Investigadores del Hospital Niño Jesús y del Laboratorio de Inmuno-regulación del Instituto de Investigación Sanitaria del Hospital Gregorio Marañón (IISGM) han identificado por primera vez una diana a la que dirigir un tratamiento eficaz para un tipo de ictiosis conocido como el síndrome congénito SAM.
El descubrimiento, que ha sido publicado en la revista científica ‘New England Journal of Medicine’, se ha basado en la identificación de una alteración en el sistema inmune de una niña de 9 meses, lo que ha permitido emplear un tratamiento específico para bloquear la molécula inflamatoria que le provocaba graves síntomas en la piel y un retraso en el crecimiento.
El SAM entra dentro de las ictiosis hereditarias que son un grupo de enfermedades genéticas muy poco frecuentes que producen alteraciones muy graves en la piel de los recién nacidos. La descamación, el enrojecimiento cutáneo y la aparición de placas de hiperqueratosis asociados a estas enfermedades ocasionan un gran picor y un malestar generalizado que deteriora enormemente la calidad de vida del paciente.
En algunas formas muy graves, los afectados tienen mayor propensión a las infecciones, retraso en el crecimiento y una serie de manifestaciones generales que pueden poner en peligro su vida. En la actualidad, no hay ningún tratamiento disponible para estas enfermedades raras, si bien las cremas y algunos fármacos, como los retinoides orales, ofrecen un alivio parcial de los síntomas, pero apenas tienen efecto sobre el picor, las infecciones y el retraso del crecimiento en los niños.
El caso que ha propiciado el hallazgo se trata de una paciente de 9 meses de edad, afectada por una enfermedad de este tipo en un estado muy grave y que fue remitida al Hospital Niño Jesús de Madrid. La niña presentaba una intensa eritrodermia (enrojecimiento de toda la piel), un picor que no se aliviaba con ningún medicamento y que incluso le impedía dormir.
A lo largo de su corta vida había necesitado múltiples ingresos hospitalarios debido a las graves infecciones que sufría. Asimismo, presentaba un retraso del crecimiento muy severo con valores de peso muy por debajo del percentil 3, considerado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como desnutrición severa.
El gran retraso en el crecimiento, junto a las infecciones recurrentes, ponía en peligro la vida de la niña y los tratamientos empleados habitualmente en estas patologías no proporcionaban ninguna mejoría. Además, la sintomatología y las diversas pruebas genéticas realizadas orientaron el diagnóstico a la presencia de mutaciones en proteínas primordiales para mantener la estructura de la epidermis y coincidían con un síndrome congénito denominado SAM, del que apenas se han descrito una decena de casos en todo el mundo.
La alteración genética responsable de la patología no se puede corregir pero, con el fin de mejorar los síntomas y con ello superar el grave riesgo en el que estaba la paciente, el caso fue compartido con el jefe del Laboratorio de Inmuno-regulación del IISGM, Rafael Correa Rocha, cuyo equipo se dedica a la investigación de las alteraciones del sistema inmunológico y procesos inflamatorios en población pediátrica, aplicando tecnologías avanzadas.
ALTERACIÓN DEL SISTEMA INMUNE
Por su parte, dos investigadores de este grupo, Rebeca Kennedy y Esther Bernaldo de Quirós, analizaron más de 150 variables inmunológicas a partir de una muestra de sangre, empleando técnicas punteras. El análisis mediante algoritmos matemáticos de estas variables arrojó como resultado que la paciente presentaba cantidades anormales de una población particular de células que forma parte del sistema inmunológico, las células Th-17.
Estas células producían una molécula denominada Interleuquina-17, que desencadenaba un proceso inflamatorio que activaba la proliferación de los queratinocitos de la piel y que era el probable causante de las demás manifestaciones cutáneas, como el enrojecimiento y el intenso picor.
Una vez identificada dicha alteración, se administró a la paciente un fármaco específico para bloquear esta molécula, denominado Secukinumab, que se había empleado con éxito en el tratamiento de psoriasis en adultos. En tan solo tres semanas de tratamiento con este fármaco se observó una mejoría considerable, tanto por una marcada disminución de la cantidad de células Th-17 y de interleuquina-17, como en el estado general de la paciente.
Los padres referían una enorme disminución del picor, por lo que la niña dormía mejor, así como una clara disminución del llanto que reflejaba su mejoría en la calidad de vida. Paralelamente a la «espectacular mejoría» de la piel, la niña empezó a recuperar peso rápidamente y a las 35 semanas de empezar el tratamiento se situó en torno al percentil 50, que es el promedio de los niños sanos de su edad.
«Este caso refleja el excelente nivel de la investigación biomédica en nuestro país, así como la importancia de la colaboración multidisciplinar en el abordaje terapéutico de los pacientes que sufren enfermedades raras. La transferencia de los avances en investigación al paciente ha hecho posible sacar a esta niña de una situación que comprometía seriamente su vida», ha explicado el doctor Correa.
El abordaje desarrollado para este caso, empleando los últimos avances en el campo de la inmunología, puede servir para establecer una nueva estrategia de medicina personalizada en el que se identifica y se administra una terapia dirigida frente aquellos elementos o células que están específicamente alterados en la patología o implicados en los síntomas que comprometen la calidad de vida o incluso la vida del paciente. Esto permite conseguir un efecto mucho más eficaz, a la vez que no se comprometen otras respuesta beneficiosas del sistema inmunológico del paciente.
«Esta estrategia de análisis exhaustivo y personalizado del sistema inmune abre una ventana a la esperanza para el tratamiento de diversas patologías asociadas con procesos inflamatorios graves, ya sean enfermedades raras de la piel, enfermedades autoinmunes o incluso el empeoramiento clínico de pacientes Covid-19″, ha zanjado Correa.
Este estudio ha sido posible gracias a la colaboración de investigadores y médicos de distintos centros de Madrid, Málaga y Salamanca, y al apoyo de la Fundación Familia Alonso.