Han pasado meses desde que la mascarilla se convirtió en un complemento más de nuestro día a día. Y sigue trayendo problemas, generando dudas e incomodándonos a todos. No queda más remedio que acostumbrarse al incordio y hacer todo lo posible para convivir con ella de la mejor forma posible. Todos hemos sentido ya los inconvenientes de llevarla mucho tiempo puesta: nos duelen las orejas, salen granos en la piel, nos deja marcas en la nariz…Y, lo más incómodo de todo, las dificultades para respirar que acarrea.
Cuando subimos cuestas o escaleras, cuando hace mucho calor, al hacer deporte o ejercicio físico…La mascarilla molesta, nos llega menos aire y podemos incluso sentir que nos estamos ahogando. Científicos de todo el mundo llevan ya meses buscando una solución para arreglar el engorro y, según indican estudios recientes, parece que la solución está más cerca tuyo de lo que jamás habrías pensado.
3Variables fisiológicas
Los investigadores han examinado hasta el último detalle de las respuestas del organismo cuando llevamos la mascarilla puesta. Uno de los factores a los que le prestaron mayor atención fue el del trabajo de respiración, es decir, la energía que gastamos al coger aire cada vez que inhalamos o exhalamos. Pero también variables como los efectos de la sangre en los músculos, el funcionamiento cardiaco y el riego de sangre que llega al cerebro. En definitiva, se han cuidado mucho de medir todo lo medible, y sus conclusiones son contundentes: una persona sana no tiene ningún problema respiratorio ni ningún de´fivit de oxígeno al respirar usando una mascarilla.
Al utilizar la mascarilla lo que sucede no es más que una sensación de ahogo que nos genera angustia. Eso provoca que nos pongamos nerviosos y que empecemos a respirar de forma acelerada, dando así origen a un estado de hiperventilación. A su vez, esto descompensa los niveles de oxígeno y dióxido de carbono y nuestro sistema nervioso reacciona aminorando el ritmo de respiración. La conclusión es una persistente sensación de ahogo muy incómoda.