El testimonio de una profesora corre como la pólvora por las redes sociales después de narrar cómo fue la reacción de unos niños que fueron cazados tocando un pecho a una compañera de clase de apenas 11 años.
El hilo, que acumula decenas de comentarios, comienza así:
«Hoy un niño de mi clase le ha tocado una teta a una compañera. Lo que podría haber sido un toque accidental, pero ocurrió frente a mí y vi el brillo delator en los ojos del niño. Me enfado y le digo que no vuelva a hacer eso en su vida».
Hoy un niño de mi clase le ha tocado una teta a una compañera. Lo que podría haber sido un toque accidental, pero ocurrió frente a mí y vi el brillo delator en los ojos del niño. Me enfado y le digo que no vuelva a hacer eso en su vida. (Abro hilo)
— Ana (@hadagaga) 14 de marzo de 2019
Y continúa:
«Estábamos en mates, corrigiendo unos ejercicios. El resto de la clase, al oír que estoy reprendiéndole, preguntan qué ha pasado. Alguien lo cuenta y tres niños se echan a reír. Les digo que no tiene gracia, que es muy serio. La cara de la niña es un poema y me siento mal.
Pienso que quizás tenía que haber corregido al otro en privado, sin la presencia del resto. Porque lo que menos deseaba era dejar en «evidencia» a la niña. Una niña estupenda, que además es muy bien aceptada en el grupo. En fin. Decido seguir con la clase. Al acabar se incorporan los que estaban en apoyo/s. Alguien informa por lo bajini a los recién llegados y un bocazas recién enterado dice en alto «Fulano le ha tocado el culo a Mengana». Nuevas risas de los mismos de antes. Me enfado.
Les mando recoger todo (técnica que uso cuando quiero que me presten atención). Espero a que alguno termine de copiar lo último corregido en la pizarra. Después de varios minutos, ya todos tienen la mesa recogida y están callados. Les digo que estoy muy disgustada, que no entiendo qué tiene de gracioso lo que ha pasado. Que nuestro cuerpo es nuestra casa y que igual que nadie entra en casa sin que yo le invite, nadie tiene derecho a tocar nuestro cuerpo sin permiso. Y que esas risas son un golpe para mí, pero más para su compañera.
La niña ya no lo soporta y se echa a llorar. Se va al baño gritando enfadada algo ininteligible. Ahora los que se reían parece que empiezan a entender y ensombrecen el gesto. Aprovecho para insistir en la idea de que tienen que ser agentes del cambio. Entender que estas cosas son graves y no hay que banalizar ni consentir.
Cuando la niña ha vuelto, los que se reían se han levantado para pedirle perdón. Les he dicho que esperaran, que ahora no era el momento, que su compañera seguía afectada. Entonces la niña ha tomado la palabra y ha contado que estalló porque no era la primera vez que le pasaba.
Le pregunté si había sido en el colegio y contestó que no, que en el parque, en la calle. Les he contado las dos veces que me pasó lo mismo. Otras niñas han comentado casos parecidos (leñe, que tienen 11 años). Claro que yo tenía su edad cuando me pasó.
Un viejo que me sobó los muslos en el autobús. Y yo asustada, sin atreverme a hacer nada, avergonzada… En fin. Mañana seguiré hablando del tema en clase. Ojalá cambien las cosas, ojalá estas actitudes desaparezcan por la educación recibida, el valor y la no complicidad».