La realidad de los músicos callejeros en Madrid es complicada desde hace años. A pesar de lo importantes que son para la identidad de la ciudad, es complicado imaginar un espacio como Callao o Sol sin los conciertos de artistas de la zona, el ayuntamiento tiene ya dos años de haberles prohibido el uso del amplificador. Aunque tomaron las plazas y calles del centro varios fines de semana los artistas no pudieron hacer retroceder al ayuntamiento.
Ahora enfrentan una situación complicada, el caos del centro complica que los transeúntes se detengan a escuchar a un artista con instrumentos acústicos, pero usar un amplificador implica el riesgo de multas que pueden ir desde los 300 a los 750 euros al ser una falta «leve». A pesar de lo receptiva que es la ciudad a los artistas, una hora de trabajo podía significar entre 30 y 150 euros antes de la prohibición y se ha reducido casi a la mitad, aunque no pueden estar más de una hora al día.
Es un equilibrio con el que tienen que convivir todos los días. Por un lado, cumplir con los permisos y la burocracia necesarios para tocar en la calle, ya de por sí bastante complicado, y del otro tienen que romper con una norma para que sea rentable estar en ese espacio. A eso se le suma lo complejo que es trabajar en la calle, con factores como el clima, el ruido y la presencia de protestas, generando dificultades que están completamente fuera del control del artista.
Pero es que además, al menos en Madrid, tocar en plazas puede servir como puerta de acceso al resto de la industria. La presencia de marcas, disqueras y prensa en la capital española la hace un buen sitio para empezar a trabajar, aun en un escenario tan complicado como una plaza pública.
EL DUELO ENTRE LOS MÚSICOS Y LA ALCALDÍA HA DURADO AÑOS
Lo cierto es que desde hace años la alcaldía está chocando con los artistas callejeros que han ido viendo como se reduce sus espacios y tiempos de presentarse. El horario fue reducido a 5 horas al día, de las doce del mediodía a las dos de la tarde y de las seis a las nueve, una medida entendida por los artistas para cuidar el descanso de los vecinos.
El problema ha venido con esta última medida, aprobada a principios del año pasado tras reclamos de los residentes en zonas como la plaza mayor. Para los músicos esto significó ahogar su existencia, pero el ayuntamiento sigue argumentando que es una medida necesaria para la convivencia con los vecinos.
«Antes los músicos callejeros podían emplear amplificadores de sonido en zonas determinadas de la ZPAE. En 2022 se suprimieron en todas las zonas para hacer compatible la presencia de estos músicos de calle con la convivencia de comerciantes, entornos de trabajo y vecinos y el derecho al descanso de estos últimos», explican desde el ayuntamiento para justificar la decisión. De momento no se analiza la posibilidad de retroceder en la decisión, ni siquiera permitiendo el uso de amplificación en un horario reducido.
«Las infracciones de este tipo de actuaciones se recogen en el artículo 61 de la Ordenanza de Protección contra la Contaminación Acústica y Térmica. La sanción dependerá de la gravedad de la infracción cometida. El uso de amplificaciones o elementos de reproducción sonora se califica como infracciones leves, por lo que pueden dar lugar a una multa de hasta 750 euros. Todo ello sin perjuicio de que la actuación tenga cabida en otro tipo de infracción (por ejemplo: exceder límites sonoros)», sentencian.
EL METRO COMO ÚLTIMO REFUGIO
Al funcionar con una regulación un poco más ambigua los artistas callejeros han conseguido un hogar en el metro, tanto en los andenes como en los vagones. En los andenes está permitido tocar, aunque en la práctica los lugares más concurridos suelen estar ocupados por artistas que ya han hecho de su presencia parte la rutina, y en los trenes la exigencia es simplemente no perturbar la paz de los viajeros.
Pero lo cierto es que, aunque en ocasiones puede ser un espacio más lucrativo que las plazas o calles no es tan fácil que abra las mismas puertas. Pero más allá de eso los artistas son parte de la personalidad de las ciudades que habitan y, en Madrid, perderlos la hace algo más gris.