Arturo San Román
@arturosanromanf
Desde un punto de vista clínico y social se han realizado estudios en diferentes países sobre la prevalencia, la edad media o el medio por el que se consume. Hay un estudio a nivel mundial realizado en 2017 por un portal de contenido pornográfico.
Los datos, una pequeña muestra, son elocuentes:
- En el 2008 solo el 1% del tráfico web provenía desde los teléfonos; hoy más del 75% desde móviles y tabletas.
- El año pasado se subieron más de 4 millones de vídeos a la red: más que el número de personas que visitan la muralla china en un año.
- España ocupa el puesto número 12 en el ranking mundial.
- La edad más prevalente de los consumidores es: 29% 18 y 24 años y 32% entre 25 y 35 años.
- El 26% son mujeres y el 74% son hombres.
- La edad media de exposición a la pornografía es de 11 años. Alrededor del 93% de los hombres y el 62% de las mujeres se han encontrado con la pornografía a través de internet durante la adolescencia.
Los adolescentes, población de alto riesgo.
“La mayoría tiene acceso a internet y en España hay una deficiente educación sexual. Y su fuente de información, hoy por hoy, es el porno”, explica Blanca Elía, portavoz de la plataforma ciudadana Dale Una Vuelta. La excesiva exposición a contenidos pornográficos puede ser perjudicial para las expectativas de los adolescentes para relacionarse con sus iguales. Podría afectar también a la hora de enfrentarse a su primera relación sexual: ¿qué tipo de expectativas tendrán estos jóvenes? La pornografía lo invade todo y “conquista los propios deseos del chico”, continúa Blanca. “Pierden esa capacidad de imaginar y se encuentran con muchas imágenes que bombardean su cerebro, con todo tipo de prácticas sexuales, donde no distinguen ni saben valorar”.
La dopamina no descansa.
El núcleo ventral estriado, así se llama, es la parte del cerebro que se encuentra más afectada en aquellas personas que consumen con frecuencia pornografía. Además, el núcleo ventral estriado está formado por el núcleo ‘accumbens’. Estos dos núcleos forman parte del ‘sistema de recompensa’, un conjunto de mecanismos que permite que asociemos ciertas actividades a una sensación de placer y nos predispone a volver a repetirlas porque es satisfactorio para nosotros. Su función es conseguir que, hagamos lo que hagamos, y por muy variadas que puedan ser nuestras acciones y opciones de comportamiento, siempre tengamos como referencia una brújula que apunte de manera consistente hacia ciertas fuentes de motivación. Y aquí entra en juego la dopamina: un neurotransmisor que provoca sensación de placer y que se libera cuando se consume pornografía. Los niveles de dopamina que generaba al principio ya no le “sacian” por lo que necesita más cantidad para calmar esa hambre. Para ello necesita un material más extremo de contenido pornográfico. El cerebro de un adicto al porno es similar al de una persona que tiene dependencia al alcohol o una persona drogodependiente.
Padres y madres, ante un reto mayúsculo.
Hay diferentes razones y emociones que pueden llevar a los adolescentes a realizar diferentes conductas sexuales y a caer en la pornografía: curiosidad, confusión, soledad, tristeza, rabia, deseos de conseguir una estima personal, afán de seguridad, o simplemente el ambiente que les rodea, muchas veces un factor decisivo. El papel de los padres, en ocasiones, puede jugar aquí un papel importante. Según Blanca Elía, “a veces los adolescentes no saben regularse emocionalmente de una forma sana y se dejan llevar por el aburrimiento, soledad, irritabilidad, tensión, nervios, ansiedad, frustración…” Detectar estos momentos, las causas y las posibles soluciones, es el gran jeroglífico para padres, madres y educadores”.
El sexo, la pornografía, han dejado de ser tabú. “Ya no vale cerrar los ojos y esperar a que escampe: son tiempos de ponerse las botas, el chubasquero, y mojarse lo que haga falta. Nuestros hijos necesitan una guía que les oriente. Y para esto no vale cualquiera”, concluye Blanca, con la experiencia compartida de otras madres de su asociación.