Hemos llegado a un punto como civilización en el que es prácticamente imposible no contaminar. Casi cualquier cosa que hagamos contribuye, de una u otra forma, a profundizar aún más la destrucción del planeta Tierra. No tenemos remedio, e incluso los gestos en apariencia más inofensivos pueden salir muy caros en términos de emisiones y residuos. Como nos pasamos el día entero delante de una pantalla tenemos la impresión de que no contaminamos, de que no emitimos ni ensuciamos. Todo limpio, en apariencia, pero no es así.
Enviar emails, por ejemplo. Por sentido común y en apariencia nos parece que es exactamente lo mismo enviar un email que enviar cincuenta. Como si gastásemos la misma energía de un modo u otro. Y no es así en absoluto. Aunque es difícil de hacer, cada vez más científicos están intentando medir la huella ecológica que dejamos en nuestras actividades digitales. Los resultados asombran, pues el descomunal consumo de energía que supone pasa por lo general desapercibido.
3Educación en la red
Hasta el 71% de los encuestados asegura que no le importaría no recibir un email con un “gracias”. Es decir, no lo considerarían maleducado o desagradecido. De algún modo, se asume que las reglas de educación y cortesía por correo electrónico no son las mismas que rigen en la vida cotidiana cara a cara. Un porcentaje similar reconoció no haber oído nunca que los correos electrónicos pudiesen contaminar la atmósfera.
Según recoge la célebre y prestigiosa revista Financial Times, las grandes empresas británicas ya están trabajando en planes para reducir sus emisiones de dióxido de carbono. La consultora sugiere que sería de gran utilidad diseñar una estrategia para acabar en la medida de lo posible con esos correos electrónicos tan prescindibles.