la guerra de Yonkipur, pero fue precisamente para calmar tensiones con el régimen por enviar armas a Israel desde las bases en el país sin permiso. Lo documentos de aquella visita demuestran poco más allá de que dos años antes de su muerte el director era débil a ojos del americano.

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Más allá de eso, se sabe lo mismo que de cualquiera de las transiciones a la democracia que el entonces encargado de la seguridad de Estados Unidos observó desde la casa blanca: Que esperaba fuese realizado sin prisa y sacando a los comunistas del tablero. De hecho, solo una cosa dijo a los gobiernos de la transición: «a veces es mejor prometer que dar».

Más se pueden señalar de los choques diplomáticos con la España, de la transición por las políticas de Kissinger en Sudamérica. El más famoso de ellos viene por la investigación abierta por el Juez Baltazar Garzón, quien investigaba las violaciones a los derechos humanos de la dictadura chilena y que pidió interrogando varias veces bajo juramento.

Kissinger por su lado, protegió a Pinochet hasta el final. Sobre él dijo la célebre frase que Le copió a Roosevelt y que lo define políticamente: «Era un hijo de puta, pero era nuestro hijo de puta».