El yogur es un producto muy arraigado en nuestras costumbres gastronómicas. Se obtiene a partir de la fermentación de la leche, generalmente, de vaca, aunque puede ser de otro tipo, siempre y cuando tenga origen animal. Este es un proceso que se da gracias a las bacterias existentes en la sustancia primigenia. Los orígenes de la costumbre de fabricarlo son imposibles de rastrear. Algunos datos apuntan a que pudo surgir en Mesopotamia hace aproximadamente 7000 años. Como los pastores en esa época tenían una vida nómada, almacenaban la leche en sacos de piel, donde, debido a las altas temperaturas, en ocasiones, llegaba a fermentar. Posteriormente, seguían guardando el resultado del ordeño de sus vacas en los mismos recipientes. Así, fruto de la casualidad, es como se descubrió la técnica del yogur.
Hoy día, la manera más popular de preparar el alimento es la griega. Sin embargo, seguramente no sepas que la palabra con que lo nombramos es turca. En el país transcontinental, se elabora de una forma muy similar. No sería hasta principios del siglo XX, con las investigaciones del microbiólogo ruso Méchnikov cuando se descubrirían las magníficas propiedades que tiene. En torno a ello, va a girar el presente artículo, es decir, la forma en que yogur nos puede ayudar a luchar contra enfermedades. Concretamente, nos centraremos en la hipertensión arterial.
2Refuerza el sistema inmunitario
Asimismo, los microorganismos inherentes al producto tienen el poder de reforzar el sistema inmunitario de su consumidor. Podría simplificarse esto diciendo que las bacterias del yogur nos ayudan a luchar contra aquellas que nos provocan las infecciones. Es necesario resaltar, también, su aspecto nutricional. Además de calcio, nos aporta proteínas de un alto valor biológico y es rico en vitaminas A y D, fósforo y potasio. Se trata, por consiguiente, de un alimento muy completo.