Las de “Misión Imposible” están en el grupo de esas películas que todos hemos visto en alguna ocasión. Con toda nuestra atención o de fondo mientras dormimos la siesta, enteras o a cachos, en orden o según las echasen por la tele. Tom Cruise hizo en ellas uno de los papeles por los que será recordado en la posteridad. Pura adrenalina, acción, intriga y también algo de glamour. Un James Bond un poco más moderno y menos inglés.
También es “Misión Imposible” parangonable a películas como “Bourne” o “Ethan Hunt”. Puro cine de espías, aunque cada cual con sus singularidades. Lo que claramente distingue a “Misión Imposible” de las demás son sus escenas de acción grandilocuentes e inverosímiles. Fantasmadas con mucha frecuencia, pero eso no le quita interés a la película. Más bien al contrario: los espectadores de “Misión Imposible” quieren explosiones, tiroteos, caídas al vacío, persecuciones de locura…Y los guionistas les dan lo que piden.
3Literalmente, sin respiración
Nada puede tener más en vilo a un espectador que esos minutos que deciden sobre la vida o la muerte de un personaje. Un recurso viejo, pero que sigue funcionando si se utiliza con maestría. Un ejemplo claro de ello lo encontramos en “Nación secreta”, la penúltima película de la saga “Misión Imposible”, estrenada en 2015.
Pongámonos en situación. Ethan Hunt, ya lo sabemos, trabaja prácticamente como si fuera un agente secreto freelance. En un momento dado une sus fuerzas con Ilsa Faust, interpretada por Rebecca Ferguson. Su objetivo es manipular un superordenador para poder infiltrarse en El Sindicato, un grupo terrorista que Ethan está persiguiendo.
Pero, claro, la cosa no iba a consistir en poner un usb o un cd en el ordenador e irse a casa a esperar. Eso no sirve en las películas de “Misión Imposible”. Hay que complicarlo todo, efectivamente, hasta lo imposible. Entonces resulta que el ordenador en cuestión está custodiado bajo el agua y es imposible bucear hasta él llevando bombona de oxígeno. Hunt y Faust tienen solamente dos minutos para manipular el ordenador y escapar sin que les pillen. Y sin morirse ahogados, claro. Una escena ideal para llegar a las puertas del infarto.