Desde niños siempre hemos estado coleccionando. Desde chapas, pegatinas con sus álbumes, colecciones de cromos… Pero pocas hemos terminado. Ya sea porque la cantidad de elementos era infinita o porque había algunos ejemplares imposibles de conseguir, al final nuestras colecciones se quedaban a medias. Siempre nos quedaba acudir a mercadillos como El Rastro en Madrid y en otras grandes ciudades en donde podías encontrar los cromos más complicados.
Eso sí, si querías terminar las complicadas colecciones, te tocaba rascarte el bolsillo. Si querías el cromo del último fichaje de La Liga, o tenías la mayor suerte del mundo o te tocaba ir al rastrillo a comprar o intercambiar el cromo. Si querías el tazo que te faltaba, igual. Lo de las chapas era más complicado, ya que no en todos los bares vendían la bebida que a ti te gustaba. Y, además, si el camarero no tenía mano, te doblaba la chapita y te hacía la puñeta porque tú las querías impolutas.
1Colecciones de chapas
Una de las colecciones más sencillas de llevar era la de las chapas. La gracia era tener chapas de todas las bebidas del mercado. Desde la Coca-Cola, la Pepsi, las Fantas… Incluso algunas más difíciles como el Cacaolat o el Bitter Kas.
Pero tu necesitabas las chapas impolutas, si estaban dobladas, ya no servían. Así que, si podía ser, las chapas tenían que estar rectas. Otra de las variantes de la colección de chapas era la colección de abridores de botes.
También eran chapitas, pero de muchos colores. Hoy en día no hay ya tantos colores. Con las chapas tradicionales, además, podías hacerte tus chapas para jugar al fútbol o hacer tus carreras ciclistas. Diversión a muy bajo precio.