Desde que esta generación empezó a manifestar sus gustos, y sus odios, el movimiento ECO lo llenó todo. La generación Z (los nacidos a finales del siglo XX) no querían contaminar, amaban a los animales, querían cuidar el planeta y reprochaban a los mayores que les dejaran en herencia un cambio climático contra el que no se estaba haciendo nada.
El resto de la sociedad, lo percibió como una generación ejemplar, digital, ecológica y capaz de renunciar a comodidades y al confort, que con tanto esfuerzo les habían suministrado sus progenitores, con tal y de conseguir cuidar el planeta y unos hábitos que respetaran los derechos humanos, haciéndolo extensible a casi todos los seres vivos.
Durante unos años, todos se sintieron orgullosos de esas posturas vitales. Pero pasaron los años, que en la primera etapa de la vida son muy breves, y la generación Z se convirtió en veinteañeros que quieren vestir, conducir potentes coches, viajar, consumir y todo por el mínimo precio posible. Así han crecido.
Pero si algo se ha podido comprobar después de la revolución industrial, es que producir o dar servicios teniendo que cumplir una serie de requisitos, como los que en sus inicios exigía la generación Z, es muy caro. Producir ropa sin utilizar niños o sin explotación, o cumpliendo para con los adultos con todas las normas occidentales que respeten los derechos laborales, que se utilicen recursos que no agredan la naturaleza, y sobre todo, que no haya explotación en la cadena de producción, es muy caro.
Lo barato son las grandes producciones en países del tercer mundo, donde trabajan niños y adultos por un salario de subsistencia, sin ningún derecho a nada, ni a bajas, ni a médicos, ni a jubilación (esto aún en esos países no es un debate, puesto que la esperanza media de vida está por debajo de la supuesta edad de jubilación), esto es lo que hace que grandes cadenas del sector textil consigan poner un vestido o cazadora en la casa del cliente (con todos los gastos que ello conlleva), o en un lujoso y céntrico local de Regent St. en Londres, o en la Fith avenue en Nueva York, al precio ridículo de 15 €, con bolsa y todos los derechos de devolución añadidos. No hay otra posibilidad para vender barato, (incluso si los que cosieran fueran robots, carísimos en su precio de compra), que utilizar los países en vías de desarrollo para conseguir una prenda terminada y etiquetada, por unos pocos céntimos. Eso en lo que concierne a la ropa, pero lo mismo se puede aplicar a juguetes, informática, automóvil, muebles etc. etc.
Por eso, en los años en los que la generación Z ha crecido, como han querido vestir barato, comer barato, servicio barato, viajar barato, tecnología barata, comunicaciones baratas, coches baratos, etc. Esto les ha hecho caer en la contradicción. Ellos quieren todo barato, pero ellos solo aceptan para ellos salarios europeos, descansos laborales europeos, garantías europeas, ayudas sociales europeas y comercio eco europeo… pero luego compran en grandes cadenas que no respetan ninguno de esos derechos que reclaman para ellos. Y todo por el precio. No se puede producir y vender barato pagando salarios dignos, impuestos y prestaciones y condiciones de trabajo occidentales. No es posible.
La contradicción en la que vive la generación Z es la consecuencia de querer adherirse a movimientos, sin participar en ellos con sus propios hábitos. Lo que les disculpa, es que todos los adolescentes pasan por esa época de contradicciones, tras las que finalmente, la vida les acaba enseñando dónde está el camino correcto, básicamente, en la coherencia.
En este caso no hay otra solución que luchar no comprando a aquellos, que por mucho que alardeen de que cumplen la normativa para luchar contra la huella de CO2, o para no utilizar menores en las cadenas de producción etc. etc. no lo hacen. Cuentan un cuento que todos compramos. Véase la supercadena de venta onlíne. Es imposible que lo que venden no haya salido de los países en los que no se respeta nada. Y la forma más clara de identificar quién cumple y quién no, son los precios a los que venden. Precio bajo suele esconder explotación en su producción, en todos los ámbitos con total seguridad.
Las personas saben que tras las turbulencias de la adolescencia llegará la claridad a la generación Z para poder discernir entre lo que se produce sin pisotear derechos, o los que no reparan en medios, con tal de conseguir unos precios ridículos que les haga vender millones de unidades a un precio muy bajo, precisamente buscando al cliente en la generación Z. La solución es fácil, comprar a precios razonables, para que se produzca en cualquier país, pero sin engaños ni explotación. ¿Qué hay que consumir menos? Pues se consume menos.
La cantidad de artículos chinos basura que se acumulan en los armarios de los jóvenes, no merecen sino una sensata revisión a lo que está generación predica, exige, pero que no hace.
En THANNAC han incorporado a Alicia Gómez-Cornejo nacida en 1974, especialista en control de procesos para cumplir los retos que la economía circular ha lanzado. La empresa está en el camino de la coherencia y por persuadir a los consumidores a que incorporen a sus vidas hábitos de consumo razonables.
Esto pasó con el deporte en el cambio de siglo, y ha calado en la población. Ahora hay que convencer a la generación Z.