No podemos permitir que los maltratadores, violentos, delincuentes y, en algunos casos, asesinos, tengan contacto con sus hijos, con sus hijas, incluso con ninguno otro menor. Y cuando digo contacto quiero decir, ningún contacto: ni virtual, ni epistolar ni por supuesto, físico. No lo podemos permitir. Y no nos lo podemos permitir porque el ambiente en el que esos menores se crían y conviven es justo el contrario del que pretendemos transmitir y en los que invertimos muchos recursos públicos. A los menores estamos dándoles estrategias para soportar la violencia; les enseñamos a no molestar a papá; a mirar para otro lado cuando acosa o bate en su madre; a esconderse en el stand del perro hasta que pase el temporal. Porque papá los quiere mucho pero no se entiende con mamá, y mamá es tan mala gente que no le ayuda nada; y nos dejamos de líos, todo amparado por el legislativo, ejecutivo y judicial.
Repetimos el “mantra” de que la solución pasa por la educación pero… ¿qué educación? ¿La que le enseñamos en las escuelas, o la que aprenden del padre maltratador? Claro que hay que intervenir en la educación para transformar esta sociedad machista y patriarcal, como no; pero la gente nueva no estará dispuesta a dar la batalla si ve como los adultos, con todo su poder, consienten que el 6% de los menores viva en el infierno. Es intolerable. Decir que la solución es la educación es una bonita manera de silbar para arriba.
Cambiemos la perspectiva e imaginemos qué pasaría si hubiera habido un verdadero pacto de estado bien dotado y con la máxima prioridad política para aplicar en todas las áreas de la vida; imaginemos un poder judicial bien formado, con el mismo nivel con el que se forman en las otras disciplinas del derecho, con juezas, jueces, Fiscalía, Abogacía verdaderamente comprometidas y que hubieran castigado sin ambages a los agresores. Imaginemos que los equipos forenses y los equipos psicosociales que informan a los tribunales hubieran comprendido verdaderamente qué es la violencia, la habrían buscado y la habrían recogido como es debido sin esconderse detrás del falso Síndrome de Alienación Parental, o sus sucedáneos. Imaginemos una atención a las mujeres víctimas en las comisarías, en los juzgados, en la vida en general que despliegue comprensión, empatía y perspectiva de género.
Así sí que podemos hablar de que la solución pasa por la educación, porque los deberes de los que tenemos que educar estarían hechos. Mientras eso no pase, estamos sembrando en un campo de piedras.