El 74 por ciento de peregrinos que realizan el Camino de Santiago presenta ampollas en el pie después de realizar varias etapas, según un estudio sobre los factores de riesgo asociados a la aparición de lesiones dermatológicas en el pie durante la práctica de senderismo liderado por la profesora de Podología de la Universidad Miguel Hernández de Elche, Esther Chicharro-Luna, con la colaboración de las Universidades de Extremadura y Málaga y difundido por el Consejo General de Colegios Oficiales de Podólogos.
El objetivo de la investigación era evaluar la prevalencia de ampollas en el pie durante el ‘trekking’ y los factores asociados. Para ello, se realizó un estudio observacional comparativo transversal de 315 pacientes atendidos en dos albergues de la provincia de León del Camino de Santiago. La localización más frecuente de las ampollas fue en el metatarso del primer y segundo dedo y en el quinto dedo (meñique).
Las conclusiones principales del estudio son que el tipo de terreno por el que se camina es un factor determinante en la aparición de ampollas, pues existe menos riesgo si se camina por tierra que por asfalto, y que el uso de ortesis plantares (plantillas personalizadas) y el control de la humedad son factores que deben tenerse en cuenta como medida preventiva, ya que tener los calcetines mojados al finalizar la etapa se comprobó que es un factor de riesgo. Por ello, la autora principal de la investigación, recomienda «que los peregrinos sean valorados por un profesional de la Podología antes de realizar esta actividad».
RESULTADOS: TODOS LOS DATOS
La zona más afectada fueron los dedos en un porcentaje del 38,1 por ciento, seguido de las cabezas metatarsales (más prevalentes la 1ª y 2ª), talón y 5º dedo (meñique). Por otro lado, el 65,9 por ciento de los peregrinos había realizado entrenamiento previo durante los meses anteriores y «caminar» había sido la actividad física más frecuente.
El calzado más utilizado fue el zapato de trekking (38,1%), seguido de la bota de trekking (19,7%) y la zapatilla deportiva (17,8%). Fue nuevo o puesto menos de diez veces en el 38,7 por ciento de los casos. El 41,9 por ciento llevaba un calzado con membrana impermeable, a pesar de que el estudio fue realizado en verano donde la incidencia de lluvia fue baja. Asimismo, el 45,1 por ciento utilizó bastón para caminar, y el peso medio de la mochila fue de 7,63 kilos.
En relación a la hidratación, los participantes ingirieron una media de 2,19 litros al día. La hidratación diaria local mediante la aplicación de cremas y/o vaselina se produjo en el 51,7 por ciento de los peregrinos.
El 47,9 por ciento refirió tener los calcetines húmedos mientras caminaba, pero solo el 20,3 por ciento se los cambiaron por otros secos durante la jornada de senderismo, y únicamente, el 17,1 por ciento utilizaba diariamente algún tratamiento para la hiperhidrosis (antitranspirante).
Por todo ello, se recomienda el uso de plantillas personalizadas, la utilización de calzado con sistemas de amortiguación en las suelas, el cambio de calcetines al menos una vez en largas caminatas y que el peso de las mochilas no supere el 14 por ciento del peso del peregrino.
LA HUMEDAD ES UN FACTOR DE RIESGO EN LA FORMACIÓN DE AMPOLLAS
Respecto a los factores de riesgo, al igual que en este estudio, prácticamente todos los autores están de acuerdo en que la humedad supone un mayor riesgo en la formación de ampollas. Sin embargo, esta investigación no determina que el uso de crema hidratante y/o antitranspirante diario sea un factor protector de lesión, aunque sí se ha observado que la presencia de calcetines mojados al finalizar la actividad supone un mayor riesgo para el deportista. Por ello, se recomienda el cambio de calcetines al menos una vez en largas caminatas, para mantener el pie seco, y con mayor frecuencia en caso de que llueva durante la actividad.
En relación a la presencia de deformidades en el pie, no se ha encontrado asociación entre la posición del pie (pronada, supinada o neutra) y una mayor probabilidad de presentar ampollas. Sin embargo, otros estudios han determinado que la forma de los dedos y de la zona metatarsal pueden influir en una mayor predisposición a lesiones dérmicas.
RECOMENDACIONES
Así, como estrategia preventiva se recomienda el uso de ortesis adaptadas y un ajuste adecuado del calzado. Las ortesis plantares modifican el patrón de la marcha, mejorando la distribución de las presiones y disminuyendo las fuerzas de fricción y cizallamiento de la piel. En este estudio, el uso de ortesis plantares fue un factor protector de lesión, pero, según la profesora de la Universidad Miguel Hernández, «sería necesario determinar qué tipo de material es más efectivo para disminuir las fuerzas de fricción».
También es fundamental elegir el calzado en función del tipo de suelo por el que se va a realizar el senderismo. Aunque en este estudio no se ha encontrado relación entre la aparición de lesiones y la utilización de un determinado calzado (bota, zapatilla o sandalia de trekking), la profesora Chicharro-Luna cree que «es importante la elección del material de la suela, debido a que el estudio confirma que caminar muchos kilómetros por asfalto supone un mayor riesgo de lesión, posiblemente debido a la dureza del terreno y la temperatura del mismo».
«La utilización de suelas con sistemas de amortiguación que distribuyan las presiones o canales de ventilación que ayuden a disminuir la temperatura del interior del calzado, podrían minimizar este riesgo», comenta la investigadora de la Universidad Miguel Hernández.
En relación al peso de la mochila, según Chicharro-Luna «puede ser un factor importante en la aparición de parestesias en el miembro inferior, afectación muscular o afectación de la articulación lumbosacra (entre la vértebra lumbar inferior y el hueso sacro), pero en este estudio no fue significativo para la presencia de lesiones ampollosas». Sin embargo, la utilización de una mochila con excesivo peso altera la marcha, reduce la estabilidad en dinámica y aumenta el riesgo de caídas. Por ello, se recomienda no aumentar el peso de la mochila por encima del 14 por ciento de peso corporal para evitar cambios significativos en la fuerzas de reacción del suelo.