Karol Wojtyla; Wadowice, (Cracovia, 1920 – Roma, 2005) Papa de la Iglesia católica (1978-2005). Elegido para el solio de Pedro en octubre de 1978, cuando ocupaba el puesto de cardenal-arzobispo de Cracovia, el prelado polaco Karol Wojtyla fue el primer pontífice no italiano en más de cuatro siglos.
Aquel 16 de octubre de 1978, a las 6:18 p.m. en Roma, la fumata blanca anunció que había un nuevo papa. Así lo confirmó el cardenal Pericle Felici quien anunciaba, desde el balcón de San Pedro, “Habemus Papam, Carolum Wojtyla, qui sibi nomen imposuit Ioannem Paulum II”. Pasadas las 7:00 p.m., Juan Pablo II se presentó y temiendo que su italiano no fuera muy bueno, dijo sus primeras palabras,se saltó el protocolo y fue el primer papa en salir al balcón y hablar.
Con toda humildad dijo: “He sentido miedo al recibir esta designación, pero lo he hecho con espíritu de obediencia a Nuestro Señor Jesucristo y con confianza plena en su Madre María Santísima. No sé si podré explicarme bien en vuestra… nuestra lengua italiana; si me equivoco, corríjanme”.
Hijo de un oficial de la administración del Ejército polaco y de una maestra de escuela, de joven practicó el atletismo, el fútbol y la natación; fue también un alumno excelente y presidió diversos grupos estudiantiles. Desarrolló además una gran pasión por el teatro, y durante algún tiempo aspiró a estudiar literatura y convertirse en actor profesional.
Durante la ocupación nazi de Polonia compaginó sus estudios y su labor de actor con el trabajo de obrero en una fábrica, para mantenerse y evitar su deportación o encarcelamiento. Fue miembro activo de la UNIA, organización democrática clandestina que ayudaba a muchos judíos a encontrar refugio y escapar de la persecución nazi.
En tales circunstancias, la muerte de su padre le causó un profundo dolor. La lectura de San Juan de la Cruz, que entonces buscó como consuelo, y la heroica conducta de los curas católicos que morían en los campos de concentración nazi fueron decisivas para que decidiera seguir el camino de la fe. Mientras se recuperaba de un accidente, el futuro pontífice decidió seguir su vocación religiosa, y en 1942 inició su formación sacerdotal. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, fue ordenado sacerdote (1 de noviembre de 1946), amplió sus estudios en Roma y obtuvo el doctorado en Teología en el Pontifico Ateneo Angelicum.
De regreso a Polonia desarrolló una doble actividad evangelizadora y docente: llevó a cabo su labor pastoral en diversas parroquias obreras de Cracovia e impartió clases de ética en la Universidad Católica de Lublin y en la Facultad de Teología de Cracovia. En 1958 fue nombrado auxiliar del arzobispo de Cracovia, a quien sucedió en 1964. Ya en esa época era un líder visible que a menudo asumía posiciones críticas contra el comunismo y los funcionarios del gobierno polaco. Durante el Concilio Vaticano II destacó por sus intervenciones sobre el esquema eclesiástico y en los debates acerca de la constitución pastoral Gaudium et spes, dedicada al papel de la Iglesia en el mundo contemporáneo.
En 1967 el Papa Pablo VI lo nombró cardenal, y el 16 de octubre de 1978, a la edad de cincuenta y ocho años, fue elegido para suceder al papa Juan Pablo I, fallecido tras treinta y cuatro días de pontificado. De este modo, como decía unas líneas más arriba, se convirtió en el primer Papa no italiano desde 1523, y en el primero procedente de un país del bloque comunista. Desde sus primeras encíclicas, Redemptoris hominis (1979) y Dives in misericordia (1980), Juan Pablo II exaltó el papel de la Iglesia como maestra de los hombres y destacó la necesidad de una fe robusta, arraigada en el patrimonio teológico tradicional, y de una sólida moral, sin mengua de una apertura cristiana al mundo del siglo XX. Denunció la Teología de la Liberación, criticó la relajación moral y proclamó la unidad espiritual de Europa.
El 13 de mayo de 1981 sufrió un grave atentado en la Plaza de San Pedro del Vaticano, donde resultó herido por los disparos del terrorista turco Mehmet Ali Agca. A raíz de este suceso, Juan Pablo II tuvo que permanecer hospitalizado durante dos meses y medio. El 13 de mayo de 1982 sufrió un intento de atentado en el Santuario de Fátima durante su viaje a Portugal. Sin embargo, el pontífice continuó con su labor evangelizadora, visitando incansablemente numerosas regiones, en especial los países del Tercer Mundo de África, Asia y América del Sur.
Igualmente, siguió manteniendo contactos con numerosos líderes religiosos y políticos, destacando siempre por su carácter conservador en cuestiones doctrinales y por su resistencia a la modernización de la institución eclesiástica. Entre sus encíclicas cabe mencionar Laborem exercens (El hombre en su trabajo, 1981), Redemptoris mater (La madre del Redentor, 1987), Sollicitudo rei socialis (La preocupación social, 1987), Redemptoris missio (La misión del Redentor, 1990) y Centessimus annus (El centenario, 1991).
Entre sus exhortaciones y cartas apostólicas destacan Catechesi tradendae (Sobre la catequesis, hoy, 1979), Familiaris consortio (La familia, 1981), Salvifici doloris (El dolor salvífico, 1984), Reconciliato et paenitentia (Reconciliación y penitencia, 1984), Mulieris dignitatem (La dignidad de la mujer, 1988), Christifidelis laici (Los fieles cristianos, 1988) y Redemptoris custos (El custodio del Redentor, 1989). En Evangelium vitae (1995) trató las cuestiones del aborto, las técnicas de reproducción asistida y la eutanasia. Ut unum sint (Que todos sean uno, 1995) fue la primera encíclica de la historia dedicada al ecumenismo. En 1994 publicó el libro Cruzando el umbral de la esperanza.
El pontificado de Juan Pablo II no estuvo exento de polémica. Su talante tradicional le llevó a sostener algunos enfoques característicos del catolicismo conservador, sobre todo en lo referente a la prohibición del aborto y los anticonceptivos, la condena del divorcio y la negativa a que las mujeres se incorporen al sacerdocio. Sin embargo, también fue un gran defensor de la justicia social y económica, abogando en todo momento por la mejora de las condiciones de vida en los países más pobres del mundo.
Tras un proceso de intenso deterioro físico que le impidió cumplir en reiteradas ocasiones con las habituales apariciones públicas en la plaza de San Pedro, Juan Pablo II falleció el 2 de abril de 2005. Su desaparición significó para algunos la pérdida de uno de los líderes más carismáticos de la historia reciente; para otros implicó la posibilidad de imaginar una Iglesia católica más acorde a la sociedad moderna. En cualquier caso, su muerte ocurrió en un momento de revisionismo en el seno de la institución, de una evaluación sobre el protagonismo que ha de tener en el mundo contemporáneo y el que pretende tener en el del futuro. Su sucesor, Benedicto XVI, anunció ese mismo año el inicio del proceso para la beatificación de Juan Pablo II, que tuvo lugar el 1 de mayo de 2011. El 27 de abril de 2014 fue canonizado, junto con Juan XIII, en una ceremonia oficiada por el papa Francisco, que había sido elegido pontífice en marzo de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI.
Recuerdo especialmente a Juan Pablo II, porque un 3 de noviembre de 1982 fui testigo junto con otros 90.000 jóvenes de un encuentro en el Estadio Santiago Bernabéu durante su viaje apostólico a España. Aquella homilía fue brillante y la recuerdo con todo el cariño.
Para él fue uno de los encuentros más esperados de su visita a España. En todas sus visitas pastorales, en las diversas partes del mundo, siempre quiso reunirse con los jóvenes. Él tenía gran estima por los jóvenes porque eran la esperanza de la Iglesia porque el mundo y la sociedad terminan descansando en gran parte sobre ellos.
“Los jóvenes sois capaces de ganar el corazón con tantos de vuestros gestos, con vuestra generosidad y espontaneidad”.
Él se había preguntado: “los jóvenes españoles, ¿serán capaces de mirar con valentía y constancia hacia el bien; ¿ofrecerán un ejemplo de madurez en el uso de su libertad, o se replegarán desencantados sobre sí mismos? La juventud de un país rico de fe, de inteligencia, de heroísmo, de arte, de valores humanos, de grandes empresas humanas y religiosas, ¿querrá vivir la presente abierta a la esperanza cristiana y con responsable visión de futuro? La respuesta me la dieron las noticias que me llegaban de vosotros. Me la ha dado, sobre todo, lo que he visto en tantos de vosotros en estos días y vuestra presencia y actitud esta tarde. Quiero decíroslo: no me habéis desilusionado, sigo creyendo en los jóvenes, en vosotros. Y creo, no para halagaros, sino porque cuento con vosotros para difundir un sistema nuevo de vida. Ese que nace de Jesús, hijo de Dios y de María, cuyo mensaje os traigo.
Se preguntaba: ¿por qué existe el mal en el mundo? Las palabras de Cristo hablan de persecución, de llanto, de falta de paz y de injusticia, de mentira y de insultos. E indirectamente hablan del sufrimiento del hombre en su vida temporal. Pero no se detienen ahí. Indican también un programa para superar el mal con el bien. Efectivamente, los que lloran, serán consolados; los que; sienten la ausencia de la justicia y tienen hambre y sed de ella, serán saciados; los operadores de paz serán llamados hijos de Dios; los misericordiosos, alcanzarán misericordia; los perseguidos por causa de la justicia, poseerán el reino de los cielos.
Hubo una parte de su intervención que me gustó especialmente y que tiene gran actualidad: ”Cuando sabéis ser dignamente sencillos en un mundo que paga cualquier precio al poder; cuando sois limpios de corazón entre quien juzga sólo en términos de sexo, de apariencia o hipocresía; cuando construís la paz, en un mundo de violencia y de guerra; cuando lucháis por la justicia ante la explotación del hombre por el hombre o de una nación por la otra; cuando con la misericordia generosa no buscáis la venganza, sino que llegáis a amar al enemigo; cuando en medio del dolor y las dificultades, no perdéis la esperanza y la constancia en el bien, apoyados en el consuelo y ejemplo de Cristo y en el amor al hombre hermano. Entonces os convertís en transformadores eficaces y radicales del mundo y en constructores de la nueva civilización del amor, de la verdad, de la justicia, que Cristo trae como mensaje.”
“Ante la manipulación de la que puede sentirse objeto mediante la droga, el sexo exasperado, la violencia, el joven cristiano no buscará métodos de acción que le lleven a la espiral del terrorismo; éste le hundiría en el mismo o mayor mal que critica y depreca. No caerá en la inseguridad y la desmoralización, ni se refugiará en vacíos paraísos de evasión o de indiferentismo. Ni la droga, ni el alcohol, ni el sexo, ni un resignado pasivismo acrítico —eso que vosotros llamáis “pasotismo”— son una respuesta frente al mal.
La respuesta vuestra ha de venir desde una postura sanamente crítica; desde la lucha contra una masificación en el pensar y en el vivir que a veces se os trata de imponer; que se ofrece en tantas lecturas y medios de comunicación social”. ¡Jóvenes! ¡Amigos! Habéis de ser vosotros mismos, sin dejaros manipular; teniendo criterios sólidos de conducta. En una palabra: con modelos de vida en los que se pueda confiar, en los que podáis reflejar toda vuestra generosa capacidad creativa, toda vuestra sed de sinceridad y mejora social, sed de valores permanentes dignos de elecciones sabias. Es el programa de lucha, para superar con el bien el mal. El programa de las bienaventuranzas que Cristo os propone. Imaginaos por un momento este magnífico estadio sin luz. No nos veríamos ni oiríamos. ¡Qué triste espectáculo sería! ¡Qué cambio, por el contrario, estando bien iluminado! Con razón puede decirnos San Juan que “el que ama a su hermano está en la luz”, mientras que el que le aborrece “está en las tinieblas”. Con esa transformación interior se vence el mal, el egoísmo, las envidias, la hipocresía y se hace prevalecer el bien.
Por ello, no como antagonista, no como adversario, sino como “hermano”. ¡Cuántas fuerzas del mal, de desunión, de muerte e insolidaridad se vencerían si esa visión del hombre, no lobo para el hombre, sino hermano, se implantara eficazmente en las relaciones entre personas, grupos sociales, razas, religiones y naciones! Ese es el camino para la construcción del reino de Cristo; donde tienen cabida prevalente los pobres, los enfermos, los perseguidos, porque el hombre es visto en su capacidad y tendencia hacia la plenitud de Dios.
Un mundo donde impere la verdad, la dignidad del hombre, la responsabilidad, la certeza de ser imagen de Dios. Un proyecto divino sobre el hombre, basado en el amor, la libertad auténtica, el servicio mutuo, la reconciliación de los hombres con Dios y entre sí. Un reino al que todos sois llamados, para construirlo no sólo aisladamente, sino también asociados en grupos o movimientos que hagan presente el Evangelio y sean luz y fermento para los demás.
Concluyó diciendo:” Jóvenes españoles: el mal es una realidad. Superarlo en el bien es una gran empresa. Brotará de nuevo con la debilidad del hombre, pero no hay que asustarse. La gracia de Cristo y sus sacramentos están a nuestra disposición.
Mientras marchemos por el sendero transformador de las bienaventuranzas, estamos venciendo el mal; estamos convirtiendo las tinieblas en luz. Sea éste vuestro camino; con Cristo, nuestra esperanza, nuestra Pascua. Y acompañados siempre por la Madre común, la Virgen Maria. Así sea.
Murió el 2 de abril del 2005 y a las 21:37 horas con 84 años, el Papa murió en sus aposentos privados, por decisión propia, Juan Pablo II no fue trasladado a una clínica y aunque los médicos descartaron la presencia de cáncer, por primera vez el Vaticano reconoció que el Papa sufría de una dolencia nerviosa y que se trataba del mal de Parkinson. El “Papa peregrino”, gran defensor de las familias y amado por los jóvenes, el Papa polaco que estuvo al frente de la Iglesia Católica durante 26 años y 5 meses, en su lecho de muerte pronunció sus últimas palabras: “Dejadme ir a la casa del Padre”. Allí descansará en paz el hombre y sacerdote que según declaró un año antes de su muerte “se sentía como un joven de 83 años”.