Un estudio del grupo de investigación en Climatología, Hidrología, Riesgos Naturales y Territorio de la Universitat de les Illes Balears (UIB) ha analizado las víctimas mortales provocadas por las ‘torrentades’ en Mallorca desde los años 60 del siglo pasado y ha revelado que la mitad de muertes -14 de 25- se registraron en vehículos tanto parados como en circulación.
Según ha explicado la UIB en un comunicado, los investigadores han analizado los 25 casos de personas fallecidas en Mallorca a causa de alguna inundación y han averiguado la localización del acontecimiento, las características del curso que las ha provocado y las circunstancias de precipitación que han producido el desbordamiento.
El estudio ha sido publicado recientemente en la revista científica ‘Journal of Flood Risk Management’ y lo firman Miquel Grimalt, Joan Rosselló y Joan Bauzà, miembros del equipo de investigación Climaris de la UIB.
El estudio también determina las particularidades de cada caso, desde la edad, el sexo y origen de la víctima, las condiciones en que ha sido arrastrada por el agua o ha sido anegada, la datación detallada en cuanto a horario y la tipología del entorno en que se ha producido (discrimina entre ambientes urbanos y rurales, y distingue si era en una edificación, en un cauce de comunicación y, en este último caso, si se trataba de un vehículo).
La morbilidad por este fenómeno natural es notoria, con 25 personas que han perdido la vida a lo largo de los últimos 58 años.
Sin embargo, esta cifra es inferior, en términos relativos, a la constatada en otros ámbitos mediterráneos continentales próximos. Con todo, se tiene que tener en cuenta el factor del azar, que ha determinado que un solo episodio, el de la ‘torrentada’ de 2018 concentre más de la mitad de los decesos.
Según han concluido, los vehículos son, con diferencia, el factor de riesgo mortal principal en una ‘torrentada’. Así, 14 personas han muerto dentro de coches, tanto en circulación como de parado.
En contraste, dentro de edificaciones se han contabilizado ocho casos de víctimas y el resto corresponden a circunstancias en que el afectado circulaba a pie al aire libre.
El estudio constata, sin embargo, que no necesariamente las defunciones se producen en los cursos de más caudal, sino que se ha averiguado que en un número notorio de los casos se han producido en torrentes de poca entidad donde los caudales de agua no necesariamente eran importantes.
El caso extremo, han añadido, es el de la mujer arrastrada en Alaró en septiembre de 2006 por una corriente de cuenca exigua, circunstancias que se repitieron en un niño de poco meses, cuya casa se anegó en Lloseta en octubre de 1973 por un curso secundario que atraviesa el casco urbano.
Lo mismo se puede constatar con los vehículos arrastrados, como sucedió en noviembre de 1990 en un afluente secundario del torrente de Pula (en Son Servera).
Finalmente, en uno de los acontecimientos mediáticamente más tratados, como es el del Hotel des Corso, en el Puerto de Felanitx, el septiembre de 1989, tres personas murieron en un torrente con una cuenca de tan solo 1,1 kilómetros cuadrados.
El estudio constata que de las ocho personas que han muerto en áreas urbanas, solo tres lo han estado en zonas litorales turísticas. En cuanto a la incidencia sobre la población según el origen, el número de víctimas residentes en Mallorca es mayoritario, con 19, de las cuales solo tres eran extranjeras con vivienda permanente en la isla, y el número de turistas queda reducido a seis.
Según los investigadores, el incremento del parque de vehículos y de la movilidad habitual rodada hacen prever un aumento de casos trágicos, sobre todo, si se tienen en cuenta las características de los vehículos predominantes actualmente, ligeros, estancos y que flotan, y que, por lo tanto, son fácilmente arrastrados con muy poca lámina de agua.
En consecuencia, los investigadores de la UIB aseguran que para evitar más víctimas hay que actuar además de en los cascos urbanos y áreas edificadas, también en la red viaria.
Sin embargo, cualquier acción tiene que ser presidida necesariamente por una recuperación de la cultura del riesgo, por lo cual, independientemente de que se mejoren las condiciones de las carreteras y caminos, los conductores y ocupantes de un vehículo tienen que tener presentes el riesgos inherentes al agua que corre.