Las grandes tormentas o huracanes provocados por el calentamiento del clima podrían alterar permanentemente los bosques en gran parte de los trópicos del Atlántico, de manera que sufriría la biodiversidad y, en consecuencia, se agregaría más carbono a la atmósfera.
Ésta es la conclusión principal de un estudio realizado por investigadores de instituciones de Estados Unidos, Puerto Rico y Reino Unido, y publicado en la revista ‘Nature Communications’. El trabajo se basa en el huracán ‘María’, que llegó a Puerto Rico en octubre de 2017 con categoría 4 y dejó vientos de hasta 250 km/h e inundaciones de hasta un metro de altura.
El huracán ‘María’ no sólo destruyó muchos más árboles que cualquier tormenta previamente estudiada, sino que, además, los árboles grandes y viejos, que se cree que son especialmente resistentes, sufrieron lo peor.
«Estos huracanes van a matar más árboles. Van a romper más árboles. Los factores que protegieron a muchos árboles en el pasado ya no se aplicarán», apunta María Uriarte, miembro del Departamento de Ecología Evolutiva y Biología Ambiental de la Universidad de Columbia (Estados Unidos), y autora principal del estudio, quien añade: «Los bosques serán cada vez más pequeños porque no tendrán tiempo para volver a crecer y serán menos diversos».
Cuando ‘María’ llegó a Puerto Rico, muchos árboles fueron arrancados, cortados por la mitad o despegados del suelo. Se cree que esta tormenta, la más fuerte que ha azotado la isla desde 1928, mató o dañó gravemente entre 20 y 40 millones de árboles.
Uriarte, quien ha estado analizando el crecimiento y la mortalidad de los árboles en todo Puerto Rico durante los últimos 15 años, regresó poco después del huracán y comenzó a documentar sus efectos. Para el nuevo estudio, ella y dos colegas se dirigieron a una sección de 16 hectáreas del Bosque Nacional El Yunque, cerca de la capital portorriqueña (San Juan), que había sido intensamente monitoreada por múltiples equipos desde 1990.
ESPECIES PERDEDORAS
Este seguimiento a largo plazo permitió a Uriarte y sus colegas comparar el daño de ‘María’ con el de los huracanes anteriores, incluidos los huracanes ‘Hugo’ (1989) y ‘Georges’ (1998), que fueron de categoría 3.
Los investigadores descubrieron que ‘María’ mató el doble de árboles que las tormentas anteriores y rompió más de tres veces más troncos. Algunas especies sufrieron tasas de rotura de hasta 12 veces las de tormentas anteriores.
De manera alarmante, tendían a ser las maderas duras más valiosas y de crecimiento más lento, que en el pasado eran las más resistentes a las grandes tormentas. Eran imponentes tabonucos de caoba con grandes coronas, muy apreciados para muebles y construcción de barcos, y gruesos ausubos, cuya madera es tan densa que no flota en el agua.
Estos y otros árboles grandes proporcionan hábitat para muchas aves y otras criaturas que los árboles más pequeños no ofrecen. Alrededor de la mitad de los árboles con troncos rotos morirán dentro de dos o tres años, según Uriarte.
ESPECIES GANADORAS
Sin embargo, a algunas especies les fue mejor en todos los huracanes analizados y una sobresalió: la palma de sierra, cuyo tronco esbelto y flexible se dobla con el viento y brota rápidamente, como la hierba, desde su parte superior si pierde el follaje.
Uriarte cree que las palmas y algunas otras especies que pueden enraizarse rápidamente y crecer después de las tormentas pueden ser el futuro de los bosques en las zonas tropicales y subtropicales del Atlántico. «Esto producirá bosques de menor estatura y menos diversos, dominados por unas pocas especies resistentes», apunta.
Los ciclones tropicales obtienen su energía del calor del océano. Las temperaturas del Atlántico ya están ascendiendo y los modelos climáticos predicen que, para el año 2100, los vientos máximos sostenidos de huracanes podrían aumentar hasta en un 15%. El aire más cálido también transporta más humedad, por lo que las precipitaciones podrían aumentar hasta en un 20% cerca de los centros de tormentas.
Ambos factores destruyen los árboles. Los vientos extremos lo hacen directamente, mientras que la lluvia satura y desestabiliza el suelo. «Los cambios esperados en los vientos huracanados y las lluvias pueden tener profundas consecuencias para la resistencia a largo plazo de los bosques tropicales en la cuenca del Atlántico Norte», dice el estudio.
La pérdida potencial de muchas especies de árboles podría tener efectos en cascada en la vida silvestre de los bosques y las plantas, según los investigadores. Esto también probablemente alteraría la dinámica de crecimiento de los bosques, de modo que en lugar de absorber más carbono atmosférico del que emiten, lo que hacen actualmente, la ecuación se revertiría y los bosques se convertirían en emisores netos. Esto se debe a que la descomposición de los árboles talados superaría al carbono absorbido por cualquier reemplazo.