Un año después de que se declarara el Estado de Alarma en España y de que se produjese la transformación acelerada del sistema educativo hacia un modelo no exclusivamente presencial, tanto profesores, como alumnos, centros educativos y padres y madres coinciden en una cosa: sacar adelante el curso escolar no hubiera sido posible sin el esfuerzo de todos los actores que conforman la comunidad educativa.
En la semana del 9 de marzo de 2020, las comunidades autónomas empezaron a decretar el cierre de los centros educativos ante la rápida transmisión del coronavirus, convirtiéndose el cierre en generalizado en toda España a finales de esa semana. El sábado 14, el presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, anunciaría el decreto del Estado de Alarma en todo el país.
Con el confinamiento de toda la población en sus casas y las restricciones a la movilidad, los centros educativos tuvieron que adaptarse en un tiempo récord a la enseñanza online para poder continuar con las clases.
Según la última Encuesta sobre Equipamiento y Uso de Tecnologías de Información y Comunicación en los Hogares del INE, el 81,4% de los hogares dispone de algún tipo de ordenador y un 95,3% dispone de acceso a Internet por banda ancha fija y/o móvil. En cuanto a los menores de 10 a 15 años, la utilización de las nuevas tecnologías se encuentra, en general, «muy extendida», según el INE: el uso de ordenador es «muy elevado» (91,5%) y «aún más» el uso de Internet (94,5%).
Con estos datos, nadie pensó que el paso a la enseñanza online supusiera todo un reto, pero así fue. La pandemia puso en evidencia la brecha digital existente en muchos alumnos y familias, pero también la falta generalizada de recursos para la digitalización de la educación. Hasta el mismo Ministerio de Educación y FP reconoció, en junio del año pasado, que «el sistema educativo precisa de un impulso para profundizar en la digitalización».
«El periodo de confinamiento y de educación no presencial puso de manifiesto cosas que ya sabíamos, y es que en la distancia, la brecha de la desigualdad iba a irrumpir con más fuerza, sabíamos que existía pero no la teníamos tan dimensionada», explica el secretario general de la Federación de Enseñanza de CCOO, Francisco García, que estima en cerca de un 14% los estudiantes que no tienen acceso a dispositivos, a la red o a ambas cosas.
No obstante, según advierte el presidente de la Federación de Directivos de Centros Educativos Públicos (FEDADI), Raimundo de los Reyes, esta brecha digital alcanza al 30% de los estudiantes en algunas comunidades.
«La gran mayoría de alumnos tenía dispositivos, pero había 4 ó 5 que no tenían, y muchos de ellos estaban funcionando con el móvil», admite José Luis, de 55 años, director de un instituto público en el municipio madrileño de Getafe. En su caso, explica que cuando se cerró el centro, los tutores comenzaron contactando con cada una de las familias para ver la situación concreta de cada alumno.
Tal y como comenta, los que tenían dificultades eran sobre todo los que tenían necesidades educativas, por lo que el contacto con ellos era a través del departamento de orientación del centro o con los tutores. Según explica, a alguno de ellos se le intentaba contactar por mail para conocer cuál era su situación, no recibiendo respuesta, teniendo que recurrir entonces a las llamadas telefónicas. «Dos alumnos se quedaron atrás porque no hubo manera de contactar con ellos», lamenta.
BRECHA DIGITAL EN PROFESORES
Esta falta de recursos, tanto de material como de conocimientos y competencias digitales, no se hizo visible únicamente en los alumnos, sino también en profesores, sobre todo en los de mayor edad.
«El primer día de clase en confinamiento nos pilló a todos por sorpresa», relata Vicente, profesor de 58 años de Secundaria y Bachillerato en un colegio privado de un municipio de Madrid. Según explica, ninguno de sus alumnos tuvo problemas con este cambio tan radical en cuanto al uso diario de herramientas digitales, wifi, ordenador o móviles. Pero no fue su caso. «Tenía ordenador, pero era de sobremesa y carecía de cámara y de micrófono».
Según señala, al principio, mantenía el contacto con sus pupilos a través del mail, al tiempo que le cogía prestado el portátil a su mujer, lo que le permitió programar clases online dos o tres veces por semana por grupo. Pero a esto se sumó otra «dificultad» más, «aprender a marchas forzadas a manejar herramientas informáticas que, hasta ese momento, no había utilizado nunca». También José Luis recuerda algo similar: «Hubo algún profe que no tenía ordenador, pero se compró uno, y algún otro que tenía pero lo tenía viejo».
El caso de Vicente y del centro de José Luis no es excepcional. Según el informe PISA de 2018 de la OCDE, España se sitúa entre los países donde menos se fomenta y se usa las tecnologías y dispositivos digitales en la enseñanza. Y de los 79 países que analiza, España es el país donde menos se incentiva a los profesores a integrar tecnologías en la enseñanza.
EL TRABAJO «INGENTE» DE LA COMUNIDAD EDUCATIVA
Pese a todas las carencias que han salido a flote durante este último año, el COVID-19 también ha sacado a relucir el trabajo de toda la comunidad educativa para sacar adelante el curso.
Según asegura De los Reyes, en los centros públicos se llevaron a cabo todo tipo de «soluciones de emergencia» para que el alumnado pudiese tener acceso a estas tecnologías, mientras que desde los centros privados se ofrecieron soluciones «urgentes» gracias a los planes de digitalización que llevaban implantando hace más de una década, según dice Elena Cid, directora general de la Asociación de Colegios Privados e Independientes (CICAE). En cambio, sostiene: «Ha quedado en evidencia que el sistema educativo español ha de apostar por la digitalización».
Todos ellos agradecen el esfuerzo realizado: «Nunca podremos agradecer lo suficiente a los docentes su entrega, a las familias su confianza y apoyo con el añadido de la dificultad para conciliar, y a los alumnos su buen comportamiento y responsabilidad», resume así Elena Cid la labor realizada por toda la comunidad educativa. «El confinamiento fue un trabajo tremendo que se sacó a base de la voluntad de muchísima gente«, recuerda por su parte José Luis.
Y es que Vicente recuerda el trabajo «ingente» durante esos meses de confinamiento, donde «prácticamente no había horario», al igual que Celia, madre de Mateo, un niño de 10 años de un colegio concertado de la capital, que rememora cómo tanto a él como a su marido les ocupaba «la tarde de cada día» supervisar todo lo que llegaba de deberes de asignaturas de las que su hijo no tenía clase online.
EL 99,5% DE LAS AULAS, EN FUNCIONAMIENTO
Ante la incertidumbre del pasado curso escolar, desde el Gobierno se pusieron en marcha protocolos para garantizar una vuelta a las aulas segura. Se establecieron ‘grupos burbuja’ (grupos de convivencia estables de una máximo de 20 alumnos y un profesor) para Infantil, Primaria y Educación Especial, se aplicaron medidas de distanciamiento, la obligación de llevar mascarilla y el cierre de clases o del centro en caso de positivos.
El esfuerzo realizado por la comunidad educativa junto a las medidas establecidas por las autoridades sanitarias tuvieron impacto en la incidencia del coronavirus en la Educación, aunque eso sí, no impidió que se registraran brotes (unos 4.000 con más de 22.000 contagiados desde que se contabilizan).
Así lo pone de manifiesto el último informe disponible del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAE) del Ministerio de Sanidad: «El impacto en la actividad educativa es bajo, de manera que, en la última semana, el 99,5% de las aulas están en funcionamiento sin estar cuarentenadas».