El presidente de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart, ha pedido un compromiso para celebrar un nuevo referéndum en Catalunya cuanto antes, sin concretar si debe ser acordado o unilateral, y explorar estrategias de «lucha no violenta» para presionar al Estado por la independencia.
Así lo expone en el libro ‘Aprendizajes y una propuesta‘ (Ara Llibres), que llega este martes a las librerías y que recoge fragmentos del dietario que empezó a escribir cuando entró en la cárcel con el fin de mirar «hacia el futuro, sin dejar de plantar cara a la represión«.
Según Cuixart, hay que comprometerse a celebrar un nuevo referéndum «cuanto antes y sin más adjetivos, le complazca o no al Estado«, y cree que esto es lo que quería decir cuando manifestó ‘Ho tornarem a fer’ (Lo volveremos a hacer).
Sin embargo, cree que deberá estudiarse y hacer evolucionar el concepto de desobediencia institucional de carácter civil, marco en el que considera que el independentismo se ha movido hasta ahora «seguramente sin ponerle etiqueta y sin acabar de desarrollarlo en hechos«.
En su opinión, la desobediencia civil es «la principal herramienta no violenta» para presionar a las instituciones y a los políticos cuando el ordenamiento jurídico impide el ejercicio de derechos fundamentales, ampara situaciones injustas o lesiona el bien común.
Pese a ello, en Catalunya no ve posibilidad de un referéndum pactado, un nuevo referéndum unilateral o una declaración unilateral de independencia, sean cuales sean las mayorías parlamentarias, «si antes no se ha alcanzado la madurez de aceptar que será necesario llevar a cabo grandes actos masivos en el marco de la lucha no violenta».
Para Cuixart, la gente tiene el poder de cambiar las cosas y cree que, si no se está dispuesto a pagar las consecuencias de estos actos, no es necesario dedicar «más tiempo», dejando claro que la prisión no puede ser un límite si se quiere avanzar.
1-O
Tras reivindicar el 1-O de 2017 como el acto de desobediencia civil más grande de las últimas décadas en Europa, asegura que sirvió para empezar a socializar y familiarizarse con formas de lucha no violenta, pero «no había propuesta estructurada de huelgas, de boicots, de no cooperación con el Estado, de desobediencia civil y de intervención no violenta».
A su juicio, el proceso independentista catalán se ha desarrollado sobre la base de una acción institucional combinada con una movilización popular, aunque «no ha habido, hasta ahora, acciones instrumentales con la intención de crear presiones al Estado a través de la coerción no violenta, como procesos de impago de impuestos o boicots económicos».
Por eso, considera que el 1-O representó un cambio que no pudo consolidarse porque «no estaba prevista la posibilidad de resistencia no violenta para mantener y defender» el resultado.
Sin vaticinar hacia dónde evolucionará el movimiento independentista, sí ha exigido a la sociedad civil y a la política explorar todas las vías de movilización, organización y acción no violenta una vez «constatada la reacción violenta del Estado».
Así, apunta que será necesario «subir un escalón y encarar, más pronto que tarde y seriamente, la estrategia no violenta, la estructuración y el empoderamiento de un movimiento consciente de desobediencia civil».
Con una apelación a construir acuerdos a largo plazo, más allá de los ciclos electorales, ha llamado como sociedad civil a ser más, más determinantes y perseverantes, y a prepararse para los pasos siguientes tras «la sacudida represiva» vivida desde el otoño de 2017.
Y por eso considera que los catalanes deben aprovechar el poder acumulado hasta 2017, ampliarlo y traducirlo en fuerza para lograr su objetivo: «En Catalunya, el Estado ya prácticamente no tiene poder. Sí que tiene la fuerza con el ejército, la policía y los tribunales. Pero el poder que surge de la gente buscando un objetivo, ya no lo tiene«.
MESA DE DIÁLOGO
Cuixart también ha reiterado que la propuesta de negociación «deberá ser atendida» por parte del Estado pese a la prisión y sus posicionamientos, y ha resaltado que nunca renunciarán al diálogo y que la confrontación sirve de poco a largo plazo.
«Ni confrontar de forma decidida no lleva a perder, ni la voluntad de diálogo no es síntoma de fragilidad. Todo lo contrario», ha recalcado el presidente de Òmnium.
Pese a todo, cree que la mesa no debe aceptarse como un bien absoluto, alegando que en una negociación los resultados son exigibles y que también deben ser conscientes de las capacidades del Estado, «no sólo de maniobra, sino de juego sucio y de mentira«.
Además, cree que la mesa de diálogo será útil si lo es en el marco de una estrategia compartida por el conjunto del soberanismo, escuchando la voz de la ciudadanía y, sobre todo, si hay voluntad real de hablar por parte del Estado.
Añade que la mesa de diálogo servirá si no se convierte en una «arma arrojadiza» entre partidos, y para evitar que esto ocurra ha apelado a la unidad de las formaciones independentistas que permitió la celebración del 1-O, dejando claro que unidad no equivale a uniformidad.
De hecho, admite que «a veces es desesperante» constatar la desconfianza que se tienen algunos partidos cuando se trata de abordar cuestiones que afectan a Catalunya, algo que le cuesta entender.
REACCIÓN A LA SENTENCIA
Sobre la sentencia del Tribunal Supremo a los líderes independentistas, cree que la respuesta de las instituciones catalanas «no estuvo a la altura del momento«, y lo ha confrontado con el compromiso que, a su juicio, siempre tiene la sociedad catalana en la defensa de las instituciones.
Para Cuixart, la gente siempre reacciona, y todo ello «pese a la falta de estrategia compartida entre los partidos y la obsesión constante y estéril, a efectos de país, de priorizar la pugna electoralista».