Aprovechando estas vacaciones de verano he ido al cine para ver una película por la que tenía cierto interés. Se trata de la historia de Robert Oppenheimer, el llamado padre de la bomba atómica
Oppenheimer fue el hombre que contribuyó de un modo decisivo a poner fin a la Segunda Guerra Mundial con el arma más devastadora creada por el ser humano: la bomba atómica.
Tuvo un auténtico dilema moral tras los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, y también tuvo que hacer frente a acusaciones que lo tildaban de ser comunista, por lo que fue llevado ante la justicia.
Estas películas siempre tienen interés porque, además de las posibles interpretaciones que puedan hacer los guiones o los directores, no cabe duda de que nos enseñan hechos de la historia relevantes.
En sus tres horas de metraje, Oppenheimer nos cuenta la vida privada del protagonista y su relación con las mujeres ,los trabajos del “Proyecto Manhattan” en Los Álamos, una zona desértica de Nuevo Méjico para crear la bomba atómica en agónica competencia con la Alemania nazi y los reparos de conciencia de Oppenheimer tras Hiroshima y Nagasaki, su oposición a la investigación sobre la bomba termonuclear y su acoso en plena era macartista, utilizando su pasado izquierdista muy próximo al Partido Comunista estadounidense en los años 20 y 30, para deshonrarlo y apartarlo de la Comisión de Energía Atómica de los EEUU por su oposición a la carrera nuclear.
En este punto es importante señalar que el término “Macartista” tiene su origen en un episodio de la historia de Estados Unidos que se desarrolló entre 1950 y 1956, durante el cual el senador republicano Joseph McCarthy (1908-1957) desencadenó un extendido proceso de declaraciones, acusaciones infundadas, denuncias, interrogatorios, procesos irregulares y listas negras contra personas sospechosas de ser comunistas. Los sectores que se opusieron a los métodos irregulares e indiscriminados de McCarthy denunciaron el proceso como una «caza de brujas», episodio que quedó descrito, entre otros, en Las brujas de Salem (1953), del dramaturgo Arthur Miller.
Continuando con Oppenheimer, sí tuviéramos que buscar una fecha en su vida muy señalada, ésta sería el 16 de julio de 1945, a las 5:29 horas de la mañana, la vida que le cambió para siempre a él y al resto de la humanidad. Oppenheimer era el director del Proyecto Manhattan (un proyecto creado por el gobierno de Estados Unidos destinado al desarrollo de armas atómicas). Cuando Oppenheimer presenció en Alamogordo, Nuevo México, la bola de fuego previa al hongo nuclear durante la prueba Trinity (nombre en clave que recibió la detonación del dispositivo nuclear) afirmó que el mundo ya nunca volvería a ser igual. Según cuenta la historia, el científico pronunció una frase extraída del poema épico hindú Bhagavad Gita: «Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos».
J.M Sadurni escribio un artículo sobre Oppenheimer en National Geoghaphic muy interesante sobre este personaje para poder conocer mejor su historia y poder razonar la película de forma más profunda.
Nacido el 22 de abril de 1904 en Nueva York, Robert Oppenheimer estudió filosofía, literatura e idiomas (se dice que tenía tanta facilidad para los idiomas que llegó a aprender italiano en un mes). Este hombre polifacético y con múltiples intereses también amaba los clásicos: leía los diálogos de Platón en griego y era un entusiasta del antiguo poema hindú Bhagvad Gita. Oppie, (diminutivo por el cual era conocido entre sus allegados,en la película le nombran así varias veces), empezó a mostrar interés por la física experimental en la Universidad de Harvard, concretamente mientras cursaba la asignatura de termodinámica que impartía el profesor Percy Bridgman. Pero en Estados Unidos, muy pocos centros dedicaban parte de sus programas de estudios a ese tema, por lo que Oppenheimer decidió seguir sus estudios en Europa. Así, fue aceptado como estudiante de posgrado en el famoso Laboratorio Cavendish, nombre del departamento de física de la prestigiosa Universidad de Cambridge, que en aquel entonces estaba dirigido por el físico y químico neozelandés Ernest Rutherford.
El joven Oppie no era muy hábil trabajando en el laboratorio, por lo que prefirió decantarse por la física teórica y se graduó con la máxima nota: summa cum laude en 1925.
En 1926 se matriculó en la Universidad de Göttingen, en Alemania, para estudiar bajo la supervisión del físico y matemático alemán Max Born. Göttingen era por entonces uno de los principales centros de física teórica de toda Europa. Allí Oppenheimer conocería al futuro Premio Nobel de física Paul Dirac. Pero Oppie seguía siendo muy lento a la hora de terminar cualquier trabajo en el laboratorio, lo que le valió las críticas de Born, que una vez llegó a decirle: «Tú te puedes ir de aquí, pero yo no; me has dejado muchísimo trabajo por hacer». Posteriormente, Oppenheimer estudió en varias universidades más: en Leiden junto a Paul Ehrenfest, en Utrecht donde colaboró con Hendrik Kramers y en Zúrich donde trabajó con el profesor Wolfgang Pauli.
Los propios amigos de Oppie lo definían como un hombre de carácter difícil. En la década de 1920, el científico parecía vivir al margen del mundo: no leía los periódicos ni escuchaba la radio. Se enteró del «crack» de Wall Street mientras paseaba con el físico y posterior premio Nobel Ernest Lawrence ¡seis meses después de que ocurriese! Afirmó que la primera vez que votó fue durante las elecciones presidenciales del año 1936, a pesar de que años antes ya había empezado a interesarse por la política internacional. En 1934, Oppenheimer destinó parte de su salario a apoyar a los físicos que huían de la Alemania nazi, e incluso luchó para conseguirle a Bob Server (futuro miembro del Proyecto Manhattan) un puesto en la Universidad de Berkeley, aunque el director del departamento de física de la Universidad, Raymond Birge, se lo denegó afirmando de que «con un judío en el departamento ya es suficiente».
En 1936, Oppenheimer comenzó una relación sentimental con Jean Tatlock, la hija de un profesor de literatura de Berkeley, y a partir de entonces, y como muchos intelectuales en la época, empezó a sentirse atraído por las ideas comunistas y de izquierdas.
Parte de la herencia que había recibido de su padre la destinó a este tipo de causas, entre ellas a apoyar al bando republicano durante la guerra civil española y a financiar actividades antifascistas. Aunque Oppenheimer nunca se afilió oficialmente al partido comunista de Estados Unidos, algunos historiadores como Gregg Herken afirman haber hallado evidencias de que el físico sí tuvo relación con el comunismo durante las décadas de 1930 y 1940.
Contra todo pronóstico, Oppenheimer fue incluido entre los científicos que compusieron el elenco del “Proyecto Manhattan”, a pesar de que el FBI había empezado a investigarle en 1941 para comprobar si militaba en el partido comunista de Estados Unidos.
Lo que sí pudieron confirmar es que formaba parte del Comité Ejecutivo de la Unión Estadounidense de Libertades Civiles, considerada, según la agencia de investigación, una organización que servía de tapadera para realizar actividades comunistas. Así, Oppenheimer fue incluido en el Índice de Detención Preventiva, una lista en la que figuraban todas aquellas personas que, en caso de emergencia nacional, debían ser arrestadas. Por todo ello causó cierto estupor que Leslie R. Groves, alto mando del “Proyecto Manhattan” y supervisor de la construcción del Pentágono pusiera al frente del proyecto a Robert Oppenheimer. Pero es que el general lo consideraba la persona más idónea para llevarlo a cabo, a pesar de los informes del FBI.
Oppenheimer se dedicó en cuerpo y alma al éxito del Proyecto Manhattan. Pero tras el estallido de las dos bombas atómicas en suelo japonés, en Hiroshima y en Nagasaki, el orgullo que había sentido Oppenheimer tras las pruebas de Nuevo México se convirtió en un terrible sentimiento de culpa. En una visita al presidente Harry S. Truman, Oppenheimer, y frente a un sorprendido presidente, dijo que sentía tener «las manos manchadas de sangre». Cuando el científico salió, Truman, con el semblante visiblemente molesto, dijo que no quería volver a ver a nunca más «a este mal nacido».
Esta es la mejor parte de la película. Todo lo que sigue a las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, es decir, las dudas o crisis de conciencia de Oppenheimer, su oposición a la carrera atómica entre los Estados Unidos y Rusia, su interés por que las recién nacidas Naciones Unidas realizaran una política de contención de las armas nucleares y sobre todo su acoso en los años macartistas orquestado por un resentido y traicionero Lewis Strauss -el presidente de la Comisión de Energía Atómica de los EEUU-, magníficamente interpretado por Robert Downey JR, con la complicidad del amigo y colega traidor Edward Teller, también muy bien interpretado por Benny Safdie.
En 1953, Oppenheimer fue acusado de haber mantenido vínculos con el comunismo y de haber protegido a sospechosos de serlo durante su estancia en Alamogordo. Aunque las acusaciones no pudieron probarse, le retiraron todas las acreditaciones de seguridad. Interrogado de manera despiadada e incluso humillado con detalles de su vida privada. Oppenheimer también fue acusado de estar en contra de la construcción de la bomba de hidrógeno. Según cuenta con todo detalle el historiador Gregg Herken en su obra Brotherhood of the Bomb (La fraternidad de la bomba), el gobierno estadounidense obligó a un general a declarar en falso y se llevaron a cabo de manera ilícita grabaciones telefónicas para implicar a Oppenheimer.
La Federación de Científicos Estadounidenses salió de inmediato en defensa de Robert Oppenheimer, convirtiéndolo en el símbolo de lo que puede llegar a ocurrir cuando un científico, tras hacer un descubrimiento polémico, se sume en un mar de dudas morales y por ello se convierte en víctima de una caza de brujas. En 1963, el presidente Lyndon B. Johnson le hizo entrega del premio Enrico Fermi de la Comisión de Energía Atómica, y en 1966 Robert Oppenheimer moría como consecuencia de un cáncer de garganta.
En 2014, el departamento de energía de Estados Unidos publicó la transcripción completa y desclasificada de los juicios contra Oppenheimer, y a pesar de que muchos de los detalles ya eran conocidos, el material publicado confirmó que en realidad fue leal a su país y reforzó su imagen de científico brillante perseguido por la burocracia, los celos profesionales y víctima de un juicio injusto.
Oppenheimer dijo una vez: «El sentido de la responsabilidad en el desarrollo de armas nucleares no puede ser simplemente delegado a científicos y políticos. Necesitamos una amplia discusión sobre el tema» y esta reflexión hoy día está más vigente que nunca.