Más de la mitad de los jóvenes con discapacidad en paro no ha trabajado nunca y busca su primer empleo en un mercado en crisis. Este porcentaje asciende hasta el 74% entre los jóvenes con discapacidad intelectual y desciende al 30% entre aquellos que acreditan discapacidad sensorial.
En un marco de mayor emergencia sanitaria, económica y social, resulta inevitable señalar cómo la crisis económica derivada de la COVID-19 está impactando entre los jóvenes con discapacidad, que ya eran uno de los segmentos de la población más afectados por el desempleo y la exclusión antes de la pandemia.
Así lo asegura la Fundación Adecco en su “5º Informe Jóvenes con Discapacidad, motor de futuro”, desarrollado en colaboración con JYSK. Un trabajo que basa sus conclusiones en una encuesta a 250 menores de 30 años con discapacidad, apoyada en los datos del Servicio Público de Empleo Estatal y el Instituto Nacional de Estadística.
Las consecuencias del estado de alarma y el confinamiento han sido desproporcionadas entre los profesionales jóvenes, según el reciente estudio “el impacto de la COVID-19 en el mercado de trabajo”, realizado por la OIT.
Este estudio revela que la crisis del coronavirus ha tenido un triple impacto entre los jóvenes, ya que, además de destruir puestos de trabajos, impacta en su educación -ante el cierre íntegro o parcial de los centros de formación y el consiguiente retraso en el aprendizaje- e introduce nuevos obstáculos en el camino de los que buscan entrar por primera vez al mercado laboral, entre ellos, una competencia sin precedentes y unos sectores de actividad que han sufrido daños severos y cuya recuperación y perspectivas son inciertas en el corto plazo. Se habla del riesgo de que el legado de la COVID-19 se perpetúe entre los jóvenes y emerja una “generación del confinamiento” que tenga que hacer frente a los efectos de la COVID-19 durante toda su vida laboral.
Por otra parte, y según el citado informe, es significativo cómo más de la mitad de los jóvenes ha pasado a encontrarse en situación de vulnerabilidad frente a episodios de ansiedad o depresión desde que comenzó la pandemia.
Estereotipos y prejuicios
¿Qué sucede entonces en este escenario con aquellas personas que ya se encontraban en situación de riesgo de exclusión social antes de la COVID-19? Es el caso de los jóvenes con discapacidad, quienes tradicionalmente han tenido que sortear numerosos obstáculos para acceder a un mercado laboral aún desigual, debido a prejuicios y estereotipos muy arraigados en el imaginario social, así como a un desfase entre su formación y las necesidades empresariales.
Hoy, además de las tradicionales dificultades, los jóvenes con discapacidad tienen que hacer frente al terremoto económico derivado de la pandemia: gran parte de los sectores y puestos en los que habitualmente encontraban empleo, aún se están recuperando de los envites de la COVID-19 y con perspectivas de futuro inciertas: servicios de alojamiento, venta, restauración o servicio doméstico, son algunos de los que más han visto caer su número de afiliados.
Décadas de afectación
Según Francisco Mesonero, director general de la Fundación Adecco, “si no se acometen medidas inmediatas de fomento de la empleabilidad en los sectores en auge, las secuelas de la COVID-19 afectarán durante décadas a la generación de jóvenes de nuestro país, y muy especialmente a aquellos con discapacidad que ya hacían frente a situaciones de discriminación y dificultades añadidas antes de la pandemia. Estamos en un escenario crítico para no dejarles atrás y evitar que las consecuencias económicas del coronavirus ahonden la brecha de desigualdad. Todos los esfuerzos han de ir encaminados al empleo sostenible como único garante para construir un futuro próspero, igualitario e inclusivo”.
En ese sentido, un 61,4% de los jóvenes con discapacidad encuestados lleva más de un año en paro; solo uno de cada 10 jóvenes con discapacidad tiene empleo y más de la mitad de los jóvenes con discapacidad en paro no ha trabajado nunca y busca su primer empleo en un mercado en crisis. Este porcentaje asciende hasta el 74% entre los jóvenes con discapacidad intelectual y desciende al 30% entre aquellos que acreditan discapacidad sensorial.