Ofrecer vacunas contra el covid-19 en el campus, retrasar o escalonar la reapertura en otoño y obligar a llevar mascarilla son algunas de las medidas que podrían tomar las universidades y los institutos para convertirlos en lugares más seguros para los estudiantes que regresan o comienzan sus estudios este otoño, afirman expertos en salud pública en un artículo de opinión publicado en ‘The BMJ’.
Simon Williams, de la Universidad de Swansea (Reino Unido), y Gavin Yamey, del Instituto de Salud Global Duke de Carolina del Norte (EE.UU.), exponen cinco medidas que las universidades podrían adoptar para garantizar una mayor protección de sus estudiantes.
Es necesario actuar, argumentan, porque cuando las universidades volvieron a abrir sus puertas en otoño de 2020, no se tomaron suficientes medidas preparatorias y esto provocó brotes del coronavirus que obligaron a cerrar pisos y residencias enteras.
Además, este año, los peligros potenciales están igual de presentes debido a la variante Delta –dominante ya en muchos países– que se estima que es dos veces más transmisible que la cepa original del coronavirus y que podría enfermar a los estudiantes e impulsar la infección en las comunidades cercanas a las universidades.
Por ello, los autores exponen cinco medidas que recomiendan para minimizar los riesgos. En primer lugar, recomiendan que las universidades consideren la posibilidad de fomentar el uso de las vacunas contra el covid-19 ofreciéndoles la vacunación in situ. Los autores señalan que los planes actuales del gobierno de ofrecer planes de incentivos e insistir en los «pasaportes de vacunas» para acceder a los clubes nocturnos también pueden impulsar la aceptación.
En segundo lugar, las universidades podrían plantearse retrasar o escalonar sus reaperturas de otoño para evitar una migración masiva de todos los estudiantes en pocas semanas.
En tercer lugar, las universidades y los gobiernos podrían invertir en garantizar una ventilación adecuada en todos los campus, incluidas las aulas y los alojamientos. Esto ayudaría a reducir la transmisibilidad del covid-19 y otras enfermedades respiratorias como la gripe. La celebración de clases al aire libre, si el tiempo lo permite, también podría ayudar.
Otro paso útil sería disponer de un rastreo eficaz de los contactos, combinado con la realización de pruebas y el aislamiento en el campus, respaldado por recursos adicionales para garantizar un apoyo adecuado al autoaislamiento.
Por último, los autores recomiendan insistir en el uso de mascarillas en los entornos en los que no es posible el distanciamiento social, como las conferencias dentro de las aulas.
Concluyen que, «con las universidades de ambos lados del Atlántico a punto de reabrir, las instituciones de enseñanza superior «vuelven a enfrentarse a los retos que plantea el SRAS-CoV-2 en su planificación de operaciones seguras durante el próximo curso académico».
«Sigue siendo de vital importancia proteger a los estudiantes del covid-19 –prosiguen–. Si bien es cierto que el covid-19 rara vez mata a los adultos jóvenes, ciertamente pueden enfermar y también pueden desarrollar síntomas a largo plazo.
Advierten de que «los estudiantes infectados pueden contagiar a los adultos mayores y vulnerables del campus, incluidos los profesores y el personal de mantenimiento y servicios de la universidad y también hay pruebas de que los brotes en el campus pueden impulsar la infección en las comunidades que rodean a la universidad».