Si hay un hecho que ha quedado en el colectivo imaginario de la sociedad mexicana son los acontecimientos ocurridos en la Plaza de las Tres Culturas en México DF el 2 de octubre de 1968. Unos acontecimientos que dieron lugar al conocido como octubre rojo mexicano y que acabaron con la vida de más de 300 personas, cifras oficiales, y con cientos de heridos por los disparos realizados por la policía y el ejercito mexicano para dispersar una manifestación estudiantil.
Un acto que reivindicaba más democracia para un país que una semana después de la masacre acogería la organización de los denominados mejores Juegos Olímpicos de la historia. Y que era un acto más de unos sindicatos y asociaciones de estudiantes que habían logrado aunar a gran parte de la sociedad que pedía más justicia social.
Unos cambios que no entraban en los planes del presidente mexicano de la época, Gustavo Díaz Ordaz, que apoyado en el ministro de la Gobernación, Luis Echevarría Álvarez, acabó con las protestas de manera abrupta y despejo la situación para la celebración de los Juegos Olímpicos para gloria y publicidad de los corruptos mandatarios mexicanos.
LA MASACRE DE LA PLAZA DE LAS TRES CULTURAS
La manifestación estudiantil convocada para el 2 de octubre fue con relativa tranquilidad, aunque entre un ambiente tenso y enrarecido. De repente todo fue muy rápido. 20 minutos de tiroteos y un silencio sepulcral posterior que se apoderó de la plaza. El paisaje era dantesco, los muertos y los heridos se amontonaron en el suelo junto a zapatos, chaquetas y bolsos que la gente perdió mientras huía para refugiarse de los disparos realizados por policías y militares.
Las cifras oficiales hablan de 300 muertos, otras fuentes e historiadores las cifran en más de mil. Algunos testigos por parte de la policía y militares arrepentidos comentaron años después que las autoridades les obligaron a quemar cadáveres no reconocidos, ni reclamados por las familias oficialmente, motivo junto al silencio que se instauró en las posteriores investigaciones el gobierno, que hacen imposible reconocer la cifra exacta de fallecidos en los acontecimientos.
Incluso diversas entidades sociales aseguran que los militares mexicanos remataron a heridos en los edificios adyacentes e hicieron desaparecer los cuerpos. Por lo que muchos de los desaparecidos estén seguramente entre las cifras de asesinados en los disturbios.
En este contexto de protestas las autoridades policiales y militares mexicanas, con el ya citado Luis Echevarría Álvarez a la cabeza, autor intelectual de la masacre, prepararon el caldo de cultivo para acabar de forma abrupta con la revuelta estudiantil que se apoderó del país. Una ola de protesta que aglutino a todos los sindicatos y estamentos profesionales mexicanos y que quería aprovechar el altavoz de los Juegos Olímpicos como impulso para las reformas democráticas que la mayoría de la población exigía, especialmente las comunidades indígenas, grandes olvidadas de la sociedad de la época.
ANTECENTES
Las protestas nacieron de forma espontánea y tuvieron como inicio los continuos rifi-rafes entre los alumnos los estudiantes del Instituto Nacional Politécnico y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Esa rivalidad chocaba mucho en las diferentes modalidades deportivas donde ambas instituciones competían y muchas veces acababa en peleas entre estudiantes de ambas escuelas. Una de esas peleas fue brutalmente reprimida por la policía y eso provocó que los estudiantes se unieran contra un enemigo común.
Esto derivo en un movimiento pacífico y entusiasta que junto, como ya hemos comentado, a muchos estamentos y agentes sociales pedían cambios democráticos. Todos ellos protestaban contra el estilo presidencialista y asfixiante del presidente Díaz Ordaz, que mandaba el país con puño de hierro y había recortado las libertades y derechos de los ciudadanos en gran medida, creando una sociedad cada vez más clasista.
Las reivindicaciones que pedían los manifestantes eran básicas y bastante simples para un país como el mexicano que llevaba ya varias décadas de democracia consolidada, aunque con eternas victorias electorales del PRI. El cese de la brutalidad policial; un mejor marco jurídico que permitiera la libertad de expresión, el derecho huelga y asociacionismo y la democratización de la universidad eran las peticiones básicas de un movimiento que siempre abogó por la protesta y la lucha pacífica.
Varios participantes señalan que aunque la represión fue brutal en la década siguiente poco a poco se fue logrando cierta apertura democrática que se consolidó en los años 80 y 90 del siglo pasado. Pero lo cierto es que lo que se instauró realmente fue la respuesta violenta, ya había antes, a casi todos los problemas políticos y sociales. Y ese movimiento reivindicativo no violenta ya nunca más pacífico y la sociedad mexicana nunca más volvió a conocer la paz total en todo el país.
LAS MEJORES OLIMPIADAS DE LA HISTORIA
A todo esto, 10 días después de la masacre se inauguraron los Juegos Olímpicos de 1968. El estado trató de borrar lo sucedido y mostrar a México como un país radiante ante el mundo. Aunque es cierto que la cita empezó con dudas. Los “expertos” pusieron en tela de juicio que un país en vías de desarrollo pudiera organizar un evento de esta magnitud. Pero lo que más hacía dudar era el inconveniente de los 2.300 metros a nivel del mar que tiene la ciudad. Algo que a priori hace que la práctica deportiva sea más difícil.
Con el inicio de la competición poco a poco estos rumores se fueron disipando, los deportistas se aclimataron a la altura y empezaron a entrenar y competir con normalidad y con total seguridad a todos los niveles. Además, esa altura y esas condiciones climáticas valieron para que los competidores dieran un espectáculo mundial nunca visto antes, y que muchos cronistas deportivos consideran la cita como el inicio de la era moderna del deporte de competición.
Se batieron multitud de récords en deportes dispares, dejando unas cifras increíbles y que tardaron años en batirse e igualarse. Esos número dejaron el siguiente rastro: en atletismo se rompieron 26 marcas mundiales; 23 en natación; seis en halterofilia y tres en ciclismo. Pero sin duda el más icónico de estos récords fue el salto de longitud que tuvo como protagonista a Bob Beamon.
El estadounidense, en un increíble salto de 8,90 cm, supero en 55 cm la anterior marca. Esos números no se mejoraron hasta 22 años después cuando otro norteamericano, Mike Powell, hizo un salto de 8,95. Aún hoy Beamon posé el récord olímpico, más de 50 años después. Su icónica celebración con el saludo de los Panteras negras, puño en alto, reclamando justicia para los afroamericanos de su país también pasó a la historia en unos días que marcaron la vida de los mexicanos y dieron otra dimensión al deporte. Por cierto, Echeverría Álvarez, si el que organizó la matanza de manifestantes, años después fue presidente de México.