San Ezequiel es uno de los profetas mencionados en el Antigua Testamento, de modo que además de ser venerado por los cristianos, también los judíos le rinden homenaje por ser un hombre que descendía de un linaje de sacerdotes, que por sus creencias sufrió el encarcelamiento en Babilonia, supuestamente entre los años 593 y 571 antes de Cristo, junto con el rey Joaquim de Judá.
San Ezequiel el profeta
El nombre de Ezequiel en hebreo literalmente significa “Dios es mi fortaleza”. Luego de permanecer cinco años exiliado, se dice que Dios convocó a San Ezequiel, para que se convirtiera en un sacerdote que ejerciera como profeta para aquellos que habían sido desterrados, por un lapso de veinte años, con el propósito de luchar contra las ideas erradas de los que afirmaban que era posible regresar pronto a Jerusalén. Vivió al mismo tiempo que el profeta Jeremías. Tuvo que permanecer en una ciudad de Mesopotamia, de nombre Tel-Abib, cercana a Nipur en Caldea, en las orillas del río Cobar.
Según lo que se puede leer en el libro de Ezequiel, en el Antiguo Testamento de la Sagrada Biblia, éste profeta tuvo unas 7 visiones que se relacionaban con el juicio de Dios a Israel, y sobre la restitución del pueblo judío después de su cautiverio en Babilonia. Sus mensajes tratan sobre la reverencia que debe tenerse por la santidad de Dios, incluyendo reflexiones con la relación a la futura reconstrucción del Templo en Jerusalén, haciendo énfasis en la responsabilidad moral que debe tener cada individuo.
Una de las profecías que más impactan de San Ezequiel es la que tiene que ver con lo que describió como seres tetramorfos, que son los cuatro seres que describe halando un carro celestial. Tuvo que luchar contra las ideas difundidas por falsos profetas, sobre la restauración del pueblo hebreo en Jerusalén y la reconstrucción del Templo por Dios en un lapso breve.
Cuando había caído Jerusalén y el Templo había sido destruido, muchos judíos perdieron su fe en el señor, así que la misión que le fue encomendada por el Señor a San Ezequiel fue la de luchar en contra de la idolatría, así como la corrupción y la adquisición de malas costumbres, pero al mismo tiempo consolaba a los judíos, predicando la esperanza de un regreso del pueblo de Judá a su tierra y la futura llegada de un mesías.
El Libro de San Ezequiel el profeta está dividido en un prólogo, donde se relata el llamamiento que le hizo Dios al profeta, que son los Capítulos 1 al 3, y tres capítulos principales: el primero comprendido entre los Capítulos 4 al 24, donde se profetiza sobre las ruinas de Jerusalén; el segundo, comprendido entre los capítulos 25 al 32, donde se descrine el castigo que Dios impondrá a los pueblos que sean enemigos de Judá; y el tercero, comprendido entre los capítulos 33 al 48, donde se habla de la restauración del pueblo de Israel.
Ya situados en el último capítulo principal, en la profecía explicada entre los capítulos 40 al 48, San Ezequiel profeta hace una descripción detallada sobre la forma en que el pueblo de Judá será restituido luego de una largo cautiverio, con la reconstrucción del Templo y de la ciudad de Jerusalén y sus alrededores, y que la tierra prometida sería repartida de forma equitativa entre las doce tribus de Israel.
Todos los intérpretes reconocen que las profecías del San Ezequiel están caracterizadas por lo ricas que son sus alegorías, tanto en imágenes como acciones de tipo simbólico y San Jerónimo habla de las mismas como el «mar de la palabra divina» y el «laberinto de los secretos de Dios».
San Ezequiel profeta es honrado por cuatro religiones, que son el judaísmo, el islam, el cristianismo, y el bahaísmo. De acuerdo con las tradiciones judaicas, San Ezequiel murió martirizado. Pero el 10 de abril, el mundo cristiano recuerda a otros santos y beatos, entre los que podemos mencionar a San Apolonio de Alejandría, San Beda el joven, San Fulberto, San Macario de Gante, San Miguel de los Santos, San Paladio de Auxerre, Santa Magdalena de Canossa, Beato Antonio Nevrot, Beato Bonifacio Zukowski y Beato Marcos de Bolonia Fantuzzi.