Rocío Jurado cantaba: «Prendida entre la arena y el lucero, la risa por el llanto desgarrado, así está la mujer que ama un torero, herida sin herir por la cornada…». Y lo cierto es que son muchas las personas que sufren, temen que les pase algo en la plaza a los toreros que se juegan la vida frente al toro. Antonio Ordóñez era un grande en el ruedo, estilo, elegancia y saber estar.
El padre de Carmina Ordóñez (conocida como La Divina) y Belén Ordóñez tuvo que torear su peor toro cuando se enfrentó a la muerte de su mujer por culpa de un cáncer. Desde aquel momento la soledad y la tristeza inundaron su casa, pero sobre todo el corazón de sus hijas, quienes estaban muy vinculadas sentimentalmente a ella. De hecho, les costó entender como el torero rehacía su vida con Pilar Lezcano.
El cáncer no solo estuvo presente en su vida cuando su primera mujer, Carmen Dominguín tuvo que afrontarlo, él también fue víctima de esta enfermedad dejando a todos sus seres queridos el 19 de diciembre de 1998. Desde entonces, Carmen y Belén se quedaron completamente huérfanas y ese vacía nadie lo supo llenar.
Un grande que llenó las plazas y que aconsejó muy bien a Paquirri, primer marido de su hija Carmina, quien empezaba ya a despuntar en los ruedos y en el que vio futuro. Hoy, se cumplen 22 años de aquel gran hombre que todavía muchos lo recuerdan por el legado que dejó en el ámbito taurino y por pertenecer a una familia que ha dado mucho de qué hablar en los últimos años.