Un equipo del Observatorio de la Tierra Lamont-Doherty de la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, afirma que los investigadores que examinan los indicios del nivel del mar en el pasado a lo largo de varias costas pueden no haber corregido con precisión las subidas y bajadas a largo plazo de la propia tierra, por lo que el nivel del mar en el pasado podría no haber sido tan alto como se pensaba, según publican en la revista ‘Proceedings of the National Academy of Sciences’.
Uno de los misterios actuales de la ciencia del clima gira en torno a la evidencia ampliamente aceptada de que durante el último período cálido natural del planeta, hace unos 128.000 a 117.000 años, el nivel global del mar alcanzó un máximo de 6 a 9 metros más alto que el actual. Y, durante el llamado último interglacial, las temperaturas fueron sólo 1 ó 2 grados más cálidas que las de la época preindustrial, marcas que podríamos superar a finales de siglo, si no antes.
Un diluvio de este tipo sólo podría producirse por el colapso de las capas de hielo de Groenlandia y/o de la Antártida. Si eso ocurriese ahora anegaría gran parte del mundo habitado. Sin embargo, al menos hasta ahora, los modelos de aumento del nivel del mar en el futuro suelen rondar un metro más o menos en los próximos 100 años. ¿Qué estamos pasando por alto y hasta qué punto debería asustarnos?
En un nuevo estudio, los investigadores, basándose en nuevas y sofisticadas mediciones realizadas en las Bahamas y en nuevos métodos de análisis de los datos, han realizado estimaciones más bajas, aunque todavía sorprendentes, del último período interglacial.
Afirman que los mares alcanzaron un pico de al menos 1,2 metros más alto que el actual, lo que coincide con la mayoría de los modelos actuales para los próximos 100 años aproximadamente. Sin embargo, dicen, los niveles podrían haber sido más altos. Un límite superior improbable, dicen, es de 5,3 metros.
«Para llegar a 9 metros de aumento del nivel del mar, habría que derretir grandes partes de Groenlandia y la Antártida –explica el autor principal, Blake Dyer–. «Esto sugiere que eso no ha ocurrido. Así que tal vez no deberíamos sentirnos tan mal por el futuro. Por otro lado, nuestra estimación inferior es mala, y la superior es realmente mala».
La clave del nuevo estudio es que cuando las capas de hielo se acumulan deprimen la tierra que hay debajo. El hielo que cubrió el norte de Norteamérica durante la última glaciación hasta hace unos 15.000 años aplastó la tierra cientos de metros. Pero la Tierra es elástica: lo que baja en un lugar sube en otro, como cuando se aprieta una pelota de goma o una cámara de aire.
Estas deformaciones corolarias fuera de las regiones heladas aún no se comprenden bien y pueden arrastrarse cientos o miles de kilómetros a lo largo de cientos o miles de años. Se mueven principalmente en el manto flexible, a unos 100 o 1.000 kilómetros de profundidad, antes de abultarse de nuevo en la superficie. Luego, cuando el hielo se derrite, el proceso es inverso: las regiones anteriormente cubiertas de hielo repuntan, mientras que las de los márgenes se hunden, en un lento vaivén.
Obviamente, estos movimientos, conocidos como rebote isostático glaciar, pueden sesgar las estimaciones de los niveles de agua del pasado, y los científicos del clima se han esforzado por ajustarlos con precisión.
Por ejemplo, estudios anteriores han sugerido que las ondulaciones topográficas de las glaciaciones de América del Norte se desplazaron por la costa este de Estados Unidos y llegaron hasta el archipiélago de las Bahamas. Esto empujó las islas hacia arriba cuando el hielo era alto, y las hizo descender lentamente cuando el hielo se derritió. Pero no estaba claro cuánto y cuándo. Para averiguarlo, los investigadores estudiaron con gran detalle los depósitos costeros de las islas.
Al recorrer las costas de siete islas, el equipo midió con exactitud las elevaciones de distintos tipos de formaciones geológicas, como arrecifes de coral fósiles, bordes fosilizados de antiguas playas y depósitos de arena cercanos a la costa, y dunas de arena fósiles. Encontraron secuencias similares de edades parecidas en cada isla, pero sus elevaciones variaban según la latitud.
Esto significaba que las variaciones no podían haberse producido sólo por los niveles de agua; había que tener en cuenta los movimientos de la tierra. Al reunir todas las mediciones, llegaron a la conclusión de que las islas del norte probablemente se hundieron hasta 10 metros durante el interglaciar, mientras que las del sur sólo se hundieron unos 6 metros.
Combinaron estos hallazgos con cientos de modelos diferentes de cómo el rebote isostático glacial podría haber viajado a través de la Tierra, y convirtieron los cálculos en niveles globales del mar. Así se obtuvieron las nuevas estimaciones, más bajas.
La coautora Jacqueline Austermann, geodinamista de Lamont-Doherty, señala que «si estas estimaciones más bajas son ciertas, la implicación es que las capas de hielo responderán al calentamiento, pero tal vez no tan dramáticamente como pensábamos».
Una pega del estudio es que las pruebas de las estimaciones mucho más elevadas del aumento del nivel del mar durante el último interglaciar proceden de muchos otros lugares, como el Mediterráneo, el océano Índico y Australia, si bien estas estimaciones también pudieron verse afectadas por las suposiciones sobre el tamaño de la capa de hielo separada que cubría Escandinavia, el norte de Europa y el noroeste de Rusia.
Además, las cálidas temperaturas del último interglacial se produjeron lentamente por las variaciones en la orientación de la Tierra con respecto al sol a lo largo de miles de años, y pueden no haber afectado a ambos polos simultáneamente.
La coautora del estudio, Maureen Raymo, directora de Lamont-Doherty y codecana de la nueva Escuela del Clima de Columbia, sugiere que esto podría significar que cuando algunas regiones polares perdían hielo, otras podrían haberlo ganado. Esto habría ayudado a equilibrar las cosas y a limitar el aumento global del nivel del mar.
Señala que las emisiones humanas de carbono calientan ahora el planeta de forma mucho más rápida y uniforme que durante el último interglaciar, por lo que no hay garantía de que se produzca tal amortiguación. «Eso hace que sea más difícil aplicar los resultados a la actualidad –advierte–. Lo fácil sería decir: ‘Oh, hemos demostrado que el nivel del mar no era tan malo, y eso es estupendo’, pero la respuesta más difícil, la más honesta, es que tal vez las cosas eran diferentes entonces y no estamos en lo cierto».
Robert Kopp, científico del clima de la Universidad de Rutgers cuyo trabajo es ampliamente citado como prueba de los niveles del mar mucho más altos del último interglacial, cree que el estudio «debería inspirar una evaluación crítica sustancial de lo que entendemos, o lo que creemos que entendemos, sobre el último interglacial. Dado que se basa en una sola región, creo que debería verse como una hipótesis alternativa a la evaluación predominante en lugar de como la nueva mejor estimación», por lo que cree que el siguiente paso sería reexaminar otras regiones.
Y los investigadores ya están trabajando en ello ya que tienen previsto investigar en otras regiones para corroborar sus resultados, por lo que ya están estudiando nuevas evaluaciones de lugares de Dinamarca, Francia, Reino Unido y Sudáfrica.