La primera y la última escena de la serie podrían generar sospechas. Ambas ocurren alrededor del lanzamiento de ‘El amor después del amor’ el más famoso de los discos de la extensa carrera del rosarino Fito Paez, una con el artista recordando toda su vida antes de tomar el escenario y otra con tres líneas de texto repasando de su carrera. Son clichés salidos del típico biopic musical, pero afortunadamente el elenco, la dirección y la historia de Páez son suficiente para levantar la más reciente producción argentina de Netflix.
Buena parte del logro se debe al elenco, empezando con un mágico Iván Hochman, que en su debut protagónico consigue entender los tics y las emociones del autor de ‘Mariposa Tecnicolor’ tanto dentro como fuera del escenario. Al interpretar a figuras tan icónicas como Páez es muy fácil caer en la burda imitación, tomando gestos y exagerándolos al infinito, pero Hochman, consigue entender una verdad especial en el genio de Fito.
Pero el resto del elenco también termina obligado a ponerse en la piel de los proceres del rock argentino. Aunque no hay un Gustavo Cerati, Charly Garcia, Luis Alberto Spinetta y Fabiana Cantilo entran y salen de la serie constantemente y los tres saben sacar el filo a personajes que los melómanos tienen ya definidos en su cabeza.
Andy Chango consigue una verdad extraña en los pocos momentos en los que se rompe la careta de ironía que García construyo desde su etapa solista, Julián Kartun consigue en mucho menos tiempo una poderosa luminosidad como Spinetta y Micaela Riera le da a Cantilo, coprotagonista de buena parte de la serie, un peso dramático y una sensualidad necesarios para entender un personaje que es al mismo tiempo musa del rosarino y una artista completa por su cuenta.
Pero de las relaciones de Fito las que se vuelven más entrañables son las familiares. Un Rodolfo Páez, interpretado Martín Campilongo, que tiene que criar solo a un chico curioso, algo hiperactivo y demasiado bohemio como para dejarle las cosas fáciles, pero al que siempre apoya incluso cuando no entiende mucho la necesidad de dedicarse tan puramente a la música, y sus ‘madres’, la abuela Zulema «Belia» Ramírez interpretada por Mirella Pascual y Josefa «Pepa» Páez interpretada por Mónica Raiola que servian como ancla a tierra de Fito Páez en su meteórico ascenso y cuyo asesinato lo saca de órbita.
LA OSCURIDAD DE LA VIDA DEL MÚSICO
Si algo hay que aplaudir de esta serie es que, como los grandes biopics musicales, no tiene miedo de entrar de frente en la parte más oscura de la vida, y la personalidad de Fito Páez. Obsesivo del control en sus grabaciones, pregúntenle a Sabina y de fusible demasiado corto a veces la cinta no comete el error de convertirlo en un genio perfecto. Se le ve componiendo canciones de a poco, gritándole a su baterista o haciendo que su bajista haga más de 60 tomas. Tampoco es un monstruo, es también un músico agradecido, que acompaña cada toma de sus músicos y que siempre es capaz de aplaudir su esfuerzo.
Pero también confronta de frente la relación del rosarino con las drogas. Su adicción, multiplicada primero por su disfuncional relación con Cantilo y después por el asesinato de su abuela y su tía que inspiró la mítica ‘Ciudad de pobres corazones’, es un punto central de la trama en un largo estrecho, aunque evita la caricatura de cintas como ‘Bohemian Rhapsody’ o ‘I Wanna Dance with Somebody’ o la larga lista de biopics de la propia Netflix.
Vale señalar que esta decisión dramática, permitida por el propio Fito Páez, solo aplica para su personaje y el de Cantilo, inevitable por lo cercano de ambos. Interesantemente, ni Charly Garcia ni Spinetta aparecen en ese estado en pantalla, lo que parece una decisión intencional a la hora de adaptar el material dado las historias con las drogas de ambos mitos argentinos.
LA HISTORIA TRAS LAS CANCIONES DE FITO PÁEZ
Sin que sea demasiado excesivo no deja de ser llamativo ver los procesos de composición de uno de los músicos, y poetas, clave de Sudamérica en el siglo XX. No hay un momento donde el artista tenga el eureka al conseguirse la letra de un tema en plena conversación, pero se le puede ver en los momentos y relaciones que construyen los temas. Sobre todo ‘Giros’, ‘Ciudad de Pobres Corazones’ y las canciones de ‘El amor después del amor’ se dibujan paso a paso, algunas naciendo de un verso suelto y otras desde un primer riff de piano.
Es una forma interesante de consumir las canciones, para quien las conoce de intentar experimentarlas desde el punto de vista del artista y para descubrirlas si la serie es el primer acercamiento a un artista necesario de la música en español.