Una estampa muy clásica en las aulas del siglo pasado era la de un profesor irritado, arrojando un borrador lleno de polvo de tiza a la cabeza del típico alumno díscolo.
El inofensivo impacto no tenía ninguna consecuencia física, salvo la de empolvar el rostro o el cabello del asombrado alumno.
A día de hoy, es difícil contemplar ese tipo de escenas, ya que el clásico encerado en el que se escribía con tiza ha sido arrinconado por la moderna pizarra blanca.
Los orígenes de la pizarra
La pizarra es un elemento didáctico que carga con más de dos siglos y medio de historia a sus espaldas:
A principios del siglo XIX, los alumnos acudían a clase con una rudimentaria chapa fabricada a base de pizarra, al que denominaban pizarrita o pizarrilla. Sobre sus pizarritas realizaban ejercicios de escritura, cálculos y dibujos, pero en las aulas aún no colgaban las majestuosas y enormes pizarras que todos conocemos.
Fue en la primera mitad de ese siglo cuando un profesor escocés de Geografía, llamado James Pillans, tuvo la ocurrencia de colgar una pizarrita en la pared de su clase, para escribir datos que fueran visibles para todos los alumnos.
La idea pronto fue secundada por los colegas del ingenioso James Pillans y su uso se extendió por todo el planeta, creciendo de tamaño y convirtiéndose en el imprescindible elemento pedagógico que hoy llamamos pizarra o encerado.
¿Qué pizarra es la más adecuada?
El desplazamiento de la pizarra de tiza por las pizarras blancas se debe a la mayor comodidad de borrado y limpieza de estas últimas. Sin embargo, hay ocasiones en las que el encerado convencional puede ser más aconsejable.
Analicemos las características de cada clase de pizarra:
Encerado convencional
La visibilidad desde lejos es superior en las pizarras clásicas de fondo negro y está comprobado que exigen menor esfuerzo visual a los alumnos que siguen las explicaciones.
Por tanto, es un elemento muy aconsejable en aulas universitarias de dimensiones grandes. De hecho, en las prestigiosas universidades anglosajonas sigue siendo habitual su presencia.
La contrapartida es que son muy engorrosas de limpiar. Además, el polvo de la tiza se expande por doquier y puede causar trastornos respiratorios y alérgicos.
Pizarras blancas y magnéticas
Para escribir en las pizarras blancas se utilizan rotuladores no permanentes, a la venta en papelerías, que apenas producen polvillo en el borrado. Además, ese polvillo es más denso que el de la tiza y no se expande por el aire, sino que tiende a caer en vertical, depositándose en una bandeja colocada a tal efecto.
Son fácilmente visibles en distancias cortas y la precisión de escrituras y dibujos es mucho más alta que en los encerados de toda la vida. En las papelerías online pueden encontrarse pizarras blancas en infinidad de tamaños y soportes, incluidas novedosas versiones plegables.
Pizarras digitales
Aunque su forma es la de una pizarra, estos dispositivos digitales e interactivos no deben ser considerados como tales.
Permiten la utilización rápida de un amplio abanico de recursos educativos y audiovisuales, pero su funcionalidad no se corresponde con la de la pizarra clásica. Esta sigue siendo imprescindible para dinamizar las explicaciones y flexibilizar el desarrollo de estas.
La pizarra interactiva es un complemento pedagógico muy útil que facilita la visualización gráfica y la interacción, pero en ningún caso puede sustituir a una pizarra convencional.
¿Se prescindirá de las pizarras en un futuro cercano?
Lo cierto es que ya no se utilizan tanto para realizar representaciones o dibujos complicados, pero para un buen profesor de matemáticas, física, lengua, dibujo técnico o química continúan siendo absolutamente imprescindibles.
Y no solo eso, sino que para el resto de materias constituyen un apoyo didáctico fundamental, por lo que auguramos larga vida a la pizarra, sea blanca o sea negra.