Hemos llegado a un punto como civilización en el que es prácticamente imposible no contaminar. Casi cualquier cosa que hagamos contribuye, de una u otra forma, a profundizar aún más la destrucción del planeta Tierra. No tenemos remedio, e incluso los gestos en apariencia más inofensivos pueden salir muy caros en términos de emisiones y residuos. Como nos pasamos el día entero delante de una pantalla tenemos la impresión de que no contaminamos, de que no emitimos ni ensuciamos. Todo limpio, en apariencia, pero no es así.
Enviar emails, por ejemplo. Por sentido común y en apariencia nos parece que es exactamente lo mismo enviar un email que enviar cincuenta. Como si gastásemos la misma energía de un modo u otro. Y no es así en absoluto. Aunque es difícil de hacer, cada vez más científicos están intentando medir la huella ecológica que dejamos en nuestras actividades digitales. Los resultados asombran, pues el descomunal consumo de energía que supone pasa por lo general desapercibido.
4Tus datos contaminan
Enviar un email contamina y crea una huella de carbono porque consume energía y electricidad. Lo hace mientras lo escribimos, lo leemos y lo enviamos. Los datos deben transmitirse y almacenarse en un centro para esa función, lo cual conlleva también un consumo energético. Dichos centros de datos representan en la actualidad el 0,1% del total de la huella de carbono que emite la humanidad al completo. Solo en la última década, explica el profesor de la Universidad de Lancaster Mile Berners Lee, esa huella aumentó de forma más que notable.
No obstante, y siguiendo los cálculos de los expertos en la materia, esa cifra va a seguir subiendo. Porque no se trata solo de correos electrónicos, sino también de la emisión de contenidos en streaming, las videollamadas y los videojuegos. Aunque la atención se focaliza siempre en los coches y en la industria pesada, lo cierto es que este factor debe tenerse muy en cuenta a la hora de combatir el cambio climático.