Ayer viernes se sentaba en el banquillo de los acusados del Jugado de Instrucción número 6, Manuel M.P., acusado de intentar llevarse de un supermercado de Zaragoza varios muslos de pollo para comer.
La historia de este empresario de Zaragoza, -que actualmente sobrevive en un cobertizo de Juslibol,- probablemente tan solo sea una historia más entre tantas otras que dejó la crisis. Muchas de ellas con final dramático.
Hace tan solo unos años este empresario, -propietario de un próspero negocio de movimiento de tierras-, pasó de ganar 15.000 euros mensuales a no recibir ni siquiera una mínima pensión no contributiva. Y no es por no haber cotizado, porque Manuel M.L. cotizó durante varios años como autónomo hasta que llegó un momento en el que ya no podía hacer frente a los recibos de cotización, situación que le llevó a contraer una deuda con la Seguridad Social de 7.895 euros.
En declaraciones a Heraldo de Aragón, este empresario explica que con el negocio perdió también a su familia debido a que no pudo devolver tampoco el dinero que le prestaron. La venta de los vehículos y la maquinaria de la empresa le dio para sobrevivir durante unos años, pero ese dinero se fue agotando. Cuando le negaron la pensión, incluso la no contributiva, el zaragozano se vio forzado a pedir ayuda a los amigos: «Unos me dan de comer, otros me dejan ir a su casa a ducharme… Si no fuera por ellos estaría completamente solo», apunta.
Sin saber qué hacer con su vida, este hombre llamó a la puerta de los servicios sociales municipales, que, dada su preocupante situación, hace tan solo unos días le han concedido una ayuda de emergencia. «Se trata de una subvención de 150 euros mensuales para comprar comida», explicaba ayer después del juicio su abogada, con la que Manuel llevó siempre los negocios de su empresa y quien ahora tiene que pagarle hasta el café. «No es dinero en efectivo –indica Marimar Martínez–, se trata de una tarjeta con la que tiene que acudir a un supermercado del Actur, donde le van descontando el importe de los productos que se lleva».
Además este hombre se lamenta del trato que recibió cuando fue sorprendido con los muslos de pollo escondidos en una bandolera; «si no tener qué llevarte a la boca es triste, más lo es aún que intenten humillarte por ello». Y lo dice porque, según explica, los agentes que acudieron al supermercado lo trataron «con absoluto desprecio y chulería». Habla de insultos y provocaciones. «Creo yo que llevarse unos trozos de carne no era para aquello», señala, anunciando su intención de denunciarlos.