El hambre emocional es la que se produce como consecuencia del estado anímico de una persona, esto es, de sus emociones, y el de las emociones es un concepto que nos conviene aclarar desde el inicio, para entender la raíz de nuestro problema de comer por un reflejo de nuestras emociones.
¿Qué son las emociones?
Las emociones pueden definirse como una respuesta psicofisiológica, esto es, del cuerpo y de mente, que muestran los sujetos ante determinados estímulos, que pueden ser internos, que son los que provienen de sus vivencias, o externos, que son los que se presentan en un entorno que lo rodea.
Estos estímulos influyen a distintos niveles en los individuos, de manera que es posible decir que no existen emociones malas o buenas, porque en realidad funcionan como fuentes de información acerca de lo que ocurre en nuestro mundo interno o externo, y luego son interpretadas por nuestro cerebro, haciéndonos reaccionar.
¿De qué manera reaccionamos?
Eso va a depender de la clase de estímulo que recibamos y de cómo lo interpretemos. Cuando un estímulo es interpretado como una amenaza, reaccionamos con miedo y ello nos obliga a protegernos, mientras que una injusticia nos induce a sentir rabia y nos alienta a llevar a cabo una acción, mientras que cuando el estímulo es una ganancia, sentimos alegría y ganas de compartir.
Algunas de ellas se experimentarán como agradables y otras como desagradables, pero su primera función es que nos adaptemos, de manera que la información represente una utilidad para nosotros.
Y decimos «primera» porque a veces pueden surgir emociones excesivas en proporción al estímulo que las provocó (como el miedo en las fobias), pero ese es otro tema y en estas líneas nos centraremos en ellas. Las relaciones utilizan la comida para sostener las emociones.
¿Cómo se relacionan las emociones con la alimentación?
La comida puede estar conectada con nuestras emociones de diferentes maneras, veamos algunas de ellas: desde niños desarrollamos una relación afectiva con la comida, ya que la principal fuente de alimentación proviene del cuidador o cuidadora principal durante los primeros meses y años de vida.
Así, cuando aceptamos el alimento ofrecido por estos individuos, se constituye una relación de protección y cuidado con los alimentos. A medida que vamos creciendo, encontraremos otras fuentes que derivan de la influencia social en las que la comida juega un rol emocional, por ejemplo, resulta común compartir alimentos durante una celebración de carácter social (festividades, cumpleaños, celebraciones).
Igualmente descubrimos la función de la comida como un «regalo», una expresión de amor o afecto, como cuando alguien nos trae una caja de bombones o invita a otro a cenar en un restaurante, y puede llegar a sentirse hambre emocional.
Relación hambre-emociones-cerebro
De otra parte, algunos alimentos están compuestos por ciertos ingredientes y atributos que afectan el cerebro. Esas sustancias activan ciertos circuitos neuronales que causan una sensación de recompensa, placer y bienestar. Un ejemplo de esto es el chocolate, que contiene triptófano y feniletilamina.
Y el sabor, ¿cómo nos afecta? El gusto también tiene una función adaptativa, como el gusto del asco, que crea un sentimiento de disgusto y nos ayuda a juzgar cuando la comida no es buena, o no está bien cocinada.
Pero el aprendizaje también tiene un impacto aquí, como se mencionó antes, por ejemplo, tenemos el caso de las golosinas y los niños, cuando les decimos «Te doy una golosina si te portas bien», por lo que se tiende a asociar la golosina con un «premio”, y esto se relaciona con el hambre emocional.
Comer por emoción
A partir de aquí, se puede decir que comer emocionalmente es una actividad universal, es parte de la cultura humana y no tiene por qué ser malo para las personas. El problema es que la comida juega un papel importante en el control de las emociones y no distinguimos el hambre real vs el hambre emocional.
Por ejemplo, comer un trozo de tarta en un cumpleaños para celebrar, compartir o experimentar alegría (a pesar de no sentir hambre física real) puede ser bueno para nuestro bienestar. Pero canalizar siempre los estados emocionales inmanejables comiendo pastel puede no ser tan positivo para el bienestar y acarrear complicaciones para la salud mental y física, cuando aparece el hambre emocional.
¿Existe una relación entre el hambre emocional y la ansiedad por la comida?
Hay situaciones en las que el hambre emocional llega a ser un verdadero inconveniente, porque el individuo lega a experimentar un real sentimiento de ansiedad ante la falta de poder llevarse algo a la boca para degustar. De hecho, existe el hambre voraz causado por el estrés.
Ese tipo de ansiedad que se manifiesta en el hambre emocional, tiende a hacerse presente como una especie de síntoma, pero es el indicio de que algo verdaderamente riesgoso puede estar ocurriendo, porque es una señal de advertencia, que anticipa la existencia de una situación que debe ser afrontada. De modo que la ansiedad también resulta ser una adaptación, que nos dispone a llevar a cabo una acción.
El gran inconveniente ocurre cuando el hambre emocional se vuelve patológica, experimentándose de manera excesiva en comparación a los recursos que tenemos para poder gestionarla. Se presenta como una sensación que muestra un nivel muy elevado de malestar, que puede llegar a manifestarse hasta en forma física, como es el caso de una alteración en el ritmo del corazón o una excesiva sudoración.
Y cuando este síntoma se presenta, los individuos utilizan como vía de escape la comida, de modo que se come por causa de una compulsión, llegando a mostrar conductas alimentarias que pueden resultar en un riesgo para la salud. Entonces, los alimentos, cualquiera sea su clase, se utilizan como un parche con el que se puede tapar una situación, pero sólo a corto plazo. Así se manifiesta el hambre emocional.
¿Cómo se puede superar el hambre emocional?
Una vez que se ha convertido en una compulsión patológica, el hambre emocional se traduce en una serie de conductas de tipo disfuncional, como es el caso de la ansiedad que nos hace sentir la necesidad de comer, o comer por compulsión, darte un atracón, entre otros, entonces es momento de buscar ayuda especializada.
Lo primero es que podamos llegar a ser capaces de entender que el centro del problema no es la comida, sino que funciona como un disfraz para tapar otra condición, con raíces psicológicas mucho más profundas, y que utilizamos la comida para tapar nuestra real condición, por lo que debemos aprender a diferenciar el hambre emocional del hambre física, porque la última es una necesidad, mientras que la primera es una compulsión.
Cuando podamos identificar la verdadera raíz de sentir hambre emocional, estaremos en el buen camino y un profesional nos podrá ayudar con el método que debemos seguir para aliviar el malestar hasta físico que podemos llegar a sentir por no comer lo que queremos, cuando queremos, enseñándonos al mismo tiempo como gestionar y canalizar esas emociones.