Los hogares de ancianos abren las puertas a los niños y surge la magia. Son numerosos los experimentos en este sentido que llevan produciéndose en todo el mundo, de forma cada vez más reiterada, ante los buenos resultados.
Por ejemplo, en Gales orfanatos y hogares de ancianos conviven bajo el mismo techo.
En Nightingale House, un hogar de ancianos se decidió llevar adelante este particular experimento nacido en Canadá, que ha dado excelentes frutos. Por algunas horas, cada día, niños huérfanos y personas ancianas transcurren juntos su tiempo, ayudándose mutuamente.
La ayuda es recíproca, en cuanto huérfanos y ancianos y en este caso, además los niños son huérfanos y el hecho de haber quedado solos, hace que la convivencia incluso pueda ser más necesaria.
Mezclando las generaciones, los niños pueden aprender de los más ancianos, mientras estos últimos pueden vivir días más alegres gracias a la vitalidad de los niños.
En muchos casos los ancianos están apagados, sin alegría, adormecidos y en general, tristes, por eso los niños resultan una vitamina muy grande.
Las actividades que desarrollan juntos son muchas, educativas para los más pequeños y estimulantes para los mayores. Para ellos, la presencia de los niños es una verdadera carga de energía positiva y felicidad, pudiendo convertirse en abuelos y abuelas incluso aunque no lo fueran.
Nightingale House inauguró su guardería en 2018, se trata de Apples y Honey Nightingale, la primera guardería en Reino Unido situada en una residencia de ancianos. Los residentes de la tercera edad y los niños tienen acceso a un programa lleno de actividades que incluyen panadería, jardinería y arte, además de ejercicio. Los residentes también pueden acceder a la guardería para pasar tiempo con los niños.
Los residentes muy a menudo se olvidan de sus propias limitaciones físicas, y se encuentran animados, se estiran, se levantan de la silla, extienden una mano, o participan en la conversación. La edad promedio de los residentes en el hogar es más de 80 años, lo que significa que los problemas relacionados con la movilidad y la fragilidad son una prioridad, tanto como la soledad. En una sociedad que lo juzga todo, los niños pequeños no juzgan, no tienen prejuicios y son receptivos, muy curiosos y creativos.
Y es que entre ambas edades no existen tantas diferencias. En ambas etapas podemos ser incontinentes o necesitar el cambio de los pañales. Tampoco somos capaces de desplazarnos con facilidad, nos trasladan de aquí para allá, o tenemos que ir empujando nuestros andadores con cuidado y existe un evidente riesgo de caer en cada uno de nuestros movimientos e incluso, puede que no podamos comer solos.
Necesitamos estímulos para desarrollarnos, de forma que nuestros cuidadores nos rodean de rotuladores, dibujos para colorear, fichas con figuras geométricas y todo tipo de juegos. Es básico tener entornos perfectos donde desarrollar nuestra vida. Son muchas las similitudes entre el principio y final de la vida, en ambos extremos necesitamos que nos cuiden con cariño, atención, paciencia y dedicación.
No debemos olvidar otro problema de fondo, la población mundial envejece de forma dramática, con casi el mismo número de personas que llegan a los 80 como de personas que nacen.
Según datos de estudios al respecto, el número de niños menores de 5 años podría caer de 681 millones en 2017 a 401 millones en 2100.Por contra el número de personas mayores de 80 años podría subir de 141 millones en 2017 a 886 millones en 2100.
Paralelamente no faltan opiniones que piensan que toda esta situación podría tener su lado bueno, por ejemplo, para el medioambiente. Con una población menor se produciría una reducción en las emisiones de carbono, así como menos deforestación y actividades como la agricultura o la ganadería saldrían ganando.
Se están produciendo grandes cambios sociales y de forma muy rápida y también muchas dudas sobre el futuro que les espera a las próximas generaciones.
Mientras todo esto llega, sigamos estrechando los lazos entre el principio y fin de la vida, entre el somos y el fuimos.