- En El Tigre, con cada cerveza te sirven un plato lleno de tapas variadas y caseras.
- Tal es su éxito que ya han abierto tres locales en Madrid.
Comer tapas variadas, baratas… y en cantidad. Ese es el espíritu de la sidrería El Tigre que con el paso de los años se ha convertido en una parada obligatoria para quienes desean cenar en Madrid por el precio de dos cañas. Y es que en El Tigre la tapa que acompaña a cada consumición no es un aperitivo anecdótico y de cortesía, sino que se sirve en plato sopero, con copete y bien repleto.
Croquetas, tapas de jamón, queso, lacón, lomo, panceta o chorizo. También patatas bravas, tortilla o paella. Incluso alitas de pollo o champiñones al ajillo. Amontonadas, una encima de otras, pero no por ello menos deliciosas. A primera vista, tal mezcolanza puede echar un poco para atrás, cierto, pero una vez superado el primer escrúpulo, uno puede empezar a disfrutar de lo más característico de la gastronomía tradicional de un bar de barra de aluminio.
Siempre de bote en bote
No es raro, por ello, que siempre esté lleno y que encontrar una mesa para sentarse sea una misión casi imposible. Las colas son habituales, y más ahora, en tiempos de pandemia, donde el aforo se ha tenido que reducir, y mucho, y la opción de hacer codo en la barra se ha visto limitada. Sin embargo, el local sigue lleno. Quizá porque los precios terminan de hacer el resto. El doble de cerveza se vende por 2,50 euros y jarras de medio litro por unos 5 o 6 euros.
“El Tigre es tan bueno que siempre está lleno, por lo que uno tiene que entrar y encontrar un recoveco para acodarse, beber y comer. Con la bebida que pidas, te traen un plato de tapas abundante (desde croquetitas, bruschettas, tortilla…) y así constantemente hasta que no te entra más comida ni más bebida”, explica uno de sus habituales.
Precios ajustadísimos
Los camareros de El Tigre son unos auténticos malabaristas. Son de esos de la vieja escuela, una especie, desgraciadamente, en peligro de extinción y que, por ello, resultan más imprescindibles que nunca. Cargan con las bandejas repletas de platos sin perder la sonrisa ni el buen humor. Las bromas son habituales con una clientela de lo más variopinta: desde estudiantes de Erasmus, a parejas jóvenes, pasando por matrimonios de más edad y por innumerables grupos de amigos.
Y es que, ¿quién no ha tenido alguna vez que ajustarse el bolsillo sin por ello querer renunciar a alternar con amigos? Como bien dicen los camareros: no hay estudiante que se precie que no haya comenzado una noche de juerga en El Tigre. Entre ellos, también están los habituales, esos que semana tras semana acuden a este templo de tapas y a los que los trabajadores miran con una especial mezcla de ternura y nostalgia, aunque sepan que sus propinas no van a ser las más elevadas.
Decoración clásica
La decoración no ha variado en años. Una decadencia clásica que imprime a El Tigre un encanto difícilmente igualable en Madrid. Las paredes son de ladrillo visto, decoradas con cabezas de ciervos y jabalíes, a veces algo polvorientos y con una mirada opacada por el paso del tiempo. Además, el local dispone de pequeños recodos de madera en los que apoyar las consumiciones, que son espacios por los que más de uno, parece, está dispuesto a matar. No es de extrañar: comer en el aire un plato de tapas de tal calibre no es cuestión baladí.
“Después de oír mil historias sobre este lugar hoy lo he conocido. Y madre mía. Por dos cervezas nos llenaron un plato de tapas, croquetas, papas bravas… La atención es buenísima y siempre están atentos a que el plato siga lleno de comida gratuita. Y el precio de la bebida es bastante bueno. La comida estaba muy buena, volveré a este lugar cada vez que regrese a Madrid”, sostiene otro de sus clientes.
Tres locales
Tal es su éxito que ya han abierto tres locales en la capital. El Tigre original se encuentra en la calle de las Infantas 30, en pleno barrio de Chueca. Manteniendo la misma esencia, el segundo cartel colorado de El Tigre apareció en la Calle Hortaleza 23. Es un local que, tras su primer pasillo, es algo más espacioso. El tercero está también en la Calle Infantas, en lo que en su día fue La Pantera Rosa del Rayo.
“Al entrar pides bebida, y en base a eso te dan una tapa, perdón, uno o dos platazos de comida (y encima muy rica), ¿sana? nada jajaja croquetas, alitas de pollo, queso o jamón con pan, tortilla de patatas, filete de lomo, patatas bravas… Todo junto haciendo un montón en el plato y muy importante, no eliges. Pero sí es verdad que si alguna vez me han dado que no me gusta se lo he dicho y me lo han cambiado. Cuesta encontrar sitio, a veces incluso para estar de pie (de hecho, de las mil veces que he ido jamás me he sentado) pero merece la pena, hay ambiente, picoteas y te ríes con tus amigos”, reitera un habitual. Y es que de El Tigre se puede salir de muchas formas, pero nunca con hambre.