Nicolás Rando fue el Guardia Civil que sacó el cuerpo sin vida del pequeño Julen del pozo en el que había permanecido durante 13 días en Totalán (Málaga).
En una entrevista concedida al ‘Diario Sur’, Redondo ha recordado cómo fue el rescate y pese a mostrar un cierto alivio porque ha terminado, se ha mostrado enfurecido porque «no estaba vivo, eso es lo peor».
«Hemos movido tierra como para parar siete aviones, hemos conseguido llegar a él y lo hemos sacado. (…) Pero lo hemos dado todo», asegura en esa entrevista donde confirma que lo que por lo menos le consuela un poco es que «la autopsia determinara que murió el mismo día de la caída y no esperando el rescate».
Pese al trágico desenlace, Rando ha subrayado la entrega de todos los que participaron en el dispositivo de rescate, desde el primer momento, y la frustración que sentían cada vez que aparecía un problema y cómo invertían mucho tiempo hasta solucionarlo. Con todo, «abajo no había turnos. Allí se estaba hasta que ya no se podía más. La frase era: ‘Me voy que ya no puedo ni sujetar el martillo’, reconoce.
El agente del Grupo de Rescate e Intervención en Montaña ha recordado que fue cuando llegaron a los 2,50 metros cuando el mando tomó la decisión de que bajara siempre «un guardia civil con los mineros para ejercer las funciones de Policía Judicial. Si estaba vivo para socorrerlo, y si no.. para coger vestigios y hacer la inspección ocular. La esperanza nunca la perdimos».
Redondo recuerda que bajó después de la segunda voladura y recuerda la extraña sensación que le recorrió por el cuerpo al bajar por el tubo de hierro
«Yo me he metido en agujeros más estrechos y claustrofóbicos, pero aquello…Miras hacia arriba y piensas: ‘Si pasa algo aquí…'», asegura.
Fue a los 3,70 metros, según narra, cuando dieron «unos golpes al tubo del niño» y se metió una cámara por el agujero que abrimos y se vio al menor.
«El mando del dispositivo reunió a guardias civiles, mineros y bomberos y les pidió que siguieran trabajando igual, con la misma discreción, porque la familia tenía que ser la primera en saberlo», reconoce.
En el siguiente descenso bajaron tres agentes del GREIM de Álora, Nicolás entre ellos, y un minero, por si había que seguir picando. «Me tocó a mi», recuerda.
Sólo cuando terminó su labor, dejó aflorar sus sentimientos. Cuando dejó el cuerpo en la carpa, donde esperaban dos forenses, se tuvo que ir solo a un lugar apartado de la plataforma de trabajo y se derrumbó.
Después recogieron sus herramientas y se marcharon de allí.