«Emily in Paris» está causando revuelos y siendo la sensación de las redes sociales en los últimos días, y es que esta ficción creada por Darren Star («Sexo en Nueva York») y estrenada hace unos días en Netflix, está sujeta a ser comentada, y con mucha razón. La serie nos presenta a Emily (Lilly Collins), una millenial estadounidense que es contratada en la capital francesa por una agencia de marketing que desborda lujo. Ella será la encargada de la gestión de las redes sociales, siendo “el punto de vista americano” de la empresa.
Emily se encontrará de repente viviendo en la ciudad perfecta para ella. Sin embargo, su vida no estará desprovista de dramatismo, ya que tendrá diversos choques culturales, que le harán plantearse si tomó la decisión correcta. El idioma, una jefa bastante dura y el hecho de tener que hacer amigos desde 0, cuando has dejado todo atrás.
Y es que, mudarse a la otra punta del mundo tú sola, no es fácil. Por su puesto, no podemos olvidarnos del “amour”, al fin y al cabo, París, siempre ha sido representada como uno de los escenarios más emblemáticos para el amor y el sexo, y por su puesto eso no ha podido faltar en una serie llena de estereotipos, que comentaremos a continuación.
7Un placer culpable
La serie ha sido clasificada como «encantadora» o «escapista», aunque se trata de un producto más que evidente, ya que la serie rara vez sorprende. Sin embargo, es innegable que su principal objetivo lo cumple a la perfección, distraernos de nuestra vida cotidiana ya sea para criticarla o para disfrutarla.
Se trata de un producto vago y fácil que no muestra para nada lo que es ser una mujer contemporánea. Sus fórmulas narrativas para el amor, las preocupaciones de una veinteañera viviendo por encima de sus posibilidades y la visión de la sociedad, quedan completamente desfasadas. Cuando ves «Emily in Paris» parece que estés viendo una comedia romántica de mediados de los 2000 con una trama más próxima a «El diablo viste de Prada» sin ser lo icónica que resultó entonces.
En definitiva, no nos queda muy claro a quién va dirigida «Emily in Paris», pero de lo que estamos seguros es que se ha convertido en el guilty pleasure (placer culpable) de muchos. No está hecha para ser realista o tener sentido, porque ha demostrado que no lo tiene. Somos conscientes de todos sus fallos, hasta nos parece «cutre», pero seguimos viéndola porque a quien no le gustaría (entre tantas desgracias) ser una chica rica y privilegiada en París, cuya única preocupación es beber vino y comer bien.