Hemos llegado a un punto como civilización en el que es prácticamente imposible no contaminar. Casi cualquier cosa que hagamos contribuye, de una u otra forma, a profundizar aún más la destrucción del planeta Tierra. No tenemos remedio, e incluso los gestos en apariencia más inofensivos pueden salir muy caros en términos de emisiones y residuos. Como nos pasamos el día entero delante de una pantalla tenemos la impresión de que no contaminamos, de que no emitimos ni ensuciamos. Todo limpio, en apariencia, pero no es así.
Enviar emails, por ejemplo. Por sentido común y en apariencia nos parece que es exactamente lo mismo enviar un email que enviar cincuenta. Como si gastásemos la misma energía de un modo u otro. Y no es así en absoluto. Aunque es difícil de hacer, cada vez más científicos están intentando medir la huella ecológica que dejamos en nuestras actividades digitales. Los resultados asombran, pues el descomunal consumo de energía que supone pasa por lo general desapercibido.
280.000 vuelos entre Londres y Madrid
Los expertos se han puesto a hacer números sobre el coste ambiental de estos emails con un escueto “gracias”. Y, según han concluido, con ahorrarnos solamente un correo electrónico al día podríamos recortar las emisiones de dióxido de carbono en unas 16.000 toneladas al año. Así a ojo esa cantidad no nos dice a la mayoría de los seres humanos, pero es más que significativa.
Esas 16.000 toneladas de dióxido de carbono equivalen, nada más y nada menos, a lo que emiten 81.152 vuelos en avión entre Madrid y Londres. Visto de otra forma, sería como quitar de circulación de golpe y porrazo más de 3.300 coches diésel. El estudio, que fue llevado a cabo por la compañía británica OVO Energy, recoge que el 49% de los ingleses reconoce enviar mails innecesarios todos los días.